El Color de la Lluvia

El Callejón

La tensión había ido en aumento en los últimos días, como una cuerda tensándose hasta el punto de romperse. Las miradas de Sebastián hacia Sofía se habían vuelto más oscuras, sus comentarios a Mateo más directos y hostiles. La falsa fachada de amistad se había desmoronado, revelando la obsesión y el resentimiento que burbujeaban en su interior.

Mateo intentaba mantenerse alerta, consciente de la creciente amenaza, pero su naturaleza pacífica y su falta de experiencia en peleas lo hacían sentirse cada vez más vulnerable. Evitaba los lugares donde sabía que Sebastián y su grupo de amigos solían reunirse, pero la sensación de ser observado, de ser una presa acechada, era constante.

Una tarde, al salir de la biblioteca, Mateo se encontró con un callejón inesperadamente bloqueado. Al girarse, vio a Sebastián y a tres chicos más, todos con caras amenazantes y los puños apretados. El corazón de Mateo dio un vuelco. Sabía que este era el momento que había estado temiendo.

Sebastián avanzó despacio, con una sonrisa siniestra que no llegaba a sus ojos. "Mira, mira a quién tenemos aquí. El ratoncito de biblioteca."

"Déjame pasar, Sebastián," dijo Mateo, intentando mantener la calma aunque su voz temblaba un poco.

"¿Dejarte pasar? No creo que vaya a ser tan fácil," respondió Sebastián, acercándose más. "Vos te metiste en mi camino, Benavides. Sofía era mía, mucho antes de que aparecieras con tus aires de intelectual."

"Sofía no es de nadie," replicó Mateo, sintiendo una oleada de indignación a pesar del miedo que lo paralizaba.

Uno de los amigos de Sebastián se rió con sorna. "¿En serio creés que tenés alguna chance con ella? Es demasiado para vos."

Mateo sabía que las palabras no lo iban a salvar. Intentó retroceder, buscando una salida, pero los otros chicos lo habían rodeado, bloqueando cualquier escape. El aire se cargó de una tensión palpable, el silencio solo roto por la respiración agitada de Mateo y las sonrisas de sus agresores.

"Solo quiero evitar problemas," dijo Mateo, levantando las manos en señal de paz.

"Demasiado tarde para eso," gruñó Sebastián, lanzando el primer golpe. Un puñetazo seco que impactó en la mandíbula de Mateo, haciéndole tambalear y sentir un dolor agudo.

Mateo intentó defenderse, moviéndose torpemente y bloqueando algunos golpes con sus antebrazos, pero era superado en número y en fuerza. Los golpes llovían sobre él, cada impacto enviando ondas de dolor por todo su cuerpo. Cayó al suelo, sintiendo la aspereza del pavimento contra su espalda, mientras sus agresores lo rodeaban, pateándolo con furia.

Cerró los ojos, intentando proteger su rostro con sus manos, mientras los golpes seguían cayendo. El miedo se convirtió en una sensación fría y paralizante. Pensó en Sofía, en la preocupación que sentiría si lo viera así. Pensó en Lucas, en Carla, en Javier... en sus amigos.

Justo cuando la desesperación comenzaba a apoderarse de él, un grito salvaje resonó en el callejón, cortando el aire como un rayo.

"¡Eh, escoria! ¡Dejen en paz a mi amigo!"

Una figura corpulenta irrumpió en el callejón a toda velocidad, lanzándose contra uno de los atacantes con una fuerza sorprendente. Era Lucas, con los ojos inyectados en furia y una determinación feroz en su rostro.

"¡Tu ángel de la guarda está acá!" rugió Lucas, golpeando al agresor con un directo que lo hizo tambalear.

La aparición repentina de Lucas tomó por sorpresa a Sebastián y sus amigos. Por un instante, la confusión sembró la duda en sus rostros. Lucas, a pesar de ser solo uno contra tres, luchaba con una intensidad inesperada, su adrenalina alimentada por la rabia y la lealtad hacia Mateo.

Mateo, dolorido y magullado, intentó incorporarse, sintiendo una punzada de esperanza ante la llegada de su amigo. Lucas era su polo opuesto en muchos sentidos, pero en ese momento crucial, era su protector, su escudo contra la violencia.

La pelea fue breve pero intensa. Lucas, aunque recibió algunos golpes, logró desestabilizar a los atacantes con su furia repentina y su corpulencia. Sebastián, viendo que la situación se había tornado desfavorable, gritó a sus amigos para que se retiraran.

"Esto no terminó, Benavides," siseó Sebastián, lanzándole una última mirada llena de odio antes de desaparecer corriendo junto con sus cómplices.

El silencio volvió a caer sobre el callejón, roto solo por la respiración agitada de Lucas y los gemidos de dolor de Mateo. Lucas se arrodilló junto a su amigo, su rostro mostrando una profunda preocupación.

"Mateo... ¿estás bien? ¿Te hicieron mucho daño?" preguntó, examinándolo con la mirada.

Mateo tosió, sintiendo un sabor metálico en la boca. "Estoy... vivo. Gracias, Lucas. De verdad... gracias."

Lucas le ofreció una mano para ayudarlo a levantarse. Mateo se apoyó en él, sintiendo cada músculo de su cuerpo dolorido.

"No iba a permitir que esos matones te hicieran daño," dijo Lucas con voz firme, su mirada aún cargada de furia. "Te lo dije, soy tu ángel de la guarda."

Mientras Lucas ayudaba a Mateo a salir del callejón, la sensación de peligro y la adrenalina comenzaban a ceder, dejando tras de sí un temblor en el cuerpo y una profunda gratitud en el corazón de Mateo. La verdadera cara de la obsesión de Sebastián se había manifestado en violencia, pero en ese momento oscuro, la lealtad inquebrantable de su amigo había brillado como un faro de esperanza, recordándole que no estaba solo en esta lucha.




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