El color de las palabras

Capítulo 1

✨ CAPÍTULO 1 – “El viaje de una soñadora”

El carruaje avanzaba entre nubes de polvo, sacudiendo más los pensamientos de Isabela de Valverde que su cuerpo. Sostenía con fuerza su cuaderno, como si en sus páginas vacías estuviera guardado el futuro.
—Si al menos una palabra se dignara a aparecer… —murmuró, frustrada.

La voz del cochero resonó desde fuera:
—¡Señorita, prepárese! En una hora llegamos al pueblo de Sant Climent.

Isabela suspiró. A su lado, una gallina encerrada en una cesta la miraba con el mismo escepticismo que sus tías cada vez que mencionaba la palabra “escritora”.

Madrid había quedado atrás con su ruido, sus tertulias literarias donde los hombres hablaban y las mujeres servían vino. Ella, harta de ser un adorno, había decidido huir. Necesitaba inspiración. Y según le había dicho una amiga, en el pueblito de Sant Climent “la luz parece escrita por los ángeles”.

No sabía aún que la luz podía ser tan caprichosa como un pintor malhumorado.

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El hostal La Fuente del Laurel olía a pan recién horneado, cera y pintura fresca. Detrás del mostrador, una mujer gorda y amable la recibió con una sonrisa.
—¿Habitación para una señorita de Madrid? ¡Qué gusto! No tenemos muchas damas de ciudad por aquí.

Isabela dejó su equipaje con elegancia.
—Solo necesito silencio, y una mesa donde escribir.
—Ah, silencio... —rió la dueña—. Complicado desde que llegó el pintor.

La escritora frunció el ceño.
—¿Pintor?

—Sí, el señor Soler. Un genio, dicen... aunque más parece un vendaval con pinceles.

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Cuando Isabela abrió la puerta de su habitación, encontró lienzos apoyados en la pared, manchas de óleo en el suelo, y un hombre de espaldas, con la camisa arremangada y el cabello revuelto.

—Disculpe… creo que hay un error. Esta es mi habitación.

El hombre ni se giró.
—No lo creo, señorita. Esta habitación la alquilé yo hace una semana.

—Pues el contrato dice lo contrario —respondió ella, alzando su papel como si fuera un arma.

Él se volvió con una sonrisa socarrona.
—Quizá deberíamos compartirla. Prometo no roncar demasiado.

Isabela lo miró con una mezcla de horror y orgullo herido.
—Antes compartiría con la gallina del carruaje.

Fue el primer combate de muchos.

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Esa noche, mientras escribía a la luz de una vela, oyó cómo él maldecía en catalán al otro lado del biombo.
—¿Otra vez se le escapó la musa? —preguntó, divertida.
—Las musas no escapan, señorita, se esconden cuando alguien habla tanto.
—Entonces está usted condenado al silencio.

Él soltó una carcajada, y por primera vez, algo en ella se encendió: curiosidad, molestia… o quizá el principio de una historia.

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