El color de las palabras

EL COLOR DE LAS PALABRAS – PARTE II

El eco de lo que no dijimos

por Indio Morales

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💌 CAPÍTULO 1 – “El reencuentro entre tinta y color”

El sonido de la lluvia golpeando contra los ventanales era casi hipnótico.
Isabela no solía madrugar, pero aquella mañana el insomnio había decidido escribirle en la piel.
El reloj marcaba las seis y cuarto cuando su pluma comenzó a moverse sola.
Palabras nuevas, pero con la misma voz de siempre.

Habían pasado tres años desde aquel verano en el pueblo de Barcelona, desde aquel adiós con sabor a tinta y silencio.
Y sin embargo, bastó una carta para volver a encenderlo todo.
Una invitación a participar en una exposición de arte y literatura.
Y el remitente… Adrián Soler.

Isabela suspiró.
El nombre seguía teniendo el poder de hacerle latir el corazón más rápido.
—No puede ser —murmuró, dejando caer la carta sobre la mesa—. Después de tanto tiempo…

Pero sabía que iba a ir.
No por él, claro.
Sino por la curiosidad, por el orgullo, por esa parte de sí misma que aún escribía sobre aquel pintor arrogante que un día le enseñó que el arte también podía doler.

El tren a Barcelona partía al amanecer siguiente.
Y con cada estación que pasaba, Isabela sentía que el pasado se acercaba más de lo que quería admitir.

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🎨 CAPÍTULO 2 – “Retratos del pasado”

El pueblo había cambiado, pero no tanto como ella.
Las calles seguían empedradas, el aire seguía oliendo a vino y a lluvia, y la vieja posada seguía en pie, aunque ahora tenía un nuevo cartel: Casa Soler – Taller y Hospedaje Artístico.

—Por favor, que no sea el mismo Adrián —susurró Isabela, arrastrando su maleta por el hall.

—Bienvenida —dijo una voz grave detrás.
Ella giró, y allí estaba.
El mismo rostro, la misma sonrisa que recordaba y odiaba en igual medida.

—Isabela de Valverde… no puedo creerlo.
—Créelo. Sigo viva. Y sigo escribiendo.
—Y sigo pintando —respondió él con una sonrisa que escondía demasiado.

Hubo un silencio largo, incómodo.
Hasta que él dijo:
—Podés alojarte en la habitación del fondo. La que da al patio.
—Perfecto. Así tengo una puerta más cerca para escapar si me volvés loco.

Él rió.
Y por primera vez en años, Isabela también.

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🖋️ CAPÍTULO 3 – “Tinta fresca”

Esa noche, el pueblo entero se reunió en la exposición.
Los cuadros de Adrián colgaban en las paredes de piedra, llenos de colores intensos y trazos cargados de emociones que ella reconocía sin querer.

En uno de ellos se veía a una mujer escribiendo junto a una ventana abierta.
El título: “La que me enseñó a mirar”.

Isabela sintió un nudo en la garganta.
No necesitaba firmar el cuadro para saber quién era.
Adrián se le acercó por detrás, en silencio.

—¿Te gusta?
—Prefiero cuando no usás mis traumas como inspiración —respondió sin mirarlo.
—Yo los pinté porque nunca los superé.

Y por primera vez, ella no supo qué responder.

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💘 CAPÍTULO 4 – “El gimnasio del destino (o del sufrimiento ajeno)”

Isabela odiaba los gimnasios.
No por las pesas, ni por las cintas, sino por la gente que parecía haber nacido haciendo abdominales con sonrisa.
Ella, en cambio, necesitaba un manual para sobrevivir sin caerse de la bicicleta fija.

Pero cuando su editora le dijo:
—Te hace bien despejarte, Isa. Vas a ver, el ejercicio inspira.
Ella respondió:
—Sí, seguro. Hemingway corría maratones.

Fue al gimnasio un martes, convencida de que nadie la reconocería sudando y con auriculares.
Hasta que escuchó una voz familiar detrás:
—¿Vos también venís a sufrir acá?

Adrián.
Con ropa deportiva.
Y sonrisa peligrosa.

—No —dijo Isabela, ajustando su botella—. Yo vine a confirmar que el infierno tiene pesas.
—Entonces estamos en el mismo círculo.

Terminaron en cintas contiguas.
Él corría como si lo persiguiera el pasado (que, técnicamente, lo hacía).
Ella aguantaba tres minutos y fingía revisar el celular.

Cuando tropezó al bajar, él la sostuvo.
Por un segundo, la mano de Adrián quedó en su cintura.
Y el silencio entre ellos se volvió tan intenso que hasta el entrenador levantó una ceja.

—Gracias —murmuró Isabela.
—De nada. Pero me debés un café.
—¿Por salvarme?
—Por volver a tropezar con vos.

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☕ CAPÍTULO 5 – “Un café con sabor a déjà vu”

Se encontraron al día siguiente en una cafetería de barrio, como antes.
El lugar olía a café tostado y promesas viejas.

—¿Te acordás cuando dijiste que el café era la excusa perfecta para hablar sin decir lo que pensábamos? —preguntó él.
—Sí. Y sigo creyéndolo.

Pidieron dos capuchinos.
Hablaron de todo y de nada: de arte, de películas, del gato de Isabela que ahora tenía su propio perfil en Instagram.

Hasta que Adrián bajó la mirada.
—No me animé a escribirte.
—Yo tampoco —respondió ella—. Tenía miedo de que hubieras cambiado.
—Cambié. Pero no en lo que importa.

Hubo un silencio cálido.
Una de esas pausas donde el corazón late más fuerte que las palabras.
Y por un instante, el tiempo se detuvo entre aroma a café y recuerdos.

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🎭 CAPÍTULO 6 – “Escenas no ensayadas”

La editorial organizó una presentación pública del libro ilustrado.
Ambos debían hablar en un evento literario.
Un micrófono. Una mesa compartida. Cien personas.

—Va a salir bien —dijo Adrián, acomodándose la camisa.
—Decime eso cuando no estés transpirando más que yo.

Durante la charla, todo parecía fluir… hasta que un periodista preguntó:
—¿Qué se siente trabajar con alguien que fue tu pareja?

Silencio.
Risas del público.
Isabela respiró hondo.
—Se siente… como corregir un capítulo que creías terminado.
Aplausos.

Adrián la miró, sonriendo.
—Y a veces, ese capítulo termina siendo el mejor.




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