El color de tu Recuerdo

Capitulo 1

El sonido de los insultos retumbaba en las paredes nuestra pequeña casa, mezclándose con los golpes que, una vez más, mi padrastro le propinaba a mi madre.

—Eres una inútil, una buena para nada. Por eso tu exesposo te dejó. Ni siquiera tu hija vale algo, es otra estúpida como tú —escuché su voz áspera y cargada de alcohol y odio.

Me tapé los oídos, intentando bloquear el ruido, pero era imposible. Sabía que cuando el alcohol lo consumía, todo terminaba de la misma forma: mi madre llorando, yo escondida en mi habitación, y la sensación de que no pertenecíamos a este infierno.

El miedo me tenía paralizada, pero la escuela me esperaba. Me levanté de la cama con la esperanza de no cruzármelo al salir. Ya no tenía espacio para otro moretón en mi cuerpo, y por eso siempre usaba ropa holgada y larga. Así, nadie se daba cuenta de lo que realmente pasaba en mi casa.

Me acerqué al espejo y me hice dos trenzas, una a cada lado. Si me lo encontraba, al menos no dolería tanto si me jalaba del cabello. Tomé mis libros y respiré hondo antes de salir de mi habitación.

En la sala, mi madre estaba sentada en el mueble, fumando un cigarro. Era hermosa, o al menos lo había sido alguna vez. Ahora solo quedaba una mujer consumida por el dolor y la desesperanza. Aún recordaba cuando su risa iluminaba la casa, pero esos días parecían haber quedado atrás.

—Buenos días, mamá —la saludé con un hilo de voz.

Ella ni siquiera se molestó en responder. Solo me miró con esos ojos cansados, llenos de resentimiento.

—Aura… —su voz sonó seca y áspera.

—¿Sí, mamá?

—Dile al dueño de la pasteleria donde trabajas que te adelante el sueldo. Necesito dinero.

Bajé la mirada, sintiendo cómo mi estómago se encogía.

—Pero mamá… ya le pedí un adelanto la semana pasada. Si sigo pidiendo, me van a echar…

Un instante de silencio se hizo presente antes de que su expresión cambiara por completo. Vi su furia reflejada en su rostro y supe lo que venía. Intenté dar un paso atrás, pero no fui lo suficientemente rápida. El golpe llegó sin previo aviso, un ardor punzante recorrió mi mejilla derecha.

—¿No puedes hacer ni un favor a tu madre, ingrata? ¡Te di la vida! ¡Merezco eso y más! —espetó, mirándome con desprecio.

Me quedé quieta, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos, pero me negué a dejarlas caer, si lloraba me seguiría dando otros golpes hasta que ya no pueda más.

—Está bien, mamá… veré qué hago —murmuré con la voz entrecortada.

—Más te vale —escupió antes de girarse y desaparecer en su habitación, cerrando la puerta con un portazo.

Me quedé allí, estática, con el rostro ardiendo tanto por el golpe como por la impotencia. Solo podía hacer una cosa: rogarle a Dios que algún día me librara de esta vida tan miserable.




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