ASHER
Max... Max... No, no...
Desperté otra vez, bañado en sudor y con un jadeo que me hacía sentir que el corazón se me saldría del pecho. Siempre tenía estas pesadillas. Siempre viviría atormentado. Era mi culpa. Yo tenía que haber estado en su lugar. La desgracia que había caído sobre nuestra familia era por mi culpa. Si tan solo hubiera sido yo quien muriera...
Mis padres me odiaban. Siempre supe que hacían una distinción entre mi hermano y yo, pero después de aquel accidente, ni siquiera me dirigían la palabra. Mi padre rara vez estaba en casa, y cuando lo hacía, no perdía oportunidad de recordarme cuál era mi deber con la familia. Mi madre, en cambio, se limitaba a hablarme lo mínimo, y cuando lo hacía, era solo para recordarme que mi hermano debía estar aquí y yo no.
Sacudí la cabeza, intentando despejar mis pensamientos. Me dirigí al baño y me di una ducha larga, dejando que el agua caliente disipara, al menos un poco, el nudo en mi pecho. Pero ni siquiera el agua lograba lavar la culpa que se aferraba a mi alma. Cada noche revivía aquel momento, la tragedia que me marcó para siempre, y cada mañana despertaba con la misma sensación de vacío y condena.
Cuando bajé al comedor para desayunar, vi a mis padres sentados en silencio. Era lo normal. Ya no sabía en qué se había convertido esta familia. Antes había risas, conversaciones, incluso discusiones, pero ahora solo quedaban los restos de lo que alguna vez fue un hogar.
—Buenos días —dije, sentándome en mi lugar.
No respondieron. Ni siquiera me miraron. Antes me dolía que me trataran de esa forma, pero con el tiempo me había vuelto frío, insensible. Ahora no sentía nada. O al menos, eso intentaba decirme a mí mismo.
Terminé mi desayuno en silencio. Justo cuando iba a levantarme, mi padre alzó la cabeza y habló.
—Espero que estés cumpliendo con todas las clases extra que te he programado.
—Lo estoy haciendo —respondí con voz firme.
—Bien —fue todo lo que dijo antes de volver su atención al teléfono.
Mi madre ni siquiera levantó la vista de su plato. Yo tampoco esperaba que lo hiciera.
Me puse de pie, sin agregar nada más, y salí de la casa.
Subí a mi auto y me dirigí a la escuela. En el camino, la vi otra vez. Aura caminaba como todos los días, con su paso tranquilo, su mochila desgastada y esa ropa andrajosa que apenas le quedaba bien. Por un momento, pensé en detenerme y ofrecerle un aventón, pero descarté la idea de inmediato. Son personas a las que no puedo acercarme. Si mi padre supiera que interactúo con alguien de su clase social, me mataría.
Aun así, no pude evitar preguntarme cómo soportaba caminar tanto. ¿No le dolerían los pies? Casi todos los días la veía en el mismo trayecto, siempre sola. Sabía del bullying que sufría en la escuela, pero ese no era mi problema. Ya yo tenía suficiente con la vida que llevaba.
Sin embargo, algo en mi interior me incomodaba. Si no la llevaba, llegaría tarde. No me importaba. O... ¿sí?
Suspiré y aparté la mirada del retrovisor. Aceleré un poco más, como si alejarme de ella pudiera hacer desaparecer la incómoda sensación de que, tal vez, me importaba más de lo que quería admitir.
Editado: 03.05.2025