AURA
Llegué a la escuela a pie, otra vez. Había perdido el autobús y no tenía dinero para pagar un taxi. Lo peor no era la caminata, sino que ya iba tarde para la primera clase del día: matemáticas. Y todos sabían que el profesor Gerald no toleraba los retrasos, aunque hasta ahora nunca me había castigado, probablemente porque mis calificaciones eran impecables.
Apenas crucé la puerta del aula, sentí su mirada severa posarse sobre mí.
—Señorita Aura, otra vez tarde —dijo con tono autoritario.
—Lo siento, profesor… Perdí el autobús —murmuré, tratando de no llamar más la atención.
Desde el fondo del salón, escuché una risita burlona seguida de la voz de Katy.
—Por lenta y pobre…
Unas cuantas risas se sumaron, pero el profesor cortó la burla de inmediato.
—Silencio —ordenó, antes de volver a dirigirse a mí—. Puede pasar, señorita Aura, pero que sea la última vez… al menos esta semana.
Bajé la cabeza, avergonzada, y caminé hasta mi asiento sintiendo el peso de las miradas sobre mí. Ya estaba acostumbrada a ser el blanco de burlas, así que hice lo que mejor sabía hacer: sumergirme en mis libros y aislarme del resto.
La clase transcurrió sin problemas. Como siempre, entendía todo sin necesidad de prestar demasiada atención. Pero en las últimas semanas, había algo que me desconcentraba… una sensación extraña, una mirada persistente que no lograba ignorar.
Cada vez que levantaba la vista, la encontraba. O mejor dicho, lo encontraba a él. Asher.
El chico más rico de la escuela, el que tenía a todos girando a su alrededor. Asher no solo poseía dinero, sino un aura de poder que hacía que el mundo se inclinara a su paso. Era rubio, con el cabello siempre en ese punto perfecto entre el descuido y la elegancia. Sus ojos eran de un azul tan profundo que al mirarlo podías perderte en un océano en su pleno esplendor… pero también sentir el frío cortante de sus aguas más oscuras. Y esa frialdad, al menos conmigo, era innegable.
Asher no era solo alguien con presencia, era alguien que dominaba la habitación con solo estar en ella. Irradiaba una seguridad que yo siempre había envidiado, como si el mundo entero le perteneciera y él lo supiera. No entendía por qué hoy su mirada estaba fija en mí. En un aula llena de personas interesantes, yo era la sombra de todas ellas, la figura borrosa en el fondo, la más insignificante.
Desde que éramos niños, lo había observado en silencio, siempre desde la distancia. No importaba cuántos años pasaran o cuán diferentes fueran nuestras vidas, Asher siempre había sido mi secreto más grande, mi amor imposible. De pequeña, solía imaginar que algún día él me miraría de la misma forma en que yo lo miraba a él. Pero eso nunca pasó… hasta ahora.
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué ahora?
Sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos ridículos. Seguro era solo una coincidencia.
Cuando sonó el timbre para el receso, sentí una mezcla de alivio y ansiedad. El descanso siempre era el peor momento del día para mí. La mayoría de las veces no tenía almuerzo, y cuando intentaba comer en la cafetería, Katy y su grupo siempre encontraban la forma de arruinarlo.
Aun así, hoy el hambre me obligó a intentarlo. No había desayunado nada, y el vacío en mi estómago era insoportable. Caminé hacia el comedor con la cabeza baja, intentando pasar desapercibida.
A lo lejos, vi a Katy sentada en las piernas de Asher, riendo con esa falsa dulzura que engañaba a todos. O eso quería hacerles creer. Yo lo conocía bien, lo había observado durante años, y sabía que esa sonrisa suya no era real.
Sacudí la cabeza y me concentré en lo que había venido a hacer. Tomé mi bandeja con la comida de la cafetería y me dirigí a la mesa más alejada. Solo quería comer en paz. Me senté y saqué uno de mis libros, intentando ignorar todo a mi alrededor. Pero entonces, esa voz heló mi sangre.
—Vaya, vaya… Se nota que la nerd quiere presumir ante todos sacando su libro en la cafetería.
Tragué saliva y levanté la vista. Katy estaba parada frente a mí, su sonrisa impecable y su porte perfecto, como si estuviera hecha para humillar a los demás. Era insoportable… pero incluso yo tenía que admitir que era hermosa. Su cabello caía en ondas perfectas, su piel brillaba bajo las luces del comedor, y su mirada estaba cargada con la misma crueldad de siempre.
No respondí. Sabía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría las cosas.
Pero Katy nunca se daba por vencida tan fácil.
—¿Qué comes? —preguntó, fingiendo interés mientras inclinaba la cabeza. Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi bandeja con un movimiento rápido y la dejó caer al suelo con un estruendo.
El ruido hizo que varias cabezas se giraran en nuestra dirección. El aire se volvió espeso a mi alrededor.
—¡Ouch! —exclamó Katy con falsa sorpresa, llevándose una mano a la boca—. Lo siento, se me resbaló.
Las risas de su grupo me rodearon como una jauría de lobos.
—Vamos, Aura —continuó Katy con una sonrisa venenosa—, come del suelo. Desde ahí es donde mereces comer… maldita mugrienta.
El calor subió a mi rostro. Un nudo ardiente se formó en mi garganta, pero no iba a llorar. No delante de ella. No delante de todos.
Sin decir una palabra, me levanté de la mesa y salí de la cafetería con pasos apresurados, sintiendo las miradas clavadas en mi espalda. Ojalá pudiera fingir que no me importaba. Ojalá pudiera fingir que el hambre ya no me dolía.
Fui a parar detrás del instituto, donde el césped crecía sin ser molestado y, al fondo, se alzaba una montaña hermosa, imponente y silenciosa. Este era mi refugio, el único lugar donde podía respirar sin miedo a que alguien me mirara con burla o desprecio.
Editado: 08.07.2025