El color de tu Recuerdo

Capitulo 8

Asher

¿Qué diablos había hecho? ¿Por qué le dije eso? Realmente no me importaba su vida… o al menos eso intentaba convencerme. Pero siempre la veía con ese postre, todo el tiempo. A veces lo traía desde casa, otras veces lo buscaban en la cafetería, y cuando le decían que no había de avellanas, su expresión cambiaba, se tornaba triste. Esa tristeza genuina que escondía cuando creía que nadie la observaba.

Era estúpido fijarme en eso. No tenía sentido. No podía permitirme distraerme con cosas insignificantes, no cuando mi destino ya estaba marcado por mi familia. Cada paso que daba, cada palabra que salía de mi boca, tenía que estar alineado con los planes de otros. No había espacio para errores. Mucho menos para sentimientos.

Cuando llegué a casa, las luces de la mansión estaban encendidas, lo que significaba que mis padres ya habían llegado. El portón se abrió al reconocer el auto. Saludé con un gesto seco a los guardias al entrar. Apenas puse un pie dentro, Flor, una de las señoras del servicio, me interceptó.

—Señor Asher, su padre lo está esperando en su despacho. Tenga cuidado, parece que está enojado.

—Gracias, Flor —dije sin emoción. Aunque lo intentara, nunca lograba evitar ese pequeño nudo en el estómago cada vez que tenía que enfrentar a mi padre.

Me dirigí al despacho sin apresurarme. El sonido de mis zapatos sobre el mármol resonaba en el silencio de la casa, como un eco que anticipaba la tormenta. Al abrir la puerta, lo vi de pie frente a la ventana, con una copa de whisky en la mano, mirando hacia el jardín como si ahí pudiera encontrar respuestas.

—Vaya horas de llegar —dijo sin voltearse, con esa voz grave que usaba cuando intentaba imponer respeto.

—Lo siento, estaba en casa de Katy —respondí, aunque sabía que no le importaba realmente dónde estaba.

—¿Ya se llevan bien? —preguntó girando lentamente hacia mí, con un tono seco y cargado de juicio.

—Eso es lo que debo hacer —dije, sintiendo la molestia crecer en mi interior.

—La familia de Katy y la nuestra tienen acuerdos que cumplir. Nosotros somos más ricos, pero al aliarnos con ellos, con tu boda, los beneficios serán mayores.

Siempre la misma historia. Beneficios. Alianzas. Negocios. Como si yo fuera una pieza más en el tablero que él manejaba.

—Ya lo sé —contesté con un suspiro exasperado—. Sé que lo único que te importa es tu empresa y el dinero. ¿Alguna vez te has detenido a preguntarme qué quiero?

—No, no me importa lo que quieras —dijo con frialdad, bebiendo otro sorbo de whisky—. Ya hemos hablado sobre esto. Cuando termines la secundaria, irás a Oxford a estudiar Negocios y Administración. Luego volverás y te casarás con ella. Es por el bien de ambas familias.

—No es por el bien de la familia —repliqué con rabia, poniéndome de pie—. Es por ti, por tu ambición, papá. Has descuidado a esta familia. Le haces creer al mundo que somos unidos, pero sabes que no es así.

Sus ojos brillaron de furia. Se levantó con brusquedad y lanzó su vaso de whisky contra la pared. El cristal se rompió en mil pedazos, salpicando la alfombra y dejando una mancha oscura en la pared.

—¡Tú no sabes nada!

—Tú y mamá nunca han estado para mí. Siempre me exigen, me ordenan, hasta que ya no puedo más.

—Cállate, Asher. Tienes dinero, ¿qué más quieres? No seas un estúpido y haz lo que se te pide.

Lo miré con desprecio. Había aprendido a contener las lágrimas desde pequeño. Las lágrimas eran sinónimo de debilidad. Y yo no podía permitirme ser débil.

Salí del despacho sin decir una palabra más. Hablar con él era una pérdida de tiempo. Siempre era lo mismo. Y él siempre ganaba.

Subía por la escalera cuando vi a mi madre parada en el pasillo, observando fijamente el retrato de mi hermano. Sus lágrimas caían en cascada por su rostro. Estaba tan absorta en su dolor que no notó mi presencia… o tal vez sí, pero no le importó.

—Desearía que fueras como él —susurró sin mirarme—. Eres defectuoso. Nunca serás como él. Ojalá fuera él quien estuviera aquí y no tú.

Mi pecho se contrajo. Di un paso hacia ella, pero esas palabras me detuvieron en seco. Una parte de mí ya las conocía. Otra parte, todavía deseaba no escucharlas jamás.

Me quedé ahí, en silencio, como si pudiera desaparecer si no me movía. Como si el dolor fuera menos real si no decía nada.

Por eso era frío y sin sentimientos. Mi padre no hacía más que controlar mi vida y mi madre… desearía que mi hermano estuviera vivo en mi lugar. No había espacio para mí. Solo era un reemplazo defectuoso de alguien que nunca podría igualar.

Subí a mi habitación y cerré la puerta tras de mí con cuidado, como si no quisiera que la casa escuchara cuánto dolía. Me quité el saco, los zapatos, y me dejé caer en la cama.

En la mesita de noche, una vieja foto de mi hermano y yo cuando éramos niños. Él sonreía con esa luz en los ojos que todos amaban. Yo solo lo imitaba. Siempre lo imité. Pero nunca fue suficiente.

Cerré los ojos. No quería pensar. No quería sentir.

Pobre de mi Asher...




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