El color de tu Recuerdo

Capitulo 11

Capítulo 11

Aura

Solo diré que espero que su amabilidad y humor no cambien tan rápido después de esto, pensé al empujar suavemente la puerta de la pasteleria. Asher me seguía, aunque se detuvo en la entrada, como si el ambiente cálido y acogedor lo intimidara.

—Buenas tardes, señor Mauro —saludé, forzando una sonrisa.

—Buenas tardes, Aura —respondió Mauro la sonrisa calida que siempre me recibia mientras se limpiaba las manos con un paño—. Veo que hoy vienes acompañada. Primera vez que te veo hablar con alguien que no sea este viejo.

Bajé la mirada con un poco de vergüenza, aunque sus palabras me arrancaron una sonrisa interna. No podía evitar sentirme expuesta, pero de alguna manera me gustaba la atención... su atención.

—Él es Asher, un compañero de la escuela. Vino por el cheesecake de chinola —aclaré, como si tuviera que justificar su presencia.

—¡Oh, qué bien! —dijo Mauro, y luego se dirigió a Asher con un gesto amistoso—. Aura es quien los hace, ¿sabías? Y son buenísimos. Se nota que la repostería le corre por las venas. Siéntate, muchacho, no te vayas a quedar estático en la puerta.

—Oh, sí... lo siento —respondió Asher, algo nervioso, dando unos pasos hacia adentro.

Miró alrededor y dijo, con una sinceridad que me sorprendió:

—Su pasteleria es muy bonita. Acogedora.

—Muchas gracias —respondió Mauro, con una sonrisa orgullosa—. Aunque seguro has visto mejores. Eres el hijo de los Kotyum, ¿no es así?

—Sí, lo soy. El menor —confirmó Asher, extendiéndole la mano.

Mauro la estrechó, observándolo con interés.

—Qué raro verte por estos lares.

Asher me miró y, como si sus palabras fueran solo para mí, dijo:

—Vine a traer a Aura... y a comer algo.

Mi pecho se encogió con esa simple afirmación. ¿Traerme? ¿Compartir algo? No sabía qué significaba eso exactamente, pero sonaba mejor de lo que merecía.

Mauro rió bajo, claramente complacido.

—Me alegra ver a Aura compartiendo un poco —comentó, como si yo fuera una criatura que apenas salía de su madriguera.

—Asher se irá de una vez, ¿cierto? —pregunté con un tono que intentaba parecer neutral.

—Eh… sí, claro. Pasaré otro día con más tiempo —dijo él, rascándose la nuca.

Fui hasta donde estaban los postres y le serví su cheesecake. Lo coloqué con cuidado en la cajita de cartón, y mientras lo hacía, pensaba que era la primera vez que le daba algo hecho con mis manos, directamente. No era gran cosa, pero para mí lo era todo.

Le entregué el pedido con una breve sonrisa.

—Cinco dólares.

Asher sacó su billetera y me extendió un billete de diez.

—Los otros cinco... tómalo como propina por el buen sabor de estos cheesecakes.

Me quedé en silencio unos segundos, sin saber si aceptarlo o no.

—Gracias, pero no es necesario —murmuré, incómoda.

—Está bien, Aura —me interrumpió con una sonrisa—. Si no lo quieres, solo llévame otro pedazo el lunes.

Y sin más, se despidió de Mauro y se marchó. Me quedé mirando la puerta mientras se cerraba detrás de él, con esa sensación que no podía nombrar, algo entre alivio y desasosiego.

—Se ve un buen muchacho —comentó Mauro, dándome un golpecito amistoso en el hombro antes de ir a atender a otro cliente.

Era sábado y me levanté antes de que el sol se alzara del todo. Me vestí en silencio, con los primeros rayos filtrándose por la ventana rota de mi habitación. Tenía que salir antes de que mi madre o mi padrastro se despertaran. Si me veían preparándome para ir al convento, sería otra discusión, otro encierro, otro castigo por querer ayudar a otros cuando ni siquiera podía ayudarme a mí misma, según ellos.

Salí por la puerta trasera, con los zapatos en mano, y caminé descalza hasta la esquina para no hacer ruido.

Al llegar al convento, noté algo inusual: la entrada principal estaba adornada con flores frescas, una alfombra blanca cubría el suelo, y había varias sillas perfectamente alineadas. Autos lujosos estaban estacionados en fila frente al edificio. Meseros con guantes blancos servían champán en copas de cristal.

¿Qué estaba pasando aquí?

Me deslicé por la entrada trasera y me topé con la madre superiora, doña Ana, quien me miró con dulzura.

—¿Qué es todo esto? —pregunté, confundida.

—Ay, hija... no te vi la semana pasada. ¿Otra vez te encerraron?

—Sí —dije bajito.

—Bueno, todo esto es por una gran donación. La familia Kotyum está organizando el evento. Ya sabes cómo son los ricos, todo tiene que ser un espectáculo.

Mi corazón dio un pequeño vuelco. Pensé en Asher. Era probable que él estuviera ahí, aunque él siempre decía que detestaba esos eventos.

—Hija, necesito que me ayudes con los niños. Llévalos a las sillas del lado izquierdo de la carpa, mantenlos calmados. Iré a verificar que todo esté listo para empezar.

Asentí y me dirigí al patio. Llamé a los niños que jugaban, y ellos corrieron hacia mí en cuanto escucharon mi voz.

—Muy bien, chicos. Hoy es un día especial, así que necesito que sean unos niños buenos. Siéntense allí y no hagan ruido hasta que yo les diga, ¿sí?

—¡Sí, señorita Aura! —dijeron al unísono, como un pequeño ejército disciplinado.

Mientras los organizaba, una voz aguda y cargada de desprecio resonó detrás de mí.

—Ahora entiendo por qué sigues siendo pobre. Y para colmo, estúpida.

Me giré y ahí estaba ella. Katy. Su vestido blanco era tan corto como su tolerancia, y el escote, tan innecesario como su crueldad. Tenía una sonrisa sarcástica, de esas que hieren más que una bofetada.

—¿Qué haces aquí, pobretona? —continuó—. ¿Este es tu hogar ahora? Claro, con lo que vistes, no me sorprende. Pero no te preocupes, con la donación que harán nuestros padres quizás puedas cambiarte esa ropa barata.




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