Aura
“Oh no… oh no… ¿cómo podía haber sido tan tonta?”
El pensamiento me golpeó como un balde de agua fría. Me enoje en silencio por haberme subido las mangas frente a Asher. Por un segundo, solo por un segundo, olvidé con quién estaba. Quería sentirme cómoda mientras pintaba, mover los brazos con libertad, hacer bien el trabajo. Pero me descuidé. Y él lo vio. Lo sé.
Lo supe por la forma en que apartó la mirada de inmediato. Por el nudo que se hizo en el ambiente. No me preguntó nada, no me confrontó, solo fingió no haberlo notado.
Le creí que me creyó. Tal vez solo quiso darme espacio. O tal vez le dio miedo saber la verdad.
Cuando terminamos de pintar, ya el cielo era un mar naranja que se tragaba el día. Asher se ofreció a llevarme a casa. No iba a negarme. Caminar hasta allá a esas horas, después de todo lo vivido, era como empujarme hacia un abismo.
El camino fue tranquilo. Silencioso. Pero no incómodo. Era ese tipo de silencio que compartes con alguien que no necesita hablar para que sepas que está ahí.
—Supongo que el lunes empezamos el proyecto —comenté, buscando romper un poco la tensión.
—Sí —respondió él sin apartar la vista del camino—. Iré a tu pastelería y desde ahí podemos trabajar.
—Está bien…
Hubo una pausa breve, luego su voz me alcanzó, esta vez más suave, más atenta.
—Aura…
—¿Sí? —contesté sin mirarlo directamente.
—¿Estás bien?
Me tensé.
—Sí, claro, ¿por qué lo preguntas?
—No sé… solo curiosidad —dijo, encogiéndose de hombros—. Sé que no somos los mejores amigos ni nada por el estilo, pero si necesitas ayuda… puedes contar conmigo.
Quise decirle que gracias, que eso significaba mucho viniendo de él, pero lo único que me salió fue un tímido:
—Gracias, Asher…
—Siempre y cuando me hagas el cheesecake de chinola —añadió con una sonrisa que me derritió por dentro.
Esa sonrisa…
Dios, esa sonrisa.
Para mí, era la más hermosa de todas. Cuando Asher sonreía, el mundo se detenía un instante. Mis ojos no podían mirar hacia ningún otro lado. Era como una de esas pinturas en museos que, aunque las veas mil veces, siguen atrapándote igual. Te hipnotizan.
Me dejó frente a casa. Miré la puerta con cierto temor. Desde la acera ya se escuchaban gritos. La voz de mi padrastro, furiosa, retumbaba por toda la estructura. Una vez más, el mismo infierno.
Tragué saliva. Quería dormir. Solo eso. Quería cerrar los ojos y que ese día terminara.
Respiré hondo y entré.
Decidida. A lo que fuera.
La escena fue peor de lo que esperaba.
Mi madre estaba tirada en el mueble, llorando con el rostro entre las manos. Su cuerpo encogido como si quisiera desaparecer. Mi padrastro gritaba con los puños cerrados, al borde de golpearla.
—¡No le pegues! ¡Por favor! —le supliqué acercándome desesperada.
Me giró la cara de un solo golpe.
Sentí el ardor al instante. Caí al suelo.
—¡Tú te callas, maldita niña inútil! —escupió con odio—. ¿Acaso sabes lo que ha hecho tu madre?
Me llevé una mano a la mejilla adolorida y miré a mamá.
—¿Mamá...?
Ella no me miró. Mantenía los ojos fijos en el vacío, como si rogara que el mundo la tragara.
—¡Díselo! ¡Díselo, maldita sorda, lo que has hecho! —gritó él, cada vez más fuera de sí—. ¡Tu madre está embarazada! ¿Otro niño que tengo que mantener? ¡Jamás!
Me quedé helada.
—¿Mamá...? —repetí apenas, con la voz hecha cenizas.
Ella seguía muda, petrificada. De pronto, se levantó de golpe y, sin decir nada, se abalanzó sobre mí. Me agarró por el cabello y me arrastró hasta mi habitación.
—¡Tú no tienes nada que ver en esto, Aura! ¡Sube y no salgas! ¡Siempre estás para estorbarme la vida!
La puerta se cerró de golpe.
Grité. Rogué. Lloré.
—¡Mamá! ¡Por favor, ábreme! ¡Solo quiero hablar contigo! ¡Mamá, por favor!
Pero no hubo respuesta. Solo el sonido lejano de los gritos de él y el llanto contenido de ella.
Me acurruqué en la cama, temblando.
¿Cómo era posible?
Iba a tener un hermano.
Un niño que nacería en esta casa de gritos, de golpes, de odio.
Un niño que podría sufrir lo mismo que yo.
¡No!
—Tengo que protegerlo… —me repetí una y otra vez, apretando mis piernas contra el pecho—. No permitiré que viva lo mismo. No lo permitiré.
Y mientras el dolor latía en mi rostro, y mi alma se rompía un poco más, cerré los ojos con una sola certeza: haría lo que fuera necesario para salvar a ese bebé.
Incluso si eso significaba perderme a mí misma.
Editado: 13.08.2025