Capitulo 19
AURA
Desde aquel encuentro con Katy, me había prometido dejar atrás mi enamoramiento por Asher. Solo me traía problemas: maltratos, burlas y decepciones. Y ahora, con mi madre embarazada, ya tenía suficiente peso sobre mis hombros como para seguir añadiendo más dolor a mi patética vida sin sentido.
Me dolió decirle lo que le dije. Asher había sido mi primer y único amor durante mucho tiempo, desde aquella época en la que solo me atrevía a observarlo de lejos, imaginando un mundo en el que él pudiera mirarme de la misma forma. Pero ese tiempo ya había pasado. Era hora de cerrar esa etapa… o al menos intentarlo.
La campana del receso sonó, y aunque era la hora de la comida, como siempre, no llevaba nada para comer. No tenía dinero para comprar algo, y ni se me pasaba por la cabeza ir a la cafetería pública de la escuela; ya estaba cansada de las miradas, las risas escondidas y los comentarios que creían que no escuchaba. Esa humillación diaria me estaba desgastando más de lo que admitía.
En vez de ir a clases, decidí fugarme el resto del día. Caminé sin prisa, con el corazón pesado, hasta la pastelería del señor Mauro. Ese lugar era mi único refugio. Entre aromas dulces y harina flotando en el aire, era el único espacio donde sentía que tenía un propósito. Preparar postres me hacía olvidar, aunque fuera por unas horas, el desastre que era mi vida.
—Aura, ¿qué pasa? —preguntó el señor Mauro en cuanto me vio cruzar la puerta, sorprendido por mi llegada tan temprano.
—No es tu hora de llegada, mi niña. ¿Estás bien?
Lo miré, y sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a correrme por las mejillas. Él era como el padre que nunca tuve, una de las pocas personas que me trataba con amabilidad sincera.
—Ay, mi niña… no me gusta verte llorar. Dicen que a las niñas que lloran mucho les sale un fantasma en las noches y se ponen feas… tú eres bonita, no llores —me dijo, intentando arrancarme una sonrisa.
No pude evitar soltar una pequeña risa en medio del llanto. Él me observó con una mezcla de preocupación y ternura.
—Mira cómo estás, Aura… estás muy flaca. Al parecer no estás comiendo bien, ¿verdad? —dijo, casi adivinándome los pensamientos—. Caminas mucho, estudias demasiado… tienes que alimentarte bien. Espera, voy a llamar a mi esposa para que te prepare algo rico. Ya sabes lo que dicen: barriga llena, corazón contento.
—Gracias, señor Mauro… en verdad tengo mucha hambre.
—No tienes que agradecerme, mi niña. Eres como la hija que nunca tuvimos —respondió, y por un instante vi en su mirada un deje de tristeza que me apretó el corazón.
Pasé la tarde junto a él, conversando y preparando postres. El simple hecho de pesar la harina, batir la mezcla y sentir el calor del horno me tranquilizaba. El ambiente de la pastelería tenía algo mágico: el sonido del cuchillo cortando bizcochos, el tintineo de las cucharas, el aroma a vainilla y canela impregnándolo todo.
Cuando el señor Mauro se marchó, me quedé sola un rato más, limpiando el mostrador y acomodando las vitrinas. Afuera, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo la calle de un naranja cálido. Cerré el local con llave y emprendí el camino a casa.
Esa noche tenía que terminar el proyecto de ciencias para Asher. No planeaba verlo ni hablar con él; trabajaría sola y luego le haría llegar mi parte. Mantener esa distancia era lo mejor. O al menos… eso quería creer.
Editado: 13.08.2025