Aura
Habían pasado varios días desde que decidí hacer mi proyecto sola. No quería seguir teniendo problemas ni soportar más humillaciones en la escuela. Era fin de semana, y aunque ese sábado no iría al convento —porque debía terminar el proyecto que debía presentar con Asher—, me levanté temprano y decidí ir a la pastelería a estudiar.
Ayer le había pedido al señor Mauro que me dejara quedarme ahí para trabajar en el proyecto, y amablemente me había dado permiso. No quería quedarme en casa. Ese lugar me asfixiaba. Sentía que era una bomba a punto de explotar, y que, cuando lo hiciera, el centro de la explosión siempre caería sobre mí.
Empaqué mi mochila, tomé mi cuaderno, un lápiz y algo de papel, y salí de casa sin mirar atrás. No vi ni a mi madre ni a mi padrastro; no sabía si aún dormían o simplemente no estaban. En realidad, ni lo sabía ni quería saberlo.
Caminé sin prestar atención a las calles que tomaba. Mis pies se movían solos, como si mi cuerpo supiera a dónde quería ir, aunque mi mente estuviera en otro lugar. Era como si mi cerebro estuviera desconectado del resto de mí. Tal vez era el hambre —esa punzada constante que me vaciaba el estómago y me entumecía las manos— o tal vez era el cansancio. No había comido desde la tarde anterior, y ya comenzaba a sentir que el cuerpo me pasaba factura.
Cuando por fin levanté la vista, me di cuenta de que estaba frente a la pastelería. Pero las luces estaban apagadas. Cerrada. Al no tener teléfono, no sabía la hora exacta, aunque supuse que debía ser demasiado temprano.
Suspiré resignada. Me giré buscando un lugar para sentarme a esperar, pero me congelé al verlos: esos ojos.
Eran como el cielo después de la lluvia, de un azul sereno, profundo, imposible de mirar sin perderse. Asher estaba ahí, recostado en su auto, con las manos en los bolsillos y esa calma que parecía rodearlo siempre, como si nada pudiera alterarlo. Tenía ese aire de seguridad que lo hacía parecer inalcanzable… y peligrosamente atractivo.
—¿Así que ahora me evitas? —preguntó con una media sonrisa, ladeando la cabeza.
No supe qué responder. Me quedé mirándolo, embelesada, sin poder apartar la vista. No me di cuenta de que hablaba conmigo hasta que él se separó del auto y caminó hacia mí, con pasos lentos y seguros.
—¿Y ahora también decides no responder mis preguntas? —dijo, acercándose un poco más.
Tragué saliva. Sin pensarlo, di un paso hacia atrás y negué con la cabeza. —No te estoy evitando —dije, intentando que mi voz sonara firme… pero tembló.
—¿Qué haces aquí, Asher? —pregunté al fin, más para ganar tiempo que por curiosidad.
—Bueno —respondió, encogiéndose de hombros con esa tranquilidad irritante—, tenemos un proyecto que entregar juntos. Fui al convento a buscarte, pero las monjas me dijeron que no estabas. Así que supuse que estarías aquí. Al parecer, muy temprano.
—¿Fuiste al convento… a buscarme? —repetí, sorprendida.
—Sí, Aura. Fui a buscarte.
No supe qué decir. Me dolía el pecho, no entendía por qué. —No tenías por qué hacerlo. Te dije que yo te entregaría mi parte —murmuré, bajando la mirada.
—Sí, eso ya lo dijiste. ¿Algo más? —respondió con un tono seco.
—¿Perdón?
—Que si deseas decir algo más… o vas a seguir alejándote de mí.
—No es así, yo… —intenté explicarme, pero él me interrumpió.
—Sí, sí, como sea. Súbete. Se nos hace tarde.
—¿Qué? No, tengo que ayudar al señor Mauro… —dije rápidamente, buscando una excusa.
Él arqueó una ceja, con una expresión entre divertida e incrédula. —No me mientas. Ya hablé con él, y me dijo que hoy no trabajas. Que solo venías a estudiar.
Su mirada se clavó en mí con firmeza, tan intensa que sentí que podía leerme los pensamientos. —Súbete, Aura —dijo con voz baja, pero firme—. O te subo yo. Tú decides.
El silencio se estiró entre los dos. Podía sentir cómo mi corazón golpeaba contra mi pecho, desbocado, sin ritmo ni razón. No sabía si era miedo, orgullo… o algo más.
Lo miré una última vez. Él no apartaba la vista, esperando. Y, sin entender por qué, solo asentí y caminé hacia el auto.
El aire de la mañana era frío, pero cuando Asher abrió la puerta del copiloto para mí, sentí algo cálido, como si el mundo entero se detuviera por un instante.
Quizás, solo quizás, ese día no todo sería tan malo.
Editado: 09.11.2025