Asher
Sabía que lo había arruinado desde el momento en que me alejé de ella. Verla así, con el cabello mojado, la ropa pegada a su piel y esa sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor... me dejó sin aire. No quería que lo notara. No quería que viera lo que empezaba a sentir por ella, algo que me quemaba en el pecho y que ni siquiera sabía cómo llamar.
Llegué a casa creyendo que había sido un buen día. Tranquilo, al menos. Pero todo se vino abajo cuando escuché la voz de mi padre resonando desde el pasillo.
—¿Dónde habías estado? —preguntó sin levantar mucho la voz, pero con ese tono que no dejaba espacio para respuestas. —Por ahí —respondí, sin ganas.
Me miró directo a los ojos, como si pudiera leerme, y luego se dio media vuelta. —Mañana haremos un anuncio importante. Abriremos una nueva sucursal en Miami, con nuevos socios. Prepárate… o al menos inténtalo.
—Sabes que siempre estoy preparado, padre. ¿O acaso todas las clases extracurriculares no son suficientes?
—No, no lo son. No eres él. No eres tu hermano. ¿Entendido?
Tragué saliva y apreté los puños. —Sí. Lo tengo claro. Estaré listo para mañana.
—Bien —asintió—. Y no olvides invitar a la chica. Ya deben empezar a presentarse juntos ante la prensa. Hay que mostrar estabilidad.
“Estabilidad.” Una palabra que en mi casa significaba “apariencia”. Asentí sin decir nada más y subí las escaleras. Me encerré en mi habitación, dejando que el silencio me tragara. Porque aunque me doliera admitirlo, esa era mi vida: todo planeado, todo controlado, todo según las reglas de ellos.
A la mañana siguiente me levanté sin haber dormido casi nada. Pasé la noche leyendo cláusulas, contratos, manuales... cualquier cosa que me distrajera de pensar en ella. Aunque fuera domingo, no importaba. En mi familia los domingos también pertenecían a la empresa.
Cuando bajé, ya vestido, mi madre apenas levantó la vista. —Desayunarás después. No hay tiempo. —Bien —respondí seco.
El camino a la empresa fue en completo silencio. Ni una palabra, ni una mirada. Al llegar, los periodistas intentaban acercarse, pero los guardias los apartaban como si fuéramos figuras de porcelana. Subimos al último piso, al salón de conferencias.
Mi padre comenzó su discurso, hablando de ganancias, proyecciones y nuevas adquisiciones. Yo apenas lo escuchaba. Mi mente se había ido. Y lo peor era que sabía perfectamente a dónde. Aura. Su risa. Su mirada color canela. Esa paz que solo sentía cuando estaba cerca de ella.
—Y por último —escuché decir a mi padre—, Asher presentará los datos clave para la apertura de la nueva sucursal en Miami.
Volví a la realidad. Me levanté, respiré hondo y caminé hacia la pantalla. Mi voz sonó firme, fría, automática. Hablé de estadísticas, porcentajes, estrategias... como si realmente me importara.
—¿Alguna pregunta? —pregunté al final.
El viejo Maxwell, ese adulador insoportable de mi padre, levantó la mano. —Sí, tengo una. ¿Cómo podemos confiar en estos datos si tú no tienes experiencia?
Vi la sonrisa satisfecha en su rostro. Quería verme fallar. Pero no le di ese gusto.
—Al parecer tengo más experiencia de la que crees, Maxwell —respondí tranquilo—. Con tres sucursales abiertas bajo mi cargo, creo que eso dice suficiente. Me incliné un poco hacia él. —A menos que quieras que hablemos de los presupuestos fantasmas y las compras que no cuadran en tu área de marketing.
El silencio fue brutal. Pude sentir las miradas, incluso la de mi padre… aunque, como siempre, no buscaba reconocerme.
Esperaba una mínima aprobación suya, pero no llegó. Ni una palabra. Ni un gesto.
—¿Alguna otra pregunta, caballeros? —dije con calma, dirigiendo mi mirada a Maxwell. Nadie habló. Di por terminada la presentación y me senté.
Poco después, Alicia —la asistente de mi padre— anunció un brindis en el salón de eventos. Todo estaba impecable: luces doradas, copas de cristal, música suave. La perfección vacía de siempre.
Brindamos, sonreí donde debía sonreír, hablé con quienes debía hablar… hasta que la vi.
Aura.
Entraba con una bandeja de postres. Su delantal blanco, sus trenzas, esa forma tan natural de moverse. Mi pecho se apretó. Era como si el aire se detuviera cada vez que aparecía.
Iba a acercarme, pero sentí una mano en mi brazo. —Asher, querido —la voz aguda de Katy me sacó del trance—. Perdón por llegar tarde, no encontraba un vestido adecuado.
La miré. Y sí, definitivamente no lo había encontrado. Su vestido era tan ajustado que dejaba poco a la imaginación. —No hay problema —dije sin interés—. De todos modos no habrías entendido mucho de la reunión.
—Ay, amor, no seas así —dijo con su tono meloso—. Esos temas no me interesan, tú eres el que va a dirigir la empresa, ¿no?
—Que la dirija no significa que no puedas esforzarte en algo, Katy.
—Sí, sí, lo que digas —bufó—. Vamos por postre, parecen buenos.
Nos acercamos a la mesa. Aura nos miró, sorprendida. Pude ver cómo se tensó al vernos juntos.
—¿Qué postre les gustaría? —preguntó con su voz suave.
—No lo sé… —empecé, pero Katy me interrumpió. —¿Son buenos o saben a pobres?
Sentí cómo la rabia me subía por la garganta. —Katy, basta —le dije en un tono firme.
—Qué aburrido eres, Asher. A mí dame el de frambuesa. Y para él… el de fresa.
Aura bajó la mirada, intentando mantener la compostura. Pude notar el brillo en sus ojos, ese tipo de brillo que duele mirar.
Katy se alejó enseguida, aburrida. Aura me tendió un pequeño postre de chinola. —Toma —dijo sin mirarme—. Sé que es tu favorito.
Por un segundo, el mundo se detuvo. —Gracias —murmuré, intentando sonar indiferente.
Tomé el postre y me alejé sin volver la vista atrás. Porque si lo hacía, sabía que no podría disimular lo que sentía. Y aunque me doliera… en mi mundo, sentir estaba prohibido.
Editado: 09.11.2025