Aura
Después de aquel día con Asher, cuando hablamos de Kevin, todo empezó a sentirse distinto. Ya no éramos solo compañeros que tenían que verse tres veces por semana para terminar un proyecto. De alguna manera… él empezó a buscarme más. Llegaba antes de lo que decía, salía después de lo necesario y siempre encontraba alguna excusa para quedarse hablando unos minutos más conmigo.
Aunque, siendo sincera, ya habíamos terminado el proyecto hacía días. Literalmente.
Las últimas semanas habían sido confusas. Kevin se había vuelto más insistente, y cada vez que intentaba acercarse a mí, podía sentir la mirada de Asher atravesándonos desde donde estuviera. Esa mezcla de enojo, sorpresa… o lo que fuera que él sentía. Yo no entendía nada, pero tampoco podía ignorarlo.
Y Kevin… bueno, Kevin era intenso. Un par de días antes me había dicho que era bonita y que debería salir más, “estar con chicos”. Eso me molestó, pero no dije nada; al final él era el único que mostraba interés en ser mi amigo. Con Asher era distinto. Él y yo teníamos… una historia, aunque ni siquiera sabía cómo describirla. Y estar cerca de él se complicaba porque cada vez que nos veía, Katy me lanzaba esa mirada de odio que llevaba semanas perfeccionando.
Ese día llegué a la pastelería con una mezcla de nervios y nostalgia. Sabía que sería la última tarde en la que Asher y yo trabajaríamos juntos. Por eso decidí preparar su postre favorito: el de chinola. No se lo había dicho, solo lo hice. Un poquito por costumbre, un poquito por querer verlo sonreír una vez más.
Él me había dicho que tenía práctica de baloncesto, así que me tocaba esperar. Atendí clientes, limpié mesas, preparé mezclas. La pastelería se llenaba del olor dulce de siempre, pero yo solo estaba pendiente del reloj.
Las horas pasaron. Y él no llegaba.
Cuando ya casi eran las siete, me rendí. —Claro, Aura —me dije a mí misma mientras guardaba los utensilios—, él tiene su vida. No va a venir corriendo solo porque tú quieras verlo.
Estaba apagando las luces cuando escuché el tintineo de la puerta. Me giré, y ahí estaba él.
Asher.
Entró como si fuera una escena de película: sudado, el cabello rubio húmedo por la práctica, respirando agitado, como si hubiera corrido kilometros para poder llegar a mi.
“Por favor, despierta, Aura”, me repetí mentalmente.
—Hola, Aura —dijo él, sonriendo con cierta timidez—. Perdón por llegar tarde, el entrenador nos retuvo más tiempo del normal. —¿Aura? —Eh… sí… —tartamudeé—. No hay problema.
Mentira. Sí había problema. Lo había esperado y me había preocupado. Pero no sabia que si era lo correcto decirlo.
—¿Van a cerrar? Igual ya terminamos el proyecto —dijo él mientras miraba alrededor.
—Sí… claro… o sea… sí —dije, sonando como una completa idiota.
Se quedó parado en la puerta. Literalmente no se movió. Nos quedamos mirándonos unos segundos hasta que yo rompí el silencio:
—Pasa. Te quedaste ahí congelado.
—Ah… sí. Gracias —respondió entrando con esa sonrisa leve que me desarmaba.
Se sentó en una de las mesas, y yo me sentí ridículamente nerviosa de repente.
—Te preparé tu postre favorito —dije, soltándolo todo de golpe. Y de inmediato me arrepentí. ¿Quién decía eso sin pensar?
Asher levantó una ceja, curioso, y se levantó para acercarse a mí. Pasó tan cerca que pude sentir el olor a jabón mezclado con sudor y el perfume leve que siempre usaba.
—¿Ah sí? —preguntó con voz baja—. ¿Y cuál es mi favorito, Aura?
Mi corazón decidió correr una maratón en ese instante.
—El de chinola… —murmuré.
—Mmm —sonrió con sus hoyuelos perfectos—. Es cierto.
Saqué el postre, intentando disimular mi cara de tomate.
—Aquí tienes. Lo preparé porque… bueno, es nuestra última vez como compañeros.
Él dejó de sonreír por un segundo.
—Ah, sí. Como compañeros —repitió, y se quedó mirándome serio—. Sobre eso quería hablar.
Tragué saliva.
—No sé si te molesta —empezó—, pero… ¿puedo seguir viniendo algunos días a ayudarte aquí? He visto que a veces tienes demasiados clientes, y también que sales un poco tarde. Y… pues… como compañeros… no me gusta que te vayas sola. Quizás te moleste, pero prometo que solo voy a ayudar, no voy a intervenir en nada que no quieras y—
—Asher… respira —me reí. Mi risa lo relajó, y él también sonrió, avergonzado.
—Acepto —dije—. Hablaré con el señor Mauro. Dudo que se niegue a tener un poco de ayuda gratis.
Sus ojos se iluminaron.
—¿De verdad? Gracias, Aura.
—Claro.
—Déjame comer el postre —dijo tomando la cuchara—. Ya tengo demasiadas ganas de probarlo.
Lo observé mientras lo hacía. Cada gesto suyo, cada sonrisa, cada palabra… todo en él se sentía tan fácil, tan natural, tan… peligroso para mí.
—Después te llevo a casa —añadió.
—Sí, claro —respondí, con el corazón acelerado.
Mientras lo veía disfrutar el postre, solo un pensamiento ocupaba mi cabeza:
¿Lo hacía porque le daba pena? ¿O porque simplemente quería estar conmigo?
No tenía la respuesta.
Pero sí sabía una cosa: sentir que Asher seguiría viniendo a la pastelería… me hizo más feliz de lo que quería admitir.
Editado: 02.12.2025