Es casi la hora cero del día. Está por amanecer, pero me encuentro despierto desde hace horas. Luego de haber descansado un momento, permanecí gran parte de la noche en vela por cuidar de mi padre. Ahora se siente un poco mejor pues su fiebre ha disminuido bastante, y esto me hace sentir aliviado.
Decido salir de casa para conseguir un poco de alimento, pues lo que había se ha agotado. Reviso mi bolsillo y encuentro el dinero que el señor Gamboge me dio ayer, y lo sumo al resto del dinero recibido en días pasados. No es mucho, pero creo que será suficiente para algunas piezas de pan, algunas porciones de fruta y vegetales.
Recorro las calles de la comunidad Verde, y en cuestión de minutos llego a una zona cercana a los límites entre la colonia Verde y el centro de la ciudad. Allí se encuentra la pequeña tienda de la señora Canario, una mujer Amarillo de edad madura a quien mi padre le compra los víveres.
El mayor desafío es ser atendido en uno de estos establecimientos. Si mi padre hubiera venido no habría problemas en adquirir los víveres; de hecho, él se encargaba de efectuar las compras incluso cuando su enfermedad había comenzado a manifestarse, pero ahora, debido a que su estado de salud ha empeorado, le resulta imposible hacerlo. Por desgracia, en mi caso es diferente debido a que los establecimientos comerciales de cualquier tipo no atienden a las mezclas, y mucho más está prohibido el ofrecernos cualquier clase de servicios o incluso tenernos como empleados. Esa es la razón por la que ingreso de forma tan clandestina a la posada del señor Gamboge, para no meterlo en problemas a él y su comercio. Sin embargo, si no me arriesgo a hacer la compra, jamás sabré si podré o no conseguir alimentos para mi padre; solo espero que la situación resulte, al menos, favorable para mi persona.
Me acerco a la tienda y noto que, a pesar de que es muy temprano, ya hay una fila en espera por conseguir víveres. No es algo extraño; de hecho, todas las tiendas de conveniencia se llegan a abarrotar a esta hora de la mañana debido a que todos en la ciudad inician sus actividades diarias en ese momento del día.
Me coloco al final de la fila, de manera discreta y silenciosa, con la cabeza agachada y la capucha sobre mi cabeza para no ser percibido por la gente del local; pero por desgracia, una mujer Azul que se encuentra al final de la fila se da cuenta de mi presencia.
—¡La mezcla! —murmura con voz susurrante y gesto ofendido, como si lo que estuviese detrás de ella fuese una criatura inmunda.
La reacción de la mujer hace que todos volteen hacia atrás y muchos de ellos comienzan a balbucear palabras en contra de mi persona, mismas que prefiero ignorar.
—¡Saquen a ese proscrito de mi tienda! —grita la señora Canario.
—Señora, yo solo... —intento explicar, pero el ruido de la gente solo silencia mi voz.
—¡A un lado, mezcla! —profiere un sujeto Rojo, corpulento y ataviado con un uniforme de soldado, que recién acaba de ingresar. Este me toma de la ropa con una sola mano y me levanta en el aire para después arrojarme fuera de la tienda como si fuera un pedazo de basura, a lo que todos responden con aplausos y gritos de júbilo.
Mientras me encuentro en el suelo, algunas personas pasan a mi lado y se preguntan qué es lo que ha sucedido. Entonces, cuando les cuentan sobre esto, también reaccionan dichosas y algunos proceden a insultarme o arrojarme piedras.
—Considera esto como una advertencia —señala el hombre Rojo y me apunta con su enorme dedo índice—. Si volvemos a verte fuera de tus límites, no seremos tan amables contigo.
Sin perder más tiempo, me levanto del suelo y me interno en un callejón. Allí, reposo mi cuerpo contra una pared mientras trato de recuperar el aliento. La rabia y la impotencia comienzan a apoderarse de mi persona. Era el único lugar al que podía acudir para comprar víveres. ¿Cómo voy a explicar a mi padre que ya no será posible conseguir alimentos, y que estamos condenados a perecer por el hambre? Solo de pensarlo siento que algunas lágrimas tratan de brotar de mis ojos debido a la derrota, pero entonces tomo aliento y exhalo para después pasar a retirarme de regreso a mi casa.
Avanzo un par de calles, y en ese momento escucho algunos pasos detrás de mí que me siguen con prisa. Me vuelvo sobre mis talones y encuentro a un hombre Azul. Lo recuerdo; él se encontraba detrás de una mujer Púrpura que esperaba su turno antes de mí.
En apariencia es joven, tal vez apenas arriba de los veinte años. Es muy alto y de cuerpo no muy grueso de carnes. Su vestimenta es muy formal, como los de su color suelen llevar, con levitón, chaleco, camisa y pantalón. Lleva el cabello un poco largo y peinado hacia atrás, con un par de mechones que caen hacia los lados de su rostro. Su color corporal es claro, muy diferente del resto de los Azul que he visto cuya piel, cabello, ojos y vestimenta son de un tono más intenso, y en sus manos lleva dos bolsas de tela.