Han transcurrido varios días desde mi encuentro con Cyan, y no he vuelto a verlo desde entonces. Los víveres que él compró ya han comenzado a escasear a pesar de que los racioné de manera eficiente para que pudieran durar por un tiempo, por lo que ha llegado el momento de volver a resurtir la alacena.
Es muy temprano por la mañana y apenas acaba de amanecer. Camino por las afueras de la zona centro de la ciudad en busca de un lugar donde pueda realizar mis compras, actividad que resulta infructuosa debido a que nadie tiene deseos de atender a un rechazado de la sociedad. La única opción que me queda es intentar volver a la tienda de la señora Canario; sin embargo, existe cierto dilema personal con respecto a ello. Tengo la necesidad de hacerlo, pero la injusta manera en la que fui tratado en ese sitio la última vez, y la amenaza que cuelga sobre mi cabeza, me disuaden por completo.
Debo tomar una decisión, y debo hacerlo pronto.
—¿Flint? —me llama una voz desde la distancia, así que me vuelvo sobre mis talones para ver de quién se trata.
—Cyan —le saludo sorprendido al darme cuenta de que se trata de él.
—¡Cuánto tiempo sin verte! —responde a mi saludo entusiasmado al tiempo que me toma de los hombros—. Han sido muchos días desde entonces. ¿Cómo has estado? ¿Está todo bien en tu vida?
—Sí —respondo con voz algo baja.
—Te veo un poco cansado —señala en referencia a mis ojeras y mi rostro—. Estás demasiado delgado y demacrado. ¿No estarás enfermo?
—No —contesto un tanto cortante, un poco agobiado por sus preguntas—. Oye, quisiera pedirte un favor —añado.
—Oh, por supuesto —expresa entusiasmado.
—Verás, sí deseo conversar un poco, pero quisiera hacerlo en privado —señalo con los ojos de forma discreta a un par de personas que pasan a la distancia y que podrían vernos, lo que nos metería en problemas.
—Entiendo —responde a la vez que mira de reojo.
—Nos vemos en los callejones de la antigua colonia Verde —indico—. Ve, camina como si siguieras tu paso, y un par de calles después te internas sin que te observen. Yo me iré por esta calle, y nos encontraremos allá.
—De acuerdo —asiente, y entonces sigue su camino como si nada hubiese sucedido. Por mi parte, procedo a hacer lo que indiqué, y en un par de minutos nos encontramos en un punto donde no podamos ser vistos—. Ya estamos aquí. ¿Qué es lo que se te ofrece? —inquiere Cyan.
—Es justo lo que quiero saber. ¿Por qué muestra tanto interés en mi persona? ¿Qué es lo que desea conseguir de mí?
—Nada, Flint, solo trato de ser una buena persona contigo; no lo sé, tal vez quiero conversar y saber qué hay de nuevo en tu vida y ver si puedo ayudarte en algo —responde un tanto preocupado—. ¿Ocurre algo malo con eso?
Mi respuesta a sus palabras es una exhalación fuerte, y después reposo mi cuerpo contra la pared de una de las casas. Respiro con fuerza y después me río con cierta ironía.
—¿Estás bien? ¿Hay algún problema por el que atraviesas? —curiosea Cyan un poco preocupado.
—Discúlpame; me comporto un poco paranoico. Tal vez es el cansancio, o qué se yo —me excuso.
—Puedo percibirlo. No estás habituado a que otros te traten con amabilidad, por eso te mantienes en actitud defensiva todo el tiempo —explica—. Te comprendo, y puedo comprender la situación que vives —añade. Al principio, me muestro un tanto desconcertado por lo que dice, pero al fijarme mejor en su color entiendo mejor de lo que habla—. Claro, no sería justo comparar lo que vivo día a día con lo que tú vives, pero puede decirse que, en cierta medida, tú y yo somos iguales.
»Por eso muestro particular interés en tu persona, Flint. Entiendo que resulta complicado para los que son como nosotros tener a alguien en quien confiar, por esa razón pienso que debemos ayudarnos de alguna forma u otra. No sientas temor pues mis intenciones son nobles —concluye, y en su rostro muestra una tenue sonrisa.
—Lo entiendo a la perfección, y lo agradezco mucho —señalo.
—Entonces, ¿qué dices? ¿Te gustaría tener un amigo en quién confiar? —pregunta con su mano extendida hacia mi persona.
—Por supuesto —respondo a su saludo, y él sonríe con regocijo una vez que estrechamos nuestras manos.
—Perfecto. ¿En dónde estábamos? ¡Ah, sí! Me dirigía hacia una tienda para conseguir lo necesario para el desayuno. ¿Y tú?