Terminada la asamblea, un sirviente Amarillo nos traslada a la señorita Perla y a mí fuera del palacio y nos conduce a un edificio de gran tamaño donde habitan todos los sirvientes, cocineros, y empleados en general. De acuerdo al trabajo que uno efectúa es la habitación que uno recibe; de esta forma, empleados como instructores de arte, de actividades deportivas, maestros, entre otros, viven en las partes más altas, donde se encuentran las habitaciones más confortables, mientras que el resto de empleados vive en habitaciones de una calidad inferior.
Entramos a dicho edificio y el sirviente nos lleva a nuestra habitación. Al abrirla, podemos ver que contiene dos camas individuales, un mueble para guardar prendas de vestir, una mesa, un par de sillas, una ventana con vista al jardín, una ducha y un cuarto de aseo personal con sanitario. Para la señorita Perla, que estaba acostumbrada a lujos y comodidades, tal vez ese sitio parezca incómodo, pero para mí es, tal vez, el mejor lugar donde haya vivido.
—Esta será su residencia de ahora en adelante —expresa el hombre Amarillo—. Su llave —dice, y se la entrega a la señorita Perla—. Una vez que se instalen, vayan a la sala principal. Allí se encuentra el capataz quien les asignará un trabajo. Es por este corredor, a la derecha —indica—. Que tengan buen día —concluye, y entonces hace una pequeña reverencia para pasar a retirarse.
—Te dejaré la que está cerca de la ventana —dice la señorita Perla con una sonrisa plácida—. Bueno, será mejor que nos presentemos ante el capataz —señala. Yo solo asiento, y juntos nos dirigimos al mencionado sitio.
Al llegar allí encontramos a un empleado Amarillo de tonalidad muy oscura sentado detrás de un gran escritorio. Hay una placa en la mesa que dice «SEÑOR RUBIO. ENCARGADO DE SERVIDUMBRE Y EMPLEADOS DEL PALACIO». En cuanto a su apariencia, luce elegante ataviado con prendas de vestir formales, es de constitución un poco fuerte, con su cabello corto peinado hacia atrás y su rostro de edad madura iluminado por una tenue sonrisa.
—Buen día tengan ustedes, señorita Perla —le saluda—, y usted... —añade un tanto perturbado por mi presencia.
—Flint —respondo.
—Sí. Bueno, bienvenidos al departamento de la servidumbre —añade sin eliminar la sonrisa de su rostro—. Fui informado de la situación que se suscitó en el palacio, y me pidieron que preparara algunas vacantes disponibles para ambos —menciona, y toma una tablilla con un sujetador que contiene varias hojas de papel—. Para usted, señorita Perla —señala, y comienza a leer el contenido de las hojas—, tenemos puestos en lavandería, cocina y limpieza. Elija la que más le plazca.
—Que sea lavandería —escoge sin dudarlo un momento.
—De acuerdo —indica, y toma un papel que procede a entregárselo a ella—. Llene este documento con su información personal y entréguelo a la señora Miel en el departamento de lavandería en el palacio. ¿Tiene idea de donde se encuentra?
—Por supuesto; de pequeña solía pasear por el palacio, y conozco cada rincón de él —aclara con tranquilidad y una sonrisa amable.
—Bien. Para usted, joven mestizo —dice a la vez que da vuelta a la hoja—, tenemos un puesto disponible en las caballerizas reales —señala, y acto seguido me entrega el mismo documento que a la señorita Perla—. Llénelo con su información personal y llévelo al señor Butterscotch, quien le asignará sus actividades. Mandaré llamar a un empleado para que lo lleve hasta él, ¿está de acuerdo?
—De acuerdo —respondo, aunque no con demasiado entusiasmo.
—Perfecto. Les deseo lo mejor en su trabajo. Si tienen alguna duda, aquí estaré para servirles —finaliza con una sonrisa algo incómoda en su rostro.
La señorita Perla y yo agradecemos al señor Rubio y pasamos a llenar el documento con nuestra información. No pide demasiado, solo el nombre, la edad y alguna experiencia laboral y enumerar nuestras aptitudes y cualidades. Hecho esto, pasamos cada uno a nuestro respectivo sitio de trabajo.
Ahora soy guiado por un empleado Amarillo de tonalidad algo pálida, otra mezcla con un integrante de la realeza de color Blanco, como Cyan. Me conduce hasta una parte alejada del palacio y del edificio para empleados, una gran edificación con forma abovedada en el techo. Se trata de las caballerizas reales, donde se guardan a los caballos que tiran los carruajes, además de aquellos que montan los reyes, príncipes y demás integrantes de la realeza en sus actividades como la equitación o la cacería.
—Aquí es —señala con seriedad y de forma cortante. No es demasiado amable con mi persona, pero tampoco es despectivo como otros—. El señor Butterscotch se encuentra dentro. Con su permiso —dice el hombre, y entonces se aleja.
Me acerco a la puerta y la abro, y dentro me encuentro a un sujeto Amarillo de gran altura y apariencia fuerte. Su rostro es un poco cuadrado, con bigote y barba espesa, y su vestimenta es un poco informal, pues lleva una camisa, un chaleco de piel sin abotonar, un par de pantalones, botas largas y un sombrero de ala ancha.
—¡Por todos los colores! ¿Qué hace una mezcla como tú aquí? —me habla con brusquedad.
—Me asignaron aquí para trabajar —respondo con calma.
—¿Y quién en todo Croma sería capaz de eso? —añade indignado.
—El capataz Rubio —contesto de nuevo, y procedo a entregar el documento.