El color del cambio

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Seis años.

Es el tiempo que ha transcurrido desde que llegué al palacio.

La vida en este sitio sin duda ha resultado ser un poco mejor que lo que había conocido durante dieciocho años, y a decir verdad ha sido mucho mejor de lo que hubiera esperado. Claro, está lejos de ser un glorioso paraíso, pero al menos no está tan lleno de penurias como lo era mi existencia en las comunidades Verde.

El trabajo es duro, y la paga que recibimos es regular. Diario tenemos que conseguir alimento y agua fresca para los caballos, limpiar sus establos y mantenerlos a ellos limpios, saludables y con buen aspecto, además de sacarlos a caminar y ejercitarse. En ciertos momentos tenemos un poco de tiempo libre que podemos aprovechar para alguna actividad personal. Mis compañeros Amarillo suelen jugar y hacer apuestas o van a eventos deportivos en los que participan los Naranja, pero en mi caso dedico dedicarme a realizar cualquier otra actividad, siempre y cuando las circunstancias me lo permitan.

Como lo prometió, el señor Admiral se encargó de velar por mí y por la señorita Perla. Con frecuencia me ha llevado obsequios, como libros y otras cosas necesarias. Asimismo, se ha encargado de proporcionarme la adecuada educación sobre diversos temas. Si bien no tuve la oportunidad de asistir a una escuela para recibir educación, mi padre me enseñó cuanto pudo; por desgracia, no tenía demasiado material para sus clases; ni siquiera libros. Solo recuerdo haber leído un libro viejo y desgastado que mi padre encontró en un vertedero de basura y que hablaba de la historia de un joven, una máquina extraña, algo sobre amistad, la familia y el nunca rendirse a pesar de tener todo en contra, palabras que mi padre y yo hicimos como nuestras durante nuestra vida.

El señor Admiral me ha mostrado sus conocimientos en materias como las ciencias, historia, matemáticas, arte, economía, entre otras. Gracias a él he aprendido mucho, y el interés que puso en mi persona, además de su cercanía hacia nosotros lo ayudó a convertirse en una figura paterna para mí.

En cuanto a mi persona, debo decir que mejoré bastante en diversos aspectos. Mi aspecto raquítico y casi cadavérico ha pasado a tener un semblante más saludable. Soy más inteligente e incluso he cultivado pasatiempos como la pintura, gracias a la ayuda y la enseñanza del señor Admiral por supuesto, y también he puesto en práctica mis habilidades culinarias en más de una ocasión, lo que ha sido del deleite de mis compañeros de trabajo.

Por cierto, no creerán quién se encuentra en el palacio. Así es, ¡mi amigo Cyan! Sucedió que necesitaban un nuevo maestro para los pequeños príncipes, así que le di a conocer mi recomendación al señor Admiral, quien accedió a contratarlo con gran placer. De esta manera, Cyan ingresó a trabajar al palacio real.

Debieron ver su reacción cuando nos reencontramos. Al ver que me encontraba vivo, sano y a salvo, corrió presuroso a abrazarme, e incluso lloró sobre mi hombro. Él también se había enterado de los rumores sobre mi fallecimiento y sufrió por ello durante mucho tiempo y estaba lleno de dicha por verme de nuevo. Una vez más, mi mejor amigo estaba de regreso en mi vida.

Con frecuencia nos vemos en las habitaciones y en el comedor durante la mañana y la noche. Tomamos nuestro almuerzo juntos, además de él, la señorita Perla, Dijon y yo. Por primera vez en mi vida, la oscuridad que me rodeaba se ha llenado de luz, y ahora puedo ver mejor el sendero de mi vida.

Sin embargo, es evidente que no todo puede ser dulzura en la vida. Son poco frecuentes las ocasiones en que las circunstancias son adversas, pero nada que no haya tolerado antes. Lo más frecuente son los insultos y malos tratos de parte de nuestros amos, los reyes, y sus hijos los príncipes. Es como si les hubieran enseñado a manifestar repudio hacia mi persona. No olvidemos también a mi jefe directo, el señor Butterscotch, y al resto de trabajadores que residen en el palacio, quienes suelen ser hoscos en su trato hacia mí; como lo he dicho antes, nada a lo que no me encuentre acostumbrado. En más de una ocasión han buscado la manera de entramparme con la intención de tener algo qué reclamar en mi contra y de esta forma ser despedido, situaciones de las que he logrado salir impune gracias a mi perspicacia y a la ayuda de algunos de mis compañeros, en especial el señor Admiral, que han abogado en mi favor.

Hoy ha sido un día como cualquier otro, y después de mi jornada laboral disfruto de una deliciosa cena en compañía de mis amigos y compañeros de trabajo.

Han pasado unos minutos desde que terminamos y mantenemos una amena conversación con Dijon y Cyan. De pronto, un sirviente Amarillo se acerca a nuestra mesa.

—Señorita Perla, señor Flint, he venido para informarles que el señor Admiral solicita de su presencia en su sala de estudio —habla el sirviente.

—Entendido. Iremos en un momento —indica la señorita Perla, y el sirviente efectúa una reverencia para después marcharse.

Nos despedimos de Cyan y Dijon y pasamos a salir del comedor para dirigimos hacia la sala de estudio. Allí encontramos al señor Admiral sentado detrás de su escritorio.

—Buenas noches, amigos —saluda, y la señorita Perla y yo respondemos a su saludo—. Los he citado para hablar acerca de los avances que he obtenido en nuestro proyecto —añade.




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