Han transcurrido un año desde aquel día en que decidimos concretar el plan. He permanecido en mi trabajo, al pendiente de las acciones del señor Admiral, y bajo su consejo he mantenido un perfil bajo sin llamar demasiado la atención para que nuestro proyecto no sea dado a conocer y arruine todo por lo que se ha trabajado este tiempo.
El día de hoy es muy especial para todos los trabajadores en el palacio, y de principal interés para mi persona: el día de la liberación. Si las circunstancias han resultado favorables, tal y como el señor Admiral lo ha prometido, este podría ser mi último momento como trabajador en las caballerizas y el comienzo de un posible mejor futuro.
Este día la actividad en las caballerizas es como cualquier otro día. De pronto, por el lugar donde entran los caballos, se ve a una persona que se acerca montada en uno de ellos.
Es una de las princesas Negro, una joven de, tal vez, unos diecisiete años. Lleva puesto un vestido especial que usa cuando practica cabalgatas, y monta a «Canela», una yegua del color de la especia.
En el momento que ingresa, posa sus ojos sobre mi persona. Es una mirada serena, muy diferente a la que me dedican todos los demás. Es curioso, pero esa profundidad que tiene su mirada hace que me pierda un momento en ella, y provoca en mi interior una sensación desconocida, pero agradable.
—Sirviente, por favor ayúdeme a descender —habla con calma.
—Enseguida —respondo, aunque no de inmediato, entonces tomo un escabel y me acerco a la yegua por el lado izquierdo.
La joven extiende su mano; yo la tomo y la ayudo a descender de la yegua. Una vez que está en el suelo, arregla un poco sus prendas de vestir y entonces vuelve su mirada hacia mí.
—Gracias, buen mozo —expresa, y alcanzo a percibir una leve sonrisa en su rostro.
He de admitir que me ha tomado por sorpresa. Hasta ahora, ninguno de ellos, tanto reyes y reinas como príncipes y princesas, me ha pedido ayuda para subir o bajar de un caballo, ni mucho menos me han agradecido por ayudarle en alguna labor. De hecho, prefieren huir de mi presencia o se niegan a solicitar mi ayuda. Sin embargo, ella no parece ser así. Su cálida sonrisa hace que dentro de mí se forme una sensación extraña que me estremece. Siento como si algo tibio recorriera mi rostro y mi cuerpo, un inusual cosquilleo en el vientre, y el corazón late fuerte y con rapidez. Jamás había experimentado esto antes... ¿Qué me sucede?
—¿Está usted bien? —inquiere ella.
—Sí, claro —respondo nervioso—. Voy... voy a...
—¿Todo en orden? —pregunta el señor Butterscotch, quien aparece de inmediato en escena.
—Todo está bien, señor —responde con calma la joven.
—Perfecto. Flint, lleva a «Canela» a su lugar; yo acompañaré a la señorita afuera de este recinto —ordena el señor Butterscotch.
—De acuerdo —respondo, y procedo a hacer como él solicitó.
Después de que culminamos con nuestras labores, el señor Butterscotch se dirige hasta donde me encuentro con una sonrisa burlona en su rostro.
—No tienes oportunidad con ella —comenta de repente, lo que me deja desconcertado.
—No comprendo —respondo fuera de mí. No es mentira, pues en verdad no sé de qué habla.
—Me di cuenta de la forma en la que mirabas a esa chica. Te aconsejo, muchacho, que no pierdas el tiempo; ella está muy lejos de tu alcance, sin olvidar las diferencias que existen entre tú y ella —señala en referencia a mi cuerpo y el color de mi piel.
Sus palabras tan solo provocan que levante los hombros, suelte un poco de aire por la nariz y menee la cabeza un poco.
—De acuerdo —respondo.
—Por cierto, muchacho, debo recordarte que hoy es un gran día para ti y los trabajadores de este sitio.
—El año de la liberación.
—Así es. ¿Qué vas a hacer? ¿Te quedarás otros siete años en el palacio?
—Si me lo permiten, así será.
—¿Trabajarás en la caballeriza? —indaga.
—Es una posibilidad —respondo—, aunque puede que suceda algo mejor para mí —añado lleno de confianza, a lo que el señor Butterscotch responde con un soplido de aire de la nariz y otra vez esa sonrisa burlona.
—Flint —llama Dijon desde la distancia, y entonces procede a acercarse.
—Dijon, amigo, ¿qué sucede? —indago.