El color del cambio

14

Algunas semanas han transcurrido desde aquella noche. Hubo un pequeño cambio en mis asignaciones pues ahora, en lugar de servir a Lady Raven, sirvo a la gobernante Blanco de nombre Daisy como parte de su grupo de sirvientes personales; esto con la intención de consumar nuestro plan en un momento posterior.

Hoy ha sido un día complicado. Desde hace días ella comenzó a sentirse enferma, y los médicos no han logrado descubrir qué es lo que la aqueja. Solo saben que, si todo continúa de esa forma, no durará más de una semana, lo que nos preocupa a la señorita Perla, al señor Admiral y a mí en gran medida.

Esta mañana salgo de su habitación por indicación tanto del médico como de la señora Piña, su actual sirvienta principal. Me dirijo hacia la cocina para dejar allí una bandeja en la que llevo un plato de sopa a medio terminar. Camino con tranquilidad por el corredor y en ese momento veo a una de las sirvientas Amarillo hincada sobre el suelo. Es la escena de un pequeño accidente. A su alrededor hay numerosos fragmentos de porcelana y cristal, los restos de un plato, un tazón, una copa y una taza, además de cucharas y tenedores desperdigados por el piso.

La pobre mujer limpia con prisa y nerviosismo, temerosa de que otros sirvientes vayan a advertir a la señora Flaxen y al capataz Rubio sobre su error y estos tomen represalias en su contra.

Compasivo, coloco mi bandeja sobre una pequeña mesa que se encuentra cerca de allí y me acerco a ella.

—Permítame ayudarle —solicito.

—Muchas gracias, señor, pero estoy bien así —responde la joven sirvienta sin voltear a verme.

—Por favor —insisto.

—Disculpe, señor... —contesta, y entonces vuelve su mirada. Al ver mi rostro, su gesto molesto cambia a uno serio y preocupado, y con presteza se levanta del suelo—... La mezcla —murmura despectiva, y me limito a mostrar una sonrisa nerviosa mientras que ella, todavía alterada, retrocede un par de pasos.

—¿Qué sucede aquí? —interroga uno de los sirvientes principales que había salido a nuestro encuentro.

—Fue un accidente —explico—. Trataba de...

—Mezcla irresponsable —acusa el sirviente, y no logro quitar de mi expresión el desconcierto.

—Pero yo...

—¡Ahora limpia ese desorden o me encargaré de notificar esto ante nuestros superiores! —ordena con ímpetu.

Por un momento cruzo miradas con la joven sirvienta quien, apenada, de inmediato baja sus ojos al suelo.

—No se preocupe, me encargaré de ello —murmuro, aunque de mala gana, y me dirijo hasta una de las habitaciones de servicio más cercanas donde se encuentran artículos de limpieza necesarios. Tomo una escoba, un recogedor y un trapeador seco. Cuando regreso, la sirvienta se ha marchado, así como el otro sirviente que me ordenó hacer la labor.

Limpiar desastres como este es mi especialidad, por lo que no me toma demasiado tiempo llevar a cabo esta labor, y es en ese momento cuando aparece junto a mí un rostro que conozco.

—Te he extrañado mucho estos días —habla la suave voz de Lady Raven con jovialidad y regocijo.

—También extraño mucho estar con usted y servirle, Lady Raven —agrego con seriedad tanto de palabra como en mi expresión. Sí, en verdad echo de menos estar ante su presencia, pero he meditado con respecto a lo que siento hacia ella y, en vista de mis poco favorables circunstancias, creo que es mejor controlar mis sentimientos, lo que me cuesta bastante.

—Te percibo muy serio, un poco distante. ¿Está todo bien? —curiosea.

—Excelente —agrego, y dejo entrever una tenue sonrisa—, solo que en este momento estoy un poco ocupado.

—Tal vez en otra ocasión podamos conversar —añade.

—Puede solicitar mi presencia cuando lo desee.

—De acuerdo —expresa con calma—. Con permiso —expresa, luego hace una reverencia y se retira mientras continúo con mi labor.

No han transcurrido siquiera unos segundos cuando de la habitación de la señorita Daisy sale la señora Piña, su sirvienta principal. Su rostro descompuesto y sus ojos al borde de las lágrimas confirman la peor de las noticias: la señorita Daisy ha fallecido. Su muerte fue repentina, según indican los sirvientes, y se desvaneció sin sentir dolor.

La señora Piña se apresura a hacer correr la noticia por todo el palacio. Mientras tanto, me alejo presuroso, aturdido por la trágica noticia. Mi pecho se siente pesado y mi respiración se agita. Todo lo que parecía una promesa segura ahora se ha puesto en riesgo, y me preocupa lo que llegue a suceder conmigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.