El color del cambio

21

El nuevo día ha llegado. He decidido despertar temprano y aprovechar los primeros momentos de la mañana para demostrar a mis compañeros de equipo mis habilidades culinarias, así que enciendo el fuego y procedo a preparar el desayuno. Es necesario que sea un alimento nutritivo y muy bien servido pues nos espera un largo y pesado día de trayecto.

—¿Qué es eso que huele tan bien? —inquiere la oficial Scarlett, la segunda en despertar después de mí.

—La mejor manera de iniciar el día —respondo, y entonces procedo a servir en un tazón de metal una porción grande.

—Gracias —expresa ella, entonces inhala profundo para embeberse con el aroma del desayuno, una sopa espesa de vegetales que acompaña con pan y algo de queso, y luego procede a comerlo con una cuchara enorme.

Uno a uno nuestros compañeros se despiertan con gran apetito, así que también sirvo otros tazones para ellos.

—Flint esto es… ¡Sublime! ¿Dónde aprendiste a cocinar de esta forma? —indaga Cyan.

—Mi padre, Pitch, me enseñó todo lo que conozco sobre cocina. Él y yo preparábamos alimentos que después él vendía en la ciudad. Nuestra especialidad, y lo que más rápido se agotaba, eran los panecillos con carne y verduras.

—Un momento… ¿Tú preparabas esos panecillos? —preguntan a coro los cuatro llenos de sorpresa.

—Sí —contesto sereno y con humildad.

—¡Mi madre los amaba! —expresa maravillada la señorita Sol Toscano.

—Yo a veces rogaba a mi madre que los comprara —aclara Dijon—. ¡Eran todo un manjar!

—Fue muy triste cuando me enteré que la tienda donde los compraba dejaron de venderlos. Una parte dentro de mí murió ese día —expresa Cyan.

—Increíble. Jamás imaginé que alguien como tú fuera el responsable detrás de un alimento que causó varios castigos en nuestra academia —aclara la oficial Scarlett—. Se nos prohibía comer después del toque para regresar a nuestras habitaciones, pero algunos de mis compañeros se las arreglaban para guardar tus panecillos y disfrutar de ellos a escondidas. Hubo ocasiones en que fueron premios de algunas apuestas que los cadetes organizaban. No miento cuando digo que valió la pena pagar las reprimendas que recibimos —narra llena de dicha y humor en sus palabras.

—Bueno, tal vez, cuando regresemos al palacio, pueda deleitarlos con una ronda de panecillos —prometo.

—Estaremos gozosos de probar de nuevo ese pequeño pero exquisito manjar —comenta Cyan, y los demás expresan estar de acuerdo con él.

Terminado el desayuno, recogemos todas nuestras cosas y comenzamos con nuestro recorrido en la búsqueda por rescatar a las princesas. De pronto, veo que la oficial Scarlett posa su vista en las ramas de un árbol, pues algo en este llama su atención; luego de esto comienza a caminar pero sin perder de vista al árbol.

Después de eso marchamos durante tres días a través del bosque Luz. El camino ha sido tranquilo y agradable, ni siquiera pareciera que a nuestro alrededor se gesta una guerra. Conforme avanzamos, las aves nos deleitan con su canto y las flores endulzan el camino con su aroma, al grado que Dijon toma una que otra para armar un pequeño ramo que después entrega a la señorita Sol Toscano, quien sonríe con dulzura al tomarlas. La cálida luz del sol que atraviesa las copas de los árboles ilumina nuestro sendero, y a nuestro paso aparecen pequeñas criaturas que habitan el bosque y nos dan un cálido recibimiento. No parecen estar asustados de nosotros, lo que capta la atención de la oficial Scarlett.

Es la tarde del tercer día. Una vez más, como lo ha hecho durante este tiempo, la oficial Scarlett observa con suspicacia hacia los árboles. De repente, y a como puede, ella se adelanta en el camino y nos pide que paremos con un gesto de su brazo.

—¿Qué ocurre? —indaga Cyan mientras que la oficial Scarlett observa con detenimiento a los árboles.

—No quiero preocuparlos, pero parece que alguien nos sigue —responde en voz baja sin mover un solo músculo, excepto por sus ojos con los que explora a su alrededor con gran cautela—. ¿Ven esa ave sobre mi derecha? —indica en referencia a un pájaro de presa de gran tamaño, cubierto con plumas de color gris oscuro y el pecho de color blanco con motas oscuras, además de un penacho en su cabeza—. La divisé desde que salimos de la cueva, y nos ha seguido desde que comenzamos nuestro recorrido a través del bosque.

—¿Y eso qué significa? Es solo un ave, nada más. Seguro quiere que le demos alimento —expresa Cyan un tanto exasperado.




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