El color del cambio

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Cuando la puerta se abre, deja al descubierto una mara-villosa escena: en el interior del bosque, en la parte más profunda y lejana, se encuentra oculta una aldea. La habi-tan tal vez cientos de miles de Verde, además de un gran número de personas de los demás colores y, para sorpresa de todos, también hay mezclas de todo tipo. Sus casas son sencillas, fabricadas con madera, telas y hojas de árboles, y tienen la apariencia de tiendas o pequeñas cabañas. Todo se ve muy humilde, incluso sus prendas de vestir no son tan elaboradas como las de los habitantes de Croma, y lle-van una vida tranquila y feliz.

León nos conduce por una calle principal, y conforme avanzamos los habitantes nos reciben con regocijo y pala-bras de bienvenida. Algunos nos abrazan, otros nos dan obsequios, e incluso algunos de los Amarillo ayudan a lle-var nuestros carros cargados con nuestras cosas. Varias de las mezclas se acercan a mí, fascinados de ver a otro como ellos proveniente de fuera de su comunidad. Algunos son pequeños, otros son adultos e incluso hay ancianos. Sin embargo, lo más sorprendente es ver a varios Marrón en-tre sus integrantes. Conviven con ellos como si se tratara de otros miembros más de la sociedad. No causan distur-bios, no pelean, no asesinan ni roban; todas esas actitudes que los Marrón manifestaban de acuerdo con la historia de Croma y que han mostrado en fechas recientes parecen no existir en ellos. Mis compañeros están casi tan perple-jos como yo debido a esto, y la preocupación que antes sentíamos ha comenzado a marcharse de nosotros.

Continuamos en nuestro trayecto durante el camino principal hasta que, de pronto, nos encontramos con una persona Verde de edad muy avanzada. Su cabello es largo, pero no tanto como su barba que llega casi hasta la cintura. Viste con una larga túnica de mangas amplias ceñida por un cinturón de tela. No usa clase alguna de calzado, y en su mano derecha sostiene un largo bastón de madera.

Al momento en que la gente lo ve, rápido comienzan a colocarse lo más cerca posible alrededor suyo y de inme-diato se inclinan con el rostro al suelo a la vez que co-mienzan a recitar algo en voz baja. Cyan nos hace una in-dicación con su mano, y procedemos a inclinarnos un poco en un intento por imitar sus acciones. El anciano Verde toca a algunos de ellos con su mano derecha al pasar a su lado, y ellos se levantan y elevan sus manos al aire al tiempo que expresan alabanzas.

—Pueden ponerse en pie —ordena con voz que impone respeto, y todos así lo hacemos.

—¿Es usted el Gran Anciano? —indago.

—Así es. Mi nombre es Sage, hijo de Basil —se presen-ta—. ¿Cuáles son sus nombres?

—Mi nombre es Flint, hijo de Pitch —contesto.

—Cyan, hijo de Marfil y Celeste —habla mi amigo.

—Dijon, hijo de Dandelion.

—Sol Toscano, hija de Limón.

—Oficial Scarlett, jefa del tercer regimiento de Guardias Rojo, hija del General Crimson —se presenta y efectúa un saludo militar.

—Es todo un placer conocerlos. Les damos una cordial bienvenida a “El Paraíso”, nuestro hogar.

—Uno de los Verde llega de inmediato hasta el Gran Anciano y se pone de rodillas con el rostro al suelo.

—Gran Anciano, he venido hasta aquí para informar que solicitan su presencia —habla el hombre Verde.

—De acuerdo, hijo; iré en un momento —le dirige la pa-labra luego de tocar su cabeza, y este se pone de pie y desa-parece entre la multitud —Como verán, tengo unos asun-tos que debo atender, así que los acompañaré en un mo-mento. Por favor, llévenlos a mi tienda para que descan-sen un poco —ordena a un grupo de ciudadanos Amarillo.

El Gran Anciano da la vuelta y comienza a caminar con calma en la misma dirección que el hombre Verde que llegó momentos atrás. A su paso, los Verde que se encuen-tran alrededor abren espacio para que pueda avanzar. En-tonces los Amarillo toman nuestras cosas y las llevan de-trás de nosotros.

Nos conducen hasta una construcción ubicada en el centro de la comunidad. Es la edificación de mayor tama-ño dentro de este sitio. Al llegar, los Amarillo dejan nues-tros carros fuera de la tienda y pasan a retirarse, no sin antes despedirse de nosotros de manera muy afectuosa.

—¿Qué harán ahora? ¿Desean pasear por esta pequeña comunidad? —pregunta León, quien nos acompañaba en el recorrido.

—Nos parece una idea agradable —comento.

—Bien, síganme —solicita, y nosotros así lo hacemos.

A pesar de las apariencias, “El Paraíso” es un lugar bas-tante grande con muchos sitios de interés para visitar. Cuenta con un mercado en el que pasamos a hacer algunas compras, un teatro, un parque e incluso un sitio para prac-ticar deportes.




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