El color del cambio

29

 

—Déjame adivinar: no esperabas que esto sucediera, ¿no es así? —habla la oficial Scarlett con absoluto sarcasmo—. Porque dudo que haya sido tu intención que todos fuéramos capturados y con toda posibilidad ejecutados por un ejército de crueles y despiadados soldados Marrón —agrega.

Con pesadumbre escucho las palabras que ella me dedica, y por alguna razón siento que llegan con poco de ironía, lo que me hace hundir la mirada en el suelo con todavía más dolor.

—Lo lamento —expreso.

—Pues yo lo lamento todavía más. La situación no puede ser peor. Tu querida princesa volvió a ser capturada y devuelta a su prisión. Y nosotros regresamos a la misma celda de donde escapamos, solo que ahora aumentaron la seguridad y estamos atados de manos, en el sentido literal de la palabra —menea sus manos de lado a lado y las cadenas que la sujetan hacen ruido—. No creo que tu benefactor quiera ayudarte ahora. Ni siquiera quiso venir a verte cuando le enviaron el informe de que te atraparon. En verdad no creo que tengamos una posible salida, excepto que sea…

—En la forma de un cadáver —interrumpo, y percibo que todos dentro de la celda me observan inquietos y un tanto desconcertados.

—Iba a decir muertos, pero esa es una mejor expresión —añade la oficial Scarlett sin perder su aire sarcástico.

Permanezco en silencio por un breve espacio tiempo, al igual que el resto de mis compañeros. No tengo idea de qué decirles en este momento, quienes solo contemplan el suelo y el vacío llenos de desconsuelo.

—Todos conocíamos los riesgos —comento, y la oficial Scarlett bufa—. Siempre existió la posibilidad de morir en esta misión.

—Al menos sabemos que nuestras vidas no fueron sacrificadas en vano, y habrá personas que lo recordarán —habla la señorita Sol Toscano, lo que hace que la oficial Scarlett se ría con sorna.

No transcurre demasiado tiempo antes de que se de una alarma dentro del campamento. No parece tratarse de algo que suponga riesgos, pues todo el mundo mantiene la calma.

Lleno de curiosidad, Cyan se levanta de su sitio y se asoma por la pequeña rendija de la puerta para ver de qué se trata.

—Son los Verde. Una enorme muchedumbre guiada por el Gran Anciano se aproxima al campamento —advierte.

—Vienen a apoyar al ejército Marrón en la guerra —señalo.

—Traidores —rezonga la oficial Scarlett.

—Parece que han salido a recibirlos los líderes del campamento Marrón —señala Cyan, quien continúa vigilante. Entonces me pongo de pie y me acerco hacia la rendija.

No es mucho lo que se puede ver desde nuestra ubicación, pero entre lo poco que consigo percibir es una comitiva de los líderes Marrón que se presenta para dar la bienvenida al grupo de personas de la comunidad Verde. Luego son llevados a una zona del campamento donde ya no podemos alcanzar a ver qué sucede.

Casi media hora después de la llegada de los Verde al campamento, llega un soldado Marrón a la entrada de la prisión y abre la puerta.

—Es hora —expresa resuelto.

—¿De qué? —inquiero un tanto intranquilo.

—De andar por el último camino —responde sin inmutarse demasiado, y entonces, acompañado de un grupo de soldados, proceden a escoltarnos fuera de la prisión.

Caminamos hasta donde se encuentra la Torre, la máquina del ejército Marrón. Allí se encuentran en formación todos los soldados Marrón del campamento. También están presentes el Gran Jefe Umber, Admiral y el Gran Anciano, además de todos los líderes y jefes militares del campamento.

Vuelvo mis ojos hacia Admiral, y alcanzo a percibir en su rostro una expresión colmada de decepción y dolor.

—Traigan a esa princesa rebelde —ordena el Gran Jefe Umber, y en cuestión de minutos aparece Lady Raven custodiada por un grupo de soldados Marrón. Sus manos están atadas, y su mirada se mantiene baja.

—¡Lady Raven! —expreso apesadumbrado. Ella levanta su mirada y sus ensombrecidos ojos se encuentran con los míos.

—Flint —musita ella, y vuelve a bajar la mirada llena de culpa y dolor.

Nos acomodan en una fila enfrente de la Torre, y entonces Admiral se dirige hacia ella. Antes de ingresar en ella, cierra sus ojos y exhala pesaroso y resignado para después adentrarse en la máquina.

Un par de minutos después la máquina se enciende. Vuelvo la mirada hacia mis compañeros, y ellos evidencian un absoluto temor, un sentimiento que comparto. No solo el miedo ha hecho nido en mi corazón, sino también la incertidumbre, pues no tengo idea qué sucederá con la gente de Croma.




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