El color del cambio

31

No tardamos demasiado en llegar hasta la llanura, el sitio elegido como campo de batalla. Por desgracia, parece que es un poco tarde.

Nos detenemos en lo alto de una colina cercana, y desde allí podemos presenciar el rumbo que ha tomado el conflicto. Para el momento en que llegamos, ya la pelea había comenzado, y era demasiado evidente cuál de los bandos era el que llevaba la ventaja.

El horror ha quedado marcado en nuestros rostros. Sin poder hacer algo para evitarlo, presenciamos la más horrenda masacre que nuestros ojos hayan atestiguado.

Como hormigas incineradas por una lente en la mano de un niño travieso, los soldados de Croma son eliminados con suma facilidad por el imparable armamento que posee la máquina. Ni siquiera sus escudos pueden protegerlos del mortífero haz de energía que drena de inmediato sus colores hasta que desaparecen, y quienes escapan a los mortíferos rayos de la poderosa arma son aniquilados por los soldados Marrón. Sus gritos de dolor y desesperación quedarán grabados dentro de nuestras memorias para el resto de nuestras vidas.

¡Cricketty crack! —menciona Cyan horrorizado.

¿Cricketty crack? —musito—. Un momento, ¿también leíste ese libro? —pregunto desconcertado.

—Por supuesto; cuando…

Muchachos, dejemos esta charla de club de libros para otro día, ¿les parece bien? —espeta la oficial Scarlett un poco fastidiada—. Gris, dime, ¿qué es lo que hay qué hacer ahora?

—No lo sé, lo único que se me ocurrió es entrar a la Torre y buscar la manera de desactivarla —comento mientras recibo la más escéptica mirada de parte de la oficial Scarlett, quien de inmediato coloca en su rostro un gesto lleno de mortificación.

—Por favor, no me digas que no tienes un plan —reclama la oficial con sus ojos cerrados y lleva su mano a la frente.

—No es un plan en sí, solo la idea de un plan —aclaro.

—De acuerdo, dime lo que tengas en mente.

—Solo… —hablo, hago una pausa y continúo—... acercarnos a La Torre e ingresar por la entrada principal —concluyo, y es entonces que la oficial Scarlett por fin pierde la paciencia pues lanza un quejido.

—Creo que hasta aquí vamos a llegar —habla con sorna y desprecio.

—Lo lamento —comienzo a reclamar—; no soy un héroe ni un genio o estratega militar. Solo soy un humilde individuo que no tiene un sitio en dónde encajar, ¡y en verdad es todo lo que tengo!

—¡Debiste dejar al Azul pensar en una idea! ¡Ese es su trabajo y su propósito, pensar por nosotros! —reclama todavía más ofuscada.

—No lo culpe, oficial Scarlett; el joven está bajo mucha presión —defiende Cyan—. Además, no lo dude, es lo único en lo que hubiera pensado yo también.

—¡Ay, está bien! ¡Anda, hagámoslo! —grita, y luego da una orden al caballo para que comience a correr, mismo que hago después de ella.

Bajamos veloces de la colina hacia la llanura. En nuestro trayecto pasamos por una zona alta donde se encuentran apostados los miembros del campamento Marrón; grandes tiendas desde donde los jefes militares y su líder principal observan el transcurso de la guerra y llevan a cabo las órdenes de batalla. En el centro de la llanura, La Torre se encuentra inmóvil mientras arroja sus mortíferas descargas, lo que resulta conveniente en gran medida.

Detenemos a nuestras bestias y procedemos a descender de inmediato para ingresar a La Torre. Abro la puerta principal y entramos para después abordar el ascensor que nos llevará hasta el cuarto principal de controles.

—Cuando lleguemos —hablo a la oficial Scarlett—deberá contener a Admiral mientras Cyan y yo buscamos la forma de detener esta máquina.

—Conozco al señor Admiral; contenerlo no será nada difícil —menciona con confianza al tiempo que efectúa movimientos corporales como si calentara para hacer ejercicio.

—Por favor, no le haga daño. Puede estar del lado incorrecto, pero merece ser tratado con respeto debido a su edad —solicito.

—Como digas, muchacho —contesta y me da una palmada en el hombro.

El ascensor se detiene y la puerta se abre. La oficial Scarlett desenfunda la hoja de su bastón y sale presurosa del elevador a la vez que lanza un grito de guerra. Cyan y yo nos vemos al rostro, asentimos y salimos de la misma manera que ella con las armas de los soldados Marrón en manos. Por desgracia, lo que parecía un plan seguro ha dado un giro inesperado, pues allí no solo se encontraba Admiral, sino también cuatro soldados Marrón de pie, como si esperaran nuestra llegada.




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