La noche siguiente, el mundo de Daniel se puso patas arriba. El sonido de un golpe seco, seguido de un estallido de cristales, resonó desde el apartamento de la familia feliz, la misma que siempre parecía tan perfecta. Daniel se asomó por la ventana, sus ojos fijos en la escena.
El padre, el mismo que solía entrar al ascensor con los ojos llorosos, estaba de pie, con la cabeza gacha. La madre, la que parecía tener una expresión de hielo, tenía un vaso roto en la mano. La niña, la que siempre reía, miraba con miedo, sus ojos grandes y llenos de lágrimas.
El espectáculo se había roto. La puesta en escena de la familia feliz se había derrumbado, revelando la amarga realidad que se escondía detrás de la fachada.
Daniel sintió una punzada en el corazón. No era alegría, era empatía. Veía su propio dolor reflejado en sus ojos, el mismo dolor que él había sentido cuando descubrió la traición de Sofía. El mismo dolor que lo había convertido en el hombre de azul.
Mientras la pareja gritaba, él sintió un impulso. Bajó las escaleras. No sabía qué iba a hacer, pero no podía quedarse quieto, observando cómo un alma se rompía. Al llegar a su piso, un grito lo detuvo. El padre corrió hacia el pasillo, con la niña en brazos, y se detuvo en el piso de Daniel. Al ver su puerta, la tocó.
Daniel abrió, su corazón latía con fuerza en su pecho. El hombre lo miró con desesperación. "Mi hija... mi hija necesita un lugar seguro. Solo por esta noche... por favor..."
La niña lo miró, sus ojos llenos de miedo. Daniel la vio y en sus ojos, se vio a sí mismo. El miedo, el dolor, la soledad. Entendió que su vida no era solo su dolor. Era un espejo, un reflejo de la vida de los demás. No eran actores, eran almas rotas.
Daniel asintió, su voz se quebró cuando dijo, "Pasa. Están seguros aquí."
El hombre lo miró con alivio. "Gracias... gracias, en serio."
La niña lo miró, sus ojos le preguntaban: "¿Quién es usted?". Daniel solo le sonrió, un nuevo tipo de sonrisa. Una que era real. Se dio cuenta de que no había necesidad de ser un actor. No había necesidad de fingir. A veces, solo necesitas ser tú mismo.