El Color Oculto Del Alma

Epílogo

La Vida en el Edificio Los días se convirtieron en semanas. Daniel ya no era un espectador. Un día, se encontró con Javier y su familia en el ascensor. No se sentía extraño ni incómodo. La niña, Emma, lo saludó con una sonrisa y le contó que su oso, Bubu, ya no se sentía tan solo.El hombre de la barbacoa, el que siempre sonreía, se mudó. Daniel lo vio irse con las cajas y una maleta. No había risas, no había sonrisas. Solo un silencio resignado. Y Daniel se dio cuenta de que, a veces, la soledad era la verdad que uno mismo elige.El hombre de la pareja de abajo, el que siempre miraba su teléfono, se fue. Pero la mujer no se mudó. Una noche, Daniel la encontró en el pasillo. La mujer, al verlo, no dijo nada. Solo lo miró con los ojos llenos de tristeza. Daniel asintió, y ella le sonrió. Una sonrisa de complicidad, de entendimiento.Daniel, el hombre de azul, ya no se sentía solo. Había encontrado en su dolor una conexión que era más real que cualquier amor o amistad superficial. Había encontrado en la tristeza la verdad que unía a las personas, la esperanza de que, incluso en los momentos más oscuros, la humanidad se mantiene unida.




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