Alexander.
Cubrí a Celeste con las mantas para luego rodear la cama y esperar a que ella me diera un lugar a su lado.
—Gracias —murmuró la pelirubia cediéndome la otra mitad de la cama.
—No tienes que, corazoncito de melon —dije con socarronería y placidez.
«—Recuerda siempre estas palabras, Alexander: yo nunca jamas, llegaría a dormir en la misma cama que tu. Nunca—».
Las palabras que Celeste me dijo hace una semana atrás me dieron tanta risa en ese momento, que se lo quise restregar en la cara. Pero no en este momento, no en el estado en el que estaba ahora mismo.
Desde los años que la mantuve vigilada a esta chica nunca, pero nunca, vi que le haya pasado algo o que tuviera pesadillas.
Quizá la vigilamos mal, o no le dimos tanta atención a los pequeños detalles.
Maldije internamente por lo que me habia iluminado mi consciencia. Quizá no haberle entregado tanta atención a algunos detalles o haberla descuidado por unos momentos resulto ser desventajoso.
Siempre podemos sacar información, no importa la forma, solo sacarla.
Negué frenéticamente para quitarme esos pensamientos de la mente. Yo no quería secuestrar a nadie más que no fuera Celeste, pero si tenía que sacar información, quizá pronto sabría si tenía que volver a secuestrar o no.
Solo esperaba que no fuera así, ya que la idea de seguir secuestrando a más personas me resultaba algo repulsiva, lo que no sentí con respecto al secuestro de mi queridisimo corazoncito de melón.
—Celeste —un sonido proveniente de ella, me hizo saber que quería que siguiera con lo que sea que fuera a decirle—. ¿Estas bien? —al terminar la pregunta, me gire para verla mejor.
La pelirubia se giro para mirarme, lo que provoco que nuestros rostros quedaran demasiado cerca.
—Lo estoy —dibujo una sonrisa leve en su rostro.
Asentí una vez perdiendome en sus orbes tratando de averiguar con solo mirar sus claros ojos si había un atisbo de mentira en ellos, pero solo veía rabia, rencor, repulsión y tristeza en aquellos, una mezcla rara pero malditamente excitante.
Asentí en respuesta y sonreí leve al volver a recordar sus palabras.
Esta vez si lo diría, al menos para cesar esa rabia que tenía dentro de ella.
—¿Sabes? —comencé— la vez que dijiste que nunca, jamás, estaría en la misma cama que tu —a pesar de la tenue luz de la luna que entraba por la ventana de la habitación, note como se ponía blanca como un papel de forma instantánea, para luego sus mejillas colocarse peor que el color de un tomate. Sus ojos se despegaron de los mios con rapidez, sonreí por lo que había provocado—, nunca pensé que eso llegaría de forma tan rápida, corazoncito —me burle.
—Que ególatra eres —bufo.
—No es ser ególatra, querida. Es solo... tener el don de recordar y saber hacer bien el papel de payaso burlón —argumente—, de vez en cuando, obviamente.
Después de decir aquello, la pelirubia rodó los ojos y me dio la espalda, haciendo que de paso, golpeara mi rostro con su larga melena rubia. Reí.
...
Desperté con uno de mis brazos cosquilleando y sintiendo un peso en el mismo, una molestia entre dolorosa y soportable estaban apoderados de mi brazo izquierdo en su totalidad. Junto con una calidez recorriendo todo mi cuerpo, un peso bajo mi brazo derecho y pelo en la mayoría de mi rostro, con mi mano no cosquilleante retire el cabello de aquel lugar, —puesto que me molestaba y hacia que quisiera rascarme como loco— para así poder al fin abrir mis ojos.
Me impacte cuando mis ojos se adaptaron a la luz del sol que entraba a la habitación y me fije en la escena que estaba contemplando con desconcierto: estaba abrazando a Celeste desde atras, y al parecer, mis piernas también se aseguraron de hacer lo mismo, ya que nuestras piernas estaban entrelazadas; una encima de la otra, acariciandose entre si.
Retire mi brazo adormecido —que Celeste estaba aplastando sin consideración alguna—con lentitud para no despertarla, ya que se le veía tan cómoda y plácida durmiendo, que leves ronquidos salían de su rojiza e hinchada boca.
«Que ganas de morderlos».
Aleje cualquier pensamiento lujurioso o deseoso que apareciera, tan rápido como hubieran llegado.
Salí cuidadosamente de la cama, iba a colocarme mis pantuflas hasta que recordé que no las llevaba conmigo anoche. Tome las llaves y los dos pares de esposas —que no usaría, al menos por el momento— y salí de la habitación, cerrando esta con llave.
Me adentre a mi espacio personal para dormir, escogí la ropa que iba a ponerme y entre al baño que estaba en mi habitación para acicalarme.
...
Estaba tomando un café casi hirviendo, sentado en mi oficina mientras revisaba los trabajos que tenía que entregar a mis maestros, porque si, estudiaba, pero no en donde todos los chicos de mi edad lo hacian, estando a punto de salir del instituto, no, yo estudiaba en la universidad más prestigiosa de California: Berkeley, también conocida como UCB.
Estudiaba la hermosa carrera de administración de empresas, para poder al fin, tomar el control de todo el imperio de empresas de la familia Wilson, que me fue heredada como el único familiar que logro sobrevivir de aquel accidente.
Leves toques se escucharon en la puerta de mi espaciosa oficina, sin esperar una respuesta, la puerta se abrió, dejando ver a una hermosa pelirubia alta por los tacones que llevaba puestos.
Nuestra mejor amiga tenía buenos gustos a finales de cuenta.
—Alexander —despegue la vista de sus tacones plateados con brillantina, pero me arrepentí de forma instantánea por haberlo hecho.
Me dedique a observar su hermoso atuendo; al igual que los tacones, ella usaba un vestido plateado con brillantina. Definitivamente, Andrea tenía el mejor gusto del mundo, o quizá, Celeste era demasiado hermosa y esa prenda hacia que se le resaltará aun más, sobre todo sus pequeñas curvas. No eran muy extravagantes, pero para mi, eran una jodida obra de arte.
Editado: 11.06.2021