El caballero del dragón bajó las escaleras de dos en dos ansioso por salir de aquella casa. Necesitaba ir al gimnasio y entrenar. Por alguna extraña razón aquello era lo único que conseguía animarlo desde hacía varios meses.
—¡Shiryu! ¿Dónde vas tan temprano? —preguntó Seiya con una tostada en la boca al tiempo que intentaba calzarse una de sus zapatillas a la pata coja.
—Voy a entrenar— respondió Shiryu sin detenerse.
—¡Espera!
***
Cuando Shiryu llegó a los vestuarios comenzó a desvestirse con calma y a guardar su ropa en la taquilla. Para su sorpresa todavía no había venido nadie y eso lo desmoralizó un poco.
«Creo que he venido demasiado pronto», se lamentó.
—Con el ánimo que tengo entrenar hoy se me va a hacer eterno. Si al menos... él estuviera aquí.
Shiryu era consciente de que, como uno de los caballeros de Atenea debía de prepararse siempre para los más duros combates. Pero particularmente ese día el deber le pesaba más que al Titán de la leyenda sostener el mundo. Se cambió de ropa en el vestuario y salió al gimnasio.
Corrió durante un rato e hizo unos ejercicios de calentamiento y al poco tiempo ya estaba ensayando sus golpes y movimientos defensivos. Tan metido estaba en su entrenamiento que no se dio cuenta de que alguien lo observaba con interés desde una viga del techo.
Los minutos avanzaban lentamente y su concentración se alejaba de él con cada paso dejando invadir su mente de recuerdos y sentimientos como el de añoranza. Porque, por mucho tiempo que pasara no podía evitar echar de menos a su maestro, especialmente cuando se sentía tan perdido.
Lo que daría por poder por volver a disfrutar de los hermosos paisajes de la montaña de los seis ancianos, donde se formó como caballero, por escuchar el estruendo de aquella cascada tras la que se escondía su armadura. En definitiva, todo lo que le había enseñado a ser paciente y conservar la sangre fría que necesitaba en sus misiones y en su vida diaria, una paz que no volvería a alcanzar desde que aquel enigmático caballero se unió al grupo. Frustrado apoyó la espalda en la pared y se dejó caer hasta el suelo cubriendo su rostro con las manos, desesperado por no saber la respuesta a la pregunta que lo destrozaba. ¿Qué demonios le había hecho ese hombre?
— ¿Crees que esa es forma de entrenar para un combate, Dragoncito? — Le dijo Ikki al tiempo que saltaba de su escondite daba un par de volteretas en el aire y clavaba sus pies en el suelo sin ningún esfuerzo. El caballero se puso en pie como un resorte.
— ¿Qué...? Tú... ¿Qué es lo que tienes que decir de mi forma de entrenar? — Le preguntó Shiryu enojado, en parte por sus toscas palabra y en parte por haberse visto sorprendido. — ¿Qué es eso de Dragoncito? ¡Mi nombre es Shiryu!
— Vamos Dragoncito deja de echar humo y luchemos. Solo los dos— Le propuso sin darle ninguna importancia a su enfado y fijando sus ojos sobre los suyos.
Realmente hermosos. — pensó para sí el caballero del Dragón.
El caballero del Dragón aceptó. — Esto solo será un entrenamiento normal. Nada de usar los poderes. Solo lucha sin más
— ¿El pequeño bebé tiene miedo de que lo hieran?
— Lo que no quiero es que destrocemos el lugar, estúpido.
— ¿Estúpido? ¡Oh, Shiryu! Nunca pensé que me dirías algo así. Que decepción—dijo Ikki dedicándole una cínica sonrisa mientras comenzaba a dar vueltas a su alrededor estudiando a su adversario y siendo observado por él.
El caballero del Dragón fue el primero en atacar Lanzando una patada hacia su cabeza, pero Ikki la detuvo con una mano, le agarró del tobillo y le hizo caer lanzándose sobre él un segundo después para golpearlo con su codo, pero Shiryu fue más rápido y se apartó dejando que el primer golpe del combate se lo diera Ikki solo.
— Escurridizo como una lagartija ¿eh, Dragoncito? —bufó ya en pie y observando de nuevo sus movimientos.
Shiryu apretó los dientes molesto. Esta vez volvió a ser el encargado de comenzar el ataque lanzando una ráfaga de puñetazos que fueron parados con destreza por las manos desnudas de su oponente, el mismo que lo sonreía y miraba divertido.
—«¿Por qué no ataca? ¿Por qué me mira así?»— Pensó Shiryu —¡Deja de burlarte de mí y pelea! — gritó enfurecido justo en el momento en el que le daba una de sus más mortíferas patadas en pleno pecho, mandando al desprevenido caballero hacia el otro extremo de la habitación, (a unos 60 metros). Ikki se golpeó contra la pared y cayó pesadamente contra el frío suelo. Fénix quedó tumbado boca arriba, inmóvil.
— ¿Ikki? — Preguntó alarmado al tiempo que corría hacia él hasta arrodillarse a su lado. — ¡Vamos, Ikki! ¡Despierta! — Le cogió de la muñeca buscándole el pulso, pero se había puesto tan nervioso que no sabía si no era capaz de encontrárselo o si... — ¡Ikki, basta ya! Se acabo la broma. — habló desesperado mientras lo zarandeaba.
Shiryu colocó su oído sobre su pecho intentando escuchar los latidos, pero no fue capaz de oír nada. No, aquello no era una broma realmente estaba... muerto— No, no es cierto. Vamos Ikki despierta — Le imploró al borde de las lágrimas—. No me dejes ahora. Te necesito. No puedes... Yo te...
Shiryu se mordió los labios sintiéndose impotente y rompió a llorar sabiendo que ya no había nada que pudiera hacer. —¡Dios! ¿Qué fue lo que hice? Todo esto es por mi culpa. —Colocó su mano sobre los ojos del caballero y bajó sus parpados ocultando aquellos ojos fijos que lo observaron por última vez, aquellos mismos que tantos anhelos habían despertado en su corazón y lo besó con dulzura en los labios, aquellos amargos labios que tantas veces quiso probar, pero que nunca se atrevió ni a rozar. Sintiendo ahora aquella lengua que jugaba en su boca y aquellos fuertes brazos que lo amarraban con tal pasión que parecía que lo fueran a romper.