Stefano
— ¿Ya estas mejor? — Ibran sigue pintando el techo y suelta una carcajada.
— Tenía días de no comer, pero Irina no se asustó, está preparando un delicioso estofado de venado.
— ¿Para desayunar?
— Obviamente Stefano — sigue pintando el techo — ¿Te reuniste con Harry?
— Si, le mostré los planos de las jaulas que deseo crear.
— ¿Sigues con eso? — asentí.
— No dejaré las jaulas Ibran, las mejorare.
Ibran suspiró.
— Dice tu esposa que es tiempo que la dejes ir.
— Por tu propio bien, deja de mencionarla.
Caminé de un lado a otro y luego me senté.
— Harry me hizo una pregunta, que me dejó pensativo.
— Pero tu sólo así pasas pensativo — lo fulmino con la mirada, pero Ibran era especialista en esquivar las malas miradas. Es más, podía asegurar que ni cuenta se daba.
— Me preguntó, si ya había sido atrapado en la maldición.
— Te dije que eras parte de una maldición ¿que le respondiste?
— Ignore la pregunta, no estoy para ese tipo de tonteras — un suave olor a rosas inundó la sala, escuché el tintineo de las tazas y levanté la mirada, Irina llevaba una charola de plata con el té.
— Buenas tardes Conde, le traigo el té — la veo tomar la taza con mucho cuidado.
— Irina — ella levanta el rostro y veo unos preciosos ojos — Yo no bebo té, me gusta el café.
Sus mejillas se han puesto rosas.
— Lo lamentó, desconocia que no le gustaba — se endereza y suspira — Iré a prepararle un café — suspiré al ver mechones de su cabello sueltos, y pegados a su frente por el sudor.
— Tomaré té — ella sonrió con timidez y se inclinó para servirlo, mi mirada se centro en sus manos, dedos delgados y largos, sus uñitas bien recortadas y limpias. Su nariz era pequeña con la punta respingada, sus ojos estaban adornados por unas tupidas pestañas.
— ¿Stefano? — levantó la mirada hacia Ibran — Te has quedado como muerto, Irina te ha preguntado si lo bebes solo o con leche el té — entrecierro los ojos para aparentar que estoy bien, pero en el fondo estoy avergonzado.
—Lo bebo solo — mi voz a sonado como un relámpago, ella se ha hecho hacia atrás; cierro los ojos y trato de armonizar mi voz —Gracias Irina.
Se acerca con suavidad y me entrega una taza con su platito.
— Esperó le gusté — su mirada se detiene en mi mano que está cubierta con el guante de cuero negro — Luego retiro las tazas.
—Gracias — la veo salir de la sala, llevo la taza hacia mis labios.
— Ella te asusta — doy un salto, derramando un poco de té.
— Mira lo que has causado — mi voz se ha elevado, me molestaba sentirme vulnerable.
— Lo lamento Stefano — su mirada negra se posa en mi mano — Un día debes renunciar al pasado y comenzar a vivir.
Lo miro a los ojos.
— Si lo dices por el guante, la respuesta es no.
— La mano ha sanado Stefano... — lo miro molesto.
— No quiero hablar del tema — Ibran asiente.
— Solo dejame recordarte que no sólo tu mano ha mejorado, también... — me pongo de pie furioso la taza se ha volcado estrellándose contra el suelo de mármol.
— Dije que no deseo hablar Ibran — me giro y salgo rápidamente, casi tropiezo con Irina quién iba apresuradamente hacia la sala.
—Conde... — no respondo y paso de largo.
Especial Ibran
— Lo lamentó — ella bajó la mirada hacia la taza quebrada — No tuve la oportunidad de conocer al Stefano del que me hablas siempre.
— Está amargado y es por nosotras — ella desvío la mirada hacia la entrada donde se asomaba la silueta de Irina —Ella pone nervioso a Stefano, mi amado esposo puede volver a amar con ella.
— Debe haber una manera en que Stefano se toque con Irina, deberías manifestarte a él.. — ella niega.
— Stefano no me ha dejado marchar, no he podido descansar, su odio y dolor me tienen anclada aquí.
— Lo siento.
— No se preocupe Señor Ibran — estoy un poco perplejo por que no se de que habla Irina — Ya mismo recogo los restos de la taza, pero es primera vez que un patrón pide disculpas por tirar las cosas.
— Yo... — Irina sale corriendo del salón para luego regresar con lo necesario para recoger y limpiar.
— Ya le dije que no se preocupe.
— ¿Qué edad tienes Irina? — ella dejo de limpiar y me miró.
— Cumpliré veinte y siete años — asiento y pienso que es muy joven para Stefano... Aunque quizás eso le ayudaría, una mente joven, Vrej rondaba los cuarenta y seis años.
— Gracias por recoger — salí de ahí pensativo — Pienso que el amor puede ser la salvación de Stefano.
— Espero que si, no quiero verlo sufrir... ¿piensas en ella Ibran?
Sonrió y la veo a los ojos.
—Ella es feliz, llegue tarde a la vida de Zulema — mi mirada se perdió en el espejo de cuerpo completo — Tengo que pensar en la manera en que Stefano se quite los guantes.
— Eres un genio no lo olvides Ibran — ella sonrió antes de desvanecerse.
Negué mientras enderezaba mi turbante, tenia una tarea muy ardua por hacer, ya que Stefano era mas terco que una mula.