El condor y la llama

El día del Rikuy

El amanecer llegó con el canto de los gallos y el olor a tierra húmeda. En la pequeña casa de adobe del ayllu de Quillabamba, Inti Rumi se despertó antes de que el Sol tocara el techo de paja. Siempre lo hacía; el campo no esperaba a nadie.
Su madre ya estaba encendiendo el fogón, soplando el fuego con paciencia cansada.

—¿Dormiste bien, hijo? —preguntó sin mirarlo, removiendo un poco de maíz.
—Lo suficiente, mamá —respondió Inti con una sonrisa somnolienta.

Al fondo, su padre tosía. Esa tos seca y profunda que lo había acompañado todo el invierno. Inti frunció el ceño, preocupado, pero su padre alzó una mano para espantar su mirada.

—No me mires así, churin —bromeó—. Solo es el frío queriendo quedarse a vivir en mi pecho.

Chaska se acercó para acomodar la manta sobre sus hombros.

—El frío ya vive demasiado aquí.

El hombre soltó una risita, pero se le quebró rápido en un ahogo. Su madre cerró los ojos un instante, conteniendo la angustia que ya no sabía ocultar.
se escucharon pasos rápidos y una pequeña niña agarró una de sus piernas con alegría

—¡Chaska! ¡Hoy caminaré a tu lado para hacer el rikuy en la plaza del ayllu con mamá!

le agarro la cabeza para despeinarlo, Chaska luego soltó despacio su cabeza y, con una sonrisa triste, le dijo que aún era muy pequeña.
Pero ella negó con la cabeza, aferrándose a su mano.

—No —susurró—. Quiero aprender cómo se hace. Quiero estar contigo… siempre a tu lado.
La madre al escuchar esas palabras mientras servía en cuencos de barro, se volteó hacia ellos con una sonrisa dulce

—Si eso es lo que quieres —dijo mientras dejaba el cucharón a un lado—, entonces podremos ir los cuatro juntos. Nada te impedirá aprender… mientras yo esté aquí para cuidarte.

Con las manos aún tibias por el vapor de la olla, se acercó y besó la frente de la pequeña.

—Pero primero —añadió guiñándole un ojo—, ¡a llenar esa pancita! Que nadie aprende con hambre. La niña soltó una risita, y la madre volvió a la mesa para acomodar los cuencos. Entonces miró a Chaska, con ese gesto de quien reparte amor y órdenes al mismo tiempo:

—Chaska —le mencionó—, ve y llama a tus tres hermanos. Ya es hora de que todos se sienten a comer.

Chaska asintió enseguida, como si la orden de su madre le hubiera devuelto el ánimo.

—Sí, mamita —respondió con una pequeña sonrisa.

Se levantó del suelo, alisándose el unko con las palmas antes de echar a andar hacia la puerta. Sabía exactamente dónde encontrar a sus hermanos: uno seguramente peleando con los cuyes, otro subido al árbol del patio, y el más pequeño… quién sabe, tal vez persiguiendo mariposas otra vez.

Mientras caminaba, echó una mirada atrás: la niña seguía sentada en el suelo, con las trenzas medio sueltas y los ojos brillando de ilusión. Su madre le dedicaba una mirada llena de orgullo… y un poquito de preocupación.

Chaska respiró hondo. Hoy era el día del rikuy, y el aire parecía guardar un cosquilleo especial. Con paso decidido, salió a buscar a sus hermanos.
No tardó en encontrarlos: el mayor ya estaba en el corral, tratando de espantar a los cuyes que se escapaban entre sus piernas; el del medio estaba bajando del árbol y el pequeño, como siempre, perseguía una mariposa que no pensaba dejarse atrapar. Chaska sonrió al verlos.

—¡Vamos, mamá nos llama! —gritó, agitándoles la mano.
El mayor se dio la vuelta con las manos en la cintura, fingiendo seriedad:

—¿Otra vez tan temprano? —refunfuñó—. ¡Ni los cuyes han terminado de despertar!

Pero aun así, dejó lo que hacía y se acercó, intentando disimular la sonrisa que se le escapaba.
El del medio bajó del árbol de un salto y el pequeño ccorrió hacia Chaska. Los cuatro, como un pequeño rebaño revoltoso, volvieron juntos hacia la casa, donde el desayuno los esperaba… y el día del rikuy apenas comenzaba.

Toda la familia estaba desayunando sentada alrededor de la manta tejida, donde la madre había colocado mote caliente y un poco de cushuro con hierbas. El fogón seguía crepitando, calentando la cocina y espantando el frío de la mañana.

El padre tosió con fuerza, esa tos seca que había hecho suyo el invierno. Chaska lo miró preocupado, pero él levantó una mano, queriendo quitarle importancia.

—Es solo el aire frío tratando de quedarse conmigo —bromeó con una sonrisa débil.
Al escuchar eso, Chaska dejó de hablar y de comer. Sus manos quedaron quietas sobre el cuenco, pero sus ojos seguían llenos de preocupación por su padre.
pero en ese instante sonó una cuerno afuera, larga y fuerte,
como un ave metálica anunciando que el día ya había comenzado Afuera, un cuerno resonó entre las montañas anunciando que pronto empezaría el rikuy. La madre levantó la vista, y un brillo de decisión cruzó sus ojos.

—Ya falta poco para partir —dijo—. Terminen de comer, tenemos que llevar la cosecha a la plaza.

Sin perder tiempo, comenzó a preparar lo necesario: llenó un lliklla con papas grandes y lisas, guardó chuño, y revisó que los cuyes estuvieran bien sujetos en su canastita.

—Hoy compartiremos lo que tenemos —añadió—. El ayllu nos ha dado tanto, es justo devolverlo.

El padre quiso levantarse para ayudar, pero Inti lo sostuvo con suavidad.

—Papá, yo lo haré —dijo con firmeza el primer hijo, El hombre lo miró con orgullo y le acarició el cabello. Después miro a Chaska

—Ve y representa bien a nuestra familia, churin.

Chaska respiró hondo, como si ese aire pudiera hacerla más grande.

—Iré contigo —dijo el tercer hermano, apretando su mano—quiero ir a ayudar también.
— Sinchi te tienes que quedar para que ayudes y cuides a papá y a nuestro hermanos menores

Al escucharlo, bajó la mirada, intentando ocultar la tristeza que le llenaba el pecho. Con los mantos al hombro y el corazón latiendo fuerte, salieron al camino de tierra. El Sol ya comenzaba a calentar el techo de paja de las ccasa
El día del rikuy había comenzado.



#3011 en Novela romántica

En el texto hay: romance, boylove

Editado: 27.10.2025

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