El condor y la llama

El hilo del destino

Esa misma noche, mientras las luces de las antorchas danzaban sobre las paredes del kallanka, los representantes del ayllu se reunieron en silencio. La gran sala comunal olía a madera húmeda y chicha recién servida. Afuera, el viento bajaba desde las montañas trayendo consigo el murmullo de los ríos lejanos.

El líder del ayllu, un hombre de rostro curtido y mirada firme, alzó la voz:

—Mañana partirá las personas al palacio del Awki. Debemos escoger con sabiduría a los que irán —dijo, su voz grave rebotando entre las columnas de piedra.

A su alrededor, los ancianos asentían con respeto. En una esquina, los escribas preparaban tablillas de quipu para anotar los nombres que serían elegidos.

—El Awki no quiere muchos —continuó otro de los líderes—. Solo a los más aptos. Hombres de manos firmes, corazón obediente y mirada limpia.

—¿Y también mujeres? —preguntó una de las tejedoras mayores, acomodando su manta color terracota.

—No esta vez —respondió el lider—. El príncipe busca Yunacuna y guardianes para su séquito.

Hubo un murmullo breve. Cada nombre que se decía pesaba en el aire. Algunos eran rechazados con un leve movimiento de cabeza; otros quedaban escritos con el nudo firme del quipu.

—¿Y el hijo de Huascar? —preguntó uno de los hombres, con un tono de duda—. Ese muchacho, Chaska. El curaca alzó una ceja.

—El que llevo papas al rikuy hoy —comentó otro anciano—. Tiene buena disposición, y su padre lo ha enseñado bien.

—Es fuerte —añadió un tercero—. Y no teme al trabajo. Lo vi cargar la vasija de jora sin quejarse.
El lidee meditó unos segundos, tamborileando los dedos sobre su bastón de mando.

—Dicen que tiene corazón sereno, pero firme —murmuró al fin—. Quizás eso guste al príncipe.

El silencio volvió a llenar el kallanka. Solo el chisporroteo del fuego rompía el aire quieto. Luego, el curaca hizo un gesto al escriba.

—Anótalo. Chaska, hijo de Huascar.

El quipu se apretó con un nudo más. El destino, invisible pero firme, comenzaba a entrelazarse entre las cuerdas.

Afuera, sin saberlo, Chaska dormía profundamente bajo el techo de paja de su casa. La cinta roja de Tika colgaba en una esquina, brillando tenue bajo la luna. El viento se deslizó por la ventana y acarició su rostro, como si la Pachamama misma quisiera susurrarle que su vida estaba por cambiar.

Al amanecer, el canto de los gallos se mezcló con el murmullo del río y el sonido metálico de los cántaros. Chaska despertó con el primer rayo de luz que se filtró entre las rendijas del techo. Su madre ya estaba de pie, moliendo maíz sobre la piedra, y el aroma tibio de la chicha fresca llenaba la casa.

—Levántate, hijo —dijo ella sin mirarlo—. Hoy vendrán los mensajeros del ayllu.

Chaska se incorporó con el corazón latiendo más rápido de lo normal. Había soñado con montañas doradas y caminos que se perdían en el horizonte, con una voz que lo llamaba desde lo alto.

Tika, aún medio dormida, lo observó desde su manta.
—¿Y si te eligen? —preguntó en un susurro—. Dicen que los que van al palacio ya no vuelven igual.

Chaska sonrió con cierta timidez.
—Entonces volveré distinto. Pero volveré —respondió, mientras se lavaba el rostro con el agua fría del cántaro.

A lo lejos, el sonido de los pututos anunció la llegada de los guardias. Los perros comenzaron a ladrar, y las mujeres salieron de las casas con curiosidad. El polvo del camino se levantó con el paso firme de los hombres vestidos con túnicas rojas y bordes dorados.

El líder del grupo se detuvo frente a la casa de Huascar.
—Chaska, hijo de Huascar —llamó, desplegando un rollo adornado con cintas—. Has sido elegido para servir en el palacio del Awki.

El silencio cayó como una piedra. La madre de Chaska se llevó una mano al pecho, mientras Tika bajaba la mirada, conteniendo las lágrimas.

Chaska dio un paso al frente, respiró hondo y se inclinó respetuosamente.
—Obedeceré —dijo con voz firme, aunque el temblor en sus dedos lo delataba.

El guardia asintió.
—Prepárate. Partiremos al mediodía.

Cuando se alejaron, su madre le tomó el rostro entre las manos.
—No olvides quién eres, hijo —le dijo con voz quebrada—. Allá el oro brilla fuerte, pero el corazón debe brillar más.

Chaska asintió, tratando de memorizar el calor de sus dedos.

El sol ascendía despacio, tiñendo de rojo las montañas. En la entrada del pueblo, los elegidos comenzaban a reunirse. Hombres jóvenes con mantas nuevas, rostros tensos y sueños distintos. Entre ellos, Chaska miró por última vez su aldea, el humo que salía de las casas, el río que corría más allá de los campos.

El viento volvió a soplar, levantando un remolino de polvo y hojas secas. Y mientras el sonido de los pututos resonaba una vez más, Chaska dio su primer paso hacia el destino que lo esperaba entre las murallas del ppalacio
El sol estaba en lo alto cuando el grupo de elegidos partió del ayllu. Chaska caminaba entre ellos, con una pequeña manta sobre los hombros y una bolsa de cuero colgada al costado. En ella llevaba un puñado de maíz tostado, una figura de piedra que su madre le había dado como amuleto, y una cinta roja que Tika le había entregado antes de despedirse.

El camino hacia el Cuzco era largo, un sendero que se retorcía entre montañas, quebradas y valles donde el viento parecía tener voz propia. Los hombres marchaban en silencio, guiados por los soldados del Awki, cuyos pasos eran firmes y medidos.

—No miren atrás —dijo uno de ellos al inicio del viaje—. El que sirve al príncipe mira siempre hacia adelante.

Chaska no respondió, pero su corazón se contrajo al pensar en su madre, en la casa, en el olor del maíz tostándose. Apretó la cinta de Tika en su mano y siguió caminando.

Durante los primeros días, avanzaron por los campos dorados del valle, donde las chacras se extendían como mantas tejidas con los colores de la tierra. Los aldeanos salían a observarlos pasar; algunos ofrecían agua o chicha, otros simplemente se persignaban al ver los estandartes del Inca ondeando al viento.



#508 en Novela romántica

En el texto hay: romance, boylove

Editado: 17.11.2025

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