El condor y la llama

Susurros en las paredes del palacio

Chaska sintió que el corazón le golpeaba tan fuerte que temió que el eco lo delatara. El Awki… ¿acababa de besar a Suma? No fue un gesto apasionado, sino algo más profundo, más íntimo, como un reconocimiento silencioso que solo compartían quienes se entendían sin palabras.

Suma, aún inclinado hacia Amaru, parecía dividido entre la sorpresa y una emoción que Chaska no había visto antes en él. No retrocedió… pero tampoco se atrevió a moverse.

—Mi señor… —susurró Suma al fin, con la voz apenas sostenida—. No deberías…

—No debería muchas cosas —respondió Amaru con calma, con esa serenidad que lo hacía parecer más antiguo que las piedras del palacio—. Pero aun así las hago.

Retiró su mano con suavidad, como si soltara algo precioso que temía lastimar. Suma respiró hondo, intentando recomponerse.

—Yo… solo cumplo con mi deber —murmuró, bajando la mirada, aunque esta vez no del todo.

—Y yo lo sé. Por eso confío en ti más que en la mayoría —dijo Amaru, dando un paso atrás, restableciendo la distancia que un instante antes había deshecho—. No dejes que te hagan creer lo contrario.

Suma abrió la boca, quizá para responder, pero en ese momento sintió algo—una presencia, una mirada—y volvió la cabeza. Su vista se cruzó directamente con la de Chaska.

El silencio golpeó como un tambor.

Los ojos de Suma se abrieron, no con vergüenza, sino con una alarma suave, contenida. Amaru, notando el cambio en su postura, siguió su mirada y encontró a Chaska allí, medio escondido entre sombras, con la ropa aún húmeda en las mangas y el rostro más pálido que la piedra.

Por un instante, nadie habló, fue Amaru quien rompió el silencio.

—Chaska —dijo con voz serena, sin rastro de molestia—Veo que ya terminaste tu baño.

Chaska tragó saliva; sentía la piel caliente por el vapor y por algo más… algo que no sabía si era miedo o algo completamente diferente.

—S-sí, mi señor —respondió, inclinándose rápido—. No… no quería interrumpir.

Amaru lo observó con atención, esa mirada que desnudaba intenciones sin necesidad de esfuerzo.

—No has interrumpido nada —aseguró el Awki, aunque sus ojos brillaron con un matiz difícil de descifrar—. ¿Suma te explicó todo lo necesario?

Chaska asintió, aún incómodo, aún intentando comprender lo que había presenciado.

—Sí, mi señor. Me ayudó mucho.

Suma, todavía tenso, intervino de inmediato.

—Me aseguraré de que aprenda rápido las rutas principales del palacio, mi señor, No habrá problemas.

Amaru lo miró unos segundos más, como evaluando algo en él, y finalmente asintió.

—Confío en ello.

Luego, volvió su atención a Chaska, pero su tono fue distinto: más suave, casi como si quisiera disipar cualquier sombra que hubiera aparecido entre los tres.

—Tú también debes aprender a no temer a estas paredes —dijo Amaru—. Solo parecen grandes porque aún no encuentran un lugar para ti.

Chaska levantó la vista, sorprendido por la calidez inesperada.

—Lo intentaré, mi señor.

Amaru sonrió apenas, una curva ligera en los labios.

—Bien. Ahora… los dos deberían descansar. Mañana será un día largo.

El Awki se dispuso a partir. Suma lo siguió con la mirada, y por un instante, el gesto del beso en la frente parecía aún flotar en el aire entre ellos.

Cuando Amaru se alejó por el corredor iluminado, dejando atrás solo el sonido de sus pasos firmes, Suma soltó el aire que llevaba reteniendo.

Chaska dio un paso hacia él, inseguro.

—Suma… yo… no vi nada. O sea… no diré nada —aseguró con torpeza.
Suma cerró los ojos un instante y luego sonrió, cansado pero sincero.

—Lo sé, Chaska. No eres de los que hablan de más.

Hubo un silencio, esta vez distinto. Suma bajó la voz, apenas un murmullo.

—Y… gracias. Por no mirar con miedo.

Chaska frunció el ceño, confundido.

—¿Miedo? ¿Por qué tendría miedo?

Suma lo miró con la misma intensidad suave que había mostrado antes con Amaru, pero distinta, más terrenal.

—Porque a veces… cuando alguien ve algo que no entiende… se asusta.

Chaska negó de inmediato.

—Yo no me asusté —respondió, sincero—. Solo… no sabía si debía estar ahí.

Suma rió, una risa pequeña pero real.

—Eso sí puedo creértelo.

Caminaron juntos unos pasos, y por primera vez, Chaska sintió que no estaba siguiendo a un guía… sino a un aliado.

—Ven —dijo Suma con un tono más ligero—. Te mostraré dónde dormirás. Prometo no dejar que vuelvas a perderte. No hoy.

Y mientras avanzaban por el corredor, Chaska, aún procesando todo, pensó en algo que no se atrevió a decir en voz alta:
Tal vez… había más fuego en esas miradas de lo que el palacio quería admitir.
La habitación era pequeña, cálida y silenciosa. Chaska entró y dejó escapar un suspiro; por fin un lugar solo para él.

Suma se quedó en la entrada, observándolo.

—Aquí vas a dormir —dijo—. No es mucho, pero estarás cómodo.

—Está perfecto —respondió Chaska, sonriendo.

Un breve silencio cayó entre los dos. Suma bajó la mirada un instante, como si aún pensara en lo ocurrido con Amaru. Luego dio un paso más, solo uno, y apoyó suavemente su mano en el hombro de Chaska.

—No te preocupes por lo que viste —murmuró—. Y… gracias por no mirarme con miedo.

Chaska negó rápido.

—No tengo nada que temer de ti.

Los ojos de Suma brillaron un instante, cálidos, sinceros.

—Descansa. Mañana te guiaré otra vez.

Le dio un leve apretón en el hombro, casi un gesto de protección, y se retiró. Antes de salir de la habitación añadió:

—Bienvenido, Chaska.

La habitación quedó en silencio. Y Chaska, con el corazón acelerado, supo que ese pequeño gesto valía más que cualquier fuego del palacio.



#508 en Novela romántica

En el texto hay: romance, boylove

Editado: 17.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.