La noche había caído por completo sobre el palacio cuando Chaska despertó. No sabía cuánto había dormido. Apenas un par de horas, tal vez menos. El aire estaba tibio, cargado del olor a piedra húmeda y a hierbas quemadas de las antorchas. Su corazón todavía seguía inquieto, como si hubiera pasado corriendo por los pasillos del palacio en sueños Intentó volver a cerrar los ojos, pero la imagen volvía una y otra vez: El gesto del Awki inclinándose hacia Suma.
La quietud de Suma, la cercanía que no necesitaba palabras. Chaska se cubrió el rostro con ambas manos.
—No debería haber estado allí… —murmuró a la oscuridad.
Y sin embargo… algo en él vibraba con cada recuerdo. No era celos. No era miedo. Era otra cosa. Algo que lo empujaba hacia adelante, hacia ellos, como si hubiera tocado sin querer un hilo invisible que los unía, un golpe suave en la madera lo sobresaltó
—¿Chaska? —la voz era baja, casi un susurro.
Chaska se levantó de un salto y abrió la puerta. Suma estaba allí, con el cabello todavía húmedo, como si también hubiera despertado hace poco. Su expresión era serena… pero sus ojos revelaban algo inquieto.
—Lamento despertarte —dijo Suma—. Necesito hablar contigo.
Chaska se apartó para dejarlo pasar. Suma entró despacio, como si dudara de estar haciendo lo correcto.
—¿Pasó algo? —preguntó Chaska, acercándose
Suma no respondió enseguida. Caminó hasta el centro de la habitación y respiró hondo.
—No quiero que malinterpretes lo que viste —empezó—. Ni que pienses que estoy en algún peligro. A Chaska sintió un tirón en el pecho.
—Nunca pensé eso.
Al escuchar esas palabras Suma lo miró sorprendido por que no esperaba esas palabras
—¿No?
—No —insistió Chaska, dando un paso hacia él—. Solo… me pareció algo importante. Algo que no me correspondía ver.
Suma bajó la mirada, su cabello cayéndole sobre el rostro. Cuando habló, su voz sonaba extrañamente frágil.
—No estoy acostumbrado a que alguien mire así lo que soy —confesó—. Como si no hubiera nada que temer.
Hubo un silencio tenso, casi eléctrico.
Chaska dio un paso más, tan cerca que sintió el calor del cuerpo de Suma.
—¿Y por qué tendría que temerte? —preguntó en voz baja.
Suma levantó la cabeza. Sus ojos estaban brillantes, como si lucharan entre dos impulsos opuestos.
—Porque el palacio cambia a las personas, Chaska —susurró—. Y lo que viste hoy… es algo que muchos aquí preferirían esconder.
—Yo no —respondió Chaska sin pensarlo.
Suma abrió los labios, pero no dijo nada.
Solo lo miró. Largo. Como si intentara descifrarlo, como si necesitara asegurarse de que no había trampa. Al fin, dio un paso más, acortando la distancia entre ambos hasta casi nada.
—Chaska… —su voz bajó aún más—. ¿Por qué no estás asustado?
El aire se volvió espeso, Chaska sintió la garganta seca.
—Porque… —buscó las palabras, nervioso, honesto—. Porque eres Suma. Y yo… confío en ti.
El rostro de Suma cambió, no era una sonrisa completa, pero era algo más profundo: un alivio que parecía doler sin pensar, Suma levantó su mano… y esta vez fue él quien tocó la mejilla de Chaska, Fue un contacto leve. Cauteloso. Pero tan cálido que hizo que Chaska contuviera el aliento.
—No sabes cuánto significa eso —murmuró Suma.
Chaska se inclinó apenas hacia ese toque, sin atreverse a moverse demasiado.
—Entonces… no lo olvides —susurró.
Los ojos de Suma descendieron hacia su boca por un segundo.
Un segundo que lo incendió todo.
Pero Suma se detuvo. Cerró los ojos y retiró la mano con un suspiro tembloroso.
—No puedo —dijo en voz baja—. No ahora.
Chaska sintió una mezcla de alivio y frustración amarga. Pero asintió.
—Está bien.
Suma dio un paso atrás, como si necesitara recuperar el aire. Se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se volvió hacia él.
—Mañana… —murió la frase en su boca, indecisa—. Mañana hablaremos más.
Chaska sonrió, suave. —Mañana.
Suma lo miró un instante más, como si no quisiera irse. Pero finalmente salió, la puerta se cerró despacio, Chaska se recostó en la pared, respirando hondo, con la mejilla aún caliente por el toque. Y supo, sin necesidad de admitirlo en voz alta, que el palacio se estaba volviendo cada vez más pequeño…
y las distancias entre ellos, cada vez más peligrosamente cortas.
La mañana apenas iluminaba los patios superiores cuando Suma llevó a Chaska hacia una parte del palacio que aún no conocía. Las sombras eran largas, frescas, y el aire olía a flores recién regadas; un aroma distinto al de los pasillos donde había caminado la noche anterior, Suma caminaba adelante, guiando a Chaska hacia un sector que él aún no conocía
—Hoy quiero presentarte a alguien —menciono Suma, con una voz más liviana de lo habitual—. Creo que te caerá bien.
Chaska arqueó una ceja, curios
—¿Quién?– respondió
Y suma respondió apenas diciéndole que iba a conocer al la hermana menor de Awki Amaru, y el corazón de Chaska dio un pequeño brinco.
¿Una hermana de Amaru?, ¿Otra persona importante que podría juzgarlo o mirarlo como un intruso? Se menciono así mismo chaska.
Pero cuando llegaron a un jardín , el aire pareció cambiar. Allí, entre flores rojas y telas colgadas a secar, estaba una joven sentada en el suelo, tejiendo una pequeña pulsera de hilos multicolores. Su cabello brillaba como si atrapara la luz del sol, y su expresión era tranquila, concentrada… y cálida. Cuando escuchó pasos, levantó la mirada y sonrió.
La sonrisa era tan suave que a Chaska le pareció que el sol se hacía más fuerte solo para acompañarla.
—Suma —dijo ella con dulzura—. Pensé que llegarías más tarde.
—No podía —respondió él—. Tenía que traerte a alguien.
Los ojos de la joven se dirigieron a Chaska. No lo evaluaron, no lo juzgaron: simplemente lo miraron con curiosidad tranquila, como quien descubre un nuevo color