jardín estaba tibio, iluminado por un sol suave que parecía haberse detenido solo para observar aquella escena. Las flores rojas se mecían con el viento, y entre ellas, Illary se acercó a Chaska con paso ligero, casi danzado.
—Illary —repitió ella, con una sonrisa que se curvaba como un amanecer—. Solo Illary, por favor. Si empiezas con títulos… jamás terminaremos.
Chaska volvió a asentir, más torpe de lo que habría querido. Suma, apenas a unos pasos, observaba la interacción con un alivio discreto, como si hubiese temido que la presentación fuera un choque y encontrara en cambio armonía.
Illary lo rodeó una vez con la mirada. No de arriba abajo, sino en un gesto de reconocimiento silencioso, como si intentara ver más allá del nombre que había dicho.
—Hatun Qocha… —murmuró—. He escuchado que el agua es muy clara allí.
—Lo es —respondió Chaska, sorprendiéndose de lo fácil que era hablar con ella—. Y fría. Mucho más que aquí.
La risa de Illary volvió, suave, casi escondida. Luego se inclinó para recoger la pulsera que estaba tejiendo y se la extendió.
—¿Puedo? —preguntó, señalando su muñeca.
Chaska al escuchar esas palabras parpadeó, confundido ya que no sabía lo que se refería
—¿Pued… puedes qué?
—Ponértela —dijo ella, simple, como si fuera lo más natural del mundo.
Suma intervino, con una sonrisa apenas visible y le responde que Illary no le pide permiso a cualquiera, que si lo hace es por que quiere que algo de ti desea que se quede aquí. Illary también respondió que siempre les da a las personas que siente que no son tan viles en su corazón y ojos
Chaska sintió el calor subirle a las mejillas. Extendió el brazo. Illary tomó su muñeca con delicadeza y deslizó la pulsera. Era simple, pero vibrante; los hilos parecían atrapados entre rojo, azul y dorado.
—Ahora sí —dijo ella, dando un paso atrás—. Eres un poco más del palacio
Chaska no supo qué responder. No estaba seguro de querer pertenecer a aquel lugar… pero por primera vez, la idea no lo asustó del todo.
—Illary —llamó Suma, volviendo a su tono habitual ¿Donde está Amaru?
La sonrisa de la joven se volvió más tranquila.
—Se a ido a ver como va la cosecha en los campos ¿Quieres esperarlo?
Suma dudó. Y Chaska notó que ese gesto significaba algo. Algo que Suma estaba debatiéndose entre compartir… o seguir guardando.
—No todavía —respondió al fin.
Illary los observó, como quien ve una corriente de agua que aún no decide qué forma tomará. Luego volvió a Chaska.
—¿Quieres ver el resto del jardín? —preguntó—. Puedo mostrarte dónde crecen las flores que usamos para teñir.
Antes de que él pudiera contestar, Suma habló
—Solo si quieres —dijo, con una suavidad que Chaska reconoció de inmediato—. No estás obligado a nada aquí.
Illary lo miró, divertida al escuchar esas palabras que respondió Suma
—Suma, no hablo con prisioneros —dijo, en tono de broma—. Si le pregunto es porque quiero conocerlo.
Suma soltó un suspiro resignado y Chaska sonrió por primera vez desde que llegó al palacio.
—Me gustaría verlo —respondió.
Illary palmeó sus manos y agarró las mano de Chaska alegre, y comenzó a caminar hacia un sendero bordeado de hojas rosadas. Chaska la siguió, y Suma, después de un segundo, caminó detrás de ambos.
El jardín se extendía más de lo que parecía desde la entrada. Había arcos de piedra cubiertos por tejidos colgantes, árboles con frutos pequeños y amarillos, y fuentes bajas donde el agua caía en murmullos suaves. Illary hablaba mientras caminaba, no rápido, sino en un ritmo tranquilo que parecía encajar con el ambiente.
—Mi hermano dice que este lugar está demasiado vivo —comentó—. A mí me gusta. Me recuerda que hay cosas que siguen creciendo incluso cuando el palacio parece quedarse quieto.
Chaska levantó la mirada hacia Suma, que observaba a Illary con una ternura contenida, como si se alegrara de que ella compartiera aquel espacio con alguien más. Illary se detuvo frente a un arbusto lleno de flores rojas.
—Estas son las que usamos para teñir la lana —explicó—. Si las hierves con agua y un poco de sal, queda un color como el de la sangre, pero brillante. Amaru dice que huelen fuerte, pero yo creo que—
Se detuvo de pronto por que Suma había dejado escapar un breve suspiro, apenas audible, pero cargado de algo extraño. Chaska lo notó al instante.
—¿Suma? —preguntó Illary, girándose hacia él.
Suma tragó saliva, y por un segundo su mirada se perdió más allá del jardín, más allá del palacio. Como si sintiera algo en el aire. Algo que no era visible a simple vista.
—Hay… movimiento —susurró Suma, casi para sí mismo
Illary frunció el ceño y respondió de quien es esos movimientos. Suma iba a responder… pero de pronto se quedó completamente quieto. Como si algo lo hubiera golpeado en silencio.
Sus ojos, antes tranquilos, se abrieron apenas. Una respiración se le cortó en la garganta y Chaska
siguió la dirección de su mirada. Allí, al otro extremo del jardín, bajo la luz suave que atravesaba los tejidos colgados, había una figura, Alta. Silenciosa. Inmóvil. No había escuchado pasos. No había habido aviso. Simplemente… estaba ahí.
Y Suma lo vio y fue suficiente para ver el cambio y ver como una ola fría. Suma dio medio paso atrás, tembloroso, su piel perdiendo color.
Illary también lo notó. Su expresión se endureció
—No… —susurró ella—. No otra vez.
La figura avanzó apenas un paso. Solo uno. Pero fue como si la tierra resonara debajo.
Suma se tensó de pies a cabeza. No era una defensa. Era una reacción antigua. Instintiva. De miedo puro con un filo de odio que ardía bajo la piel.
—Él… —murmuró Suma, con la voz casi quebrada. Y todo en su mirada lo dijo sin palabras:
Ese hombre no era alguien a quien pudiera enfrentar fácilmente.