El silencio se hizo más hondo cuando Suma apoyó la cabeza en su hombro, cansado, respirando como quien ha pasado demasiado tiempo sosteniendo un peso que no le pertenecía.
Chaska lo miró un momento. Sus dedos temblaban menos. Su pecho subía y bajaba con más ritmo.
Y de pronto, sin pensarlo —quizá llevado por un recuerdo, quizá por un impulso que nacía del corazón Chaska levantó una mano y la pasó suavemente por el cabello de Suma.
—¿Quieres… que te cante algo? —preguntó en voz baja.
Suma apenas abrió los ojos no habló, pero el pequeño asentimiento fue suficiente.
Chaska inhaló hondo, como quien regresa a su propia infancia, y comenzó a cantar muy despacio, con un tono suave, casi susurrado
—Duérmete, wawa chay,
duerme, hijito del sol…
La voz de Chaska llenó el cuarto sin romper el silencio; lo volvió tierno, tibio.
Suma dejó caer los hombros. Los párpados se le aflojaron.
—Cierra tus ojitos ya,
que la noche te cubrió…
Chaska continuó, acariciando con el pulgar el dorso de la mano del muchacho.
Suma respiró hondo y, por primera vez desde que entró, no parecía asustado. Parecía… protegido.
—Mama Killa te verá,
desde el cielo resplandor…
Un suspiro escapó del pecho de Suma, ligero, casi un alivio.
—Y los vientos guardarán
tu corazón con calor…
Suma se recostó un poco más, confiando sin miedo. Sin sombras.
—Duerme, wawa munaylla,
que el mundo ya se calmó…
Chaska bajó la voz aún más, como si la canción fuera un amparo sagrado.
—Duérmete bajo mi manto,
que aquí nada te alcanzó.
Cuando la última sílaba se deshizo en el aire, Suma ya no temblaba. Sus manos reposaban quietas, relajadas, como si por fin hubiera encontrado un lugar seguro donde dejar descansar su alma.
Y Chaska, sin moverse, supo que ese era el primer momento de verdadera paz que Suma tenía en años, la última nota de la canción se deshizo lentamente en el aire, suave como un suspiro.
Suma ya casi no respiraba con sobresaltos; su pecho subía y bajaba en un ritmo más tranquilo, sostenido por la presencia cálida de Chaska y entonces, muy leve, apenas un roce contra el suelo, se escucharon pasos acercándose por el corredor.
Chaska levantó la mirada. Suma no, él seguía apoyado en su hombro, medio dormido, aferrado a esa paz recién encontrada. Chaska volteo para encontrarse con la figura de Amaru que apareció en silencio.
No habló solo se detuvo en el umbral cuando escuchó la última línea que aún vibraba en la garganta de Chaska.
Los ojos de Amaru parpadearon como si la canción hubiera sido un golpe inesperado.
Su expresión —tan dura, tan tensa hacía un momento
se fracturó apenas pero no dijo nada
Chaska mantuvo la calma, sin mover a Suma, sin romper el hechizo frágil que los envolvía.
Solo sostuvo su mirada unos segundos, esperando el chubasco que quizá caería…
pero Amaru no avanzó.
Sus manos, que antes estaban listas para la violencia, ahora se relajaron a los costados del cuerpo.
Se tomó un instante, respiró profundo… y algo en su rostro cambió no era alivio del todo, no era aceptación era… una mezcla extraña de gratitud y desconcierto.
Como si no supiera cómo sentirse al ver a Suma descansar por primera vez Chaska habló primero, en un susurro apenas audible para no despertar a Suma
—Está dormido.
Amaru alzó la vista un segundo, observando al muchacho acurrucado, la cabeza apoyada en el hombro de Chaska, los dedos entrelazados con los de él de manera inconsciente.
La vulnerabilidad de Suma era tan evidente que dolía.
—No escuché toda la canción —murmuró Amaru, con un tono que no solía usar—. Solo… las últimas palabras– Chaska tragó, inseguro de cómo interpretar ese tono.
—Lo necesitaba —dijo, sin excusas.
Amaru inclinó un poco la cabeza noo era un asentimiento no era un rechazo era… aceptación silenciosa.
Sus ojos recorrieron a Suma, y por un instante se llenaron de un brillo que no mostraba ante nadie.
—Gracias —dijo, sin fuerza, sin dureza—. Por quedarte con él.
Chaska no esperaba escucharlo.
Fue tan inesperado que su pecho dio un vuelco.
—Siempre —respondió—. No voy a dejarlo solo.
Amaru bajó la mirada, como si esa promesa pesara más que cualquier juramento
—Lo sé —dijo finalmente—. Por eso… —su voz se quebró un poco, pero lo ocultó detrás de un suspiro— …por eso volví más rápido.
Hubo un silencio breve, respetuoso, casi sagradom Amaruaru dio un paso dentro del cuarto, despacio, como si temiera romper la calma que ahora cubría a Suma.
—Déjalo dormir contigo un momento —añadió—. Si lo muevo ahora… podría volver a temblar.
Era la primera vez que Amaru pedía algo así. Que admitía algo así.
Chaska asintió y Amaru, por primera vez desde que comenzó aquella noche, dejó caer sus hombros, rendidos. No por cansancio sino por alivio.