El conejo
El conejo estaba sentado, tenía los ojos fijos y la nariz bien abierta. Estaba consciente de que su depredador estaba cerca. Muy cerca. Su depredador estaba detrás de él, de un salto pudo agarrar el cuello del animal. No le destrozó el cuello, el gato se llevo vivo a su presa al interior de su casa.
Su plato estaba lleno de croquetas especializadas para gatos esterilizados. Con un golpe de su pata alejó el plato, mandando muy lejos las croquetas carentes de sabor. Le gustaban más la otra marca, que tenían sabor a pescado y pollo, pero tenían un exceso de grasa que no le hacían muy bien a su figura.
El gato puso al conejo vivo en el suelo. De vez en cuando uno tiene que darse un gusto. El gato abrió la boca, enseñando un par de colmillos, se dirigió a su cuello para matarlo de verdad cuando una vocecita lo obligó a detenerse.
Al gato no le impresionó que el conejo pudiera hablar. Todos los animales pueden comunicarse los unos a los otros en un lenguaje universal. De hecho, hace unos días el gato estuvo hablando con una araña que no dejaba de quejarse que se le dormían las patas.
Con mucha curiosidad el gato se acercó al conejo, quien retrocedió un poco. Correr era inútil, el gato lo alcanzaría y el destrozaría el cuello de un mordisco. El gato abrió su boca y lamió la cara del conejo cinco veces seguidas.
El gato lo pensó unos segundos. Una idea apareció en su cabeza.
Ambos animales chocaron sus patas. Luis condujo a Silvia a una habitación de puerta rosada, con varias calcomanías de arcoíris, princesas y animales, muchos conejitos.
Luis comenzó a maullar hasta que la puerta se abrió. Una niña de cabello negro y corto le abrió la puerta, vestía un pijama con varias cabezas de caballos de colores. Ana quería preguntarle a Luis si quería entrar, cuando su mirada se enfocó en el conejito. Ana tomó al conejito y le dio un fuerte abrazo, Silvia sentía que sus costillas se comprimían. Si esto funcionaba y Silvia volvía a su forma humana, iba a ser una humana que tendría que depender de un respirador artificial. Ana estaba tan enfocada en su nueva mascota que ignoró a Luis y le cerró la puerta. Esto no le importó a Luis. Fue a la sala, donde estaba su plato, y comenzó a comer la comida para gatos esterilizados.
Era la ultima vez que comía esa mierda.
A mitad de la noche, Luis se despertó con un fuerte dolor de estómago. No, no era por la comida. Era una sensación de que ha cometido un gravísimo error. Las habitaciones de sus amos estaban abiertas, eso jamás pasaban. A los padres de Ana no les gustaba la idea que Luis se durmiera en su colchón nuevo así que cerraban la puerta. Ana era más permisiva, pero le cerró la puerta. Luis entró a la habitación de sus dueños, salió a los pocos segundos deseando que todo fuese una ilusión.
Ambos padres estaban echados, bocarriba, con los cuellos rebanados.
Luis entró al cuarto de Ana. Todos sus terrores fueron confirmados. La niña yacía muerta, con el cuello cortado. Su sangre manchaba las sabanas blancas. Era la única imagen grotesca en esa habitación tan colorida. Cerca de ella estaba parada una silueta humana que no dejaba de reír maniáticamente.