El clima a fuera estaba lluvioso, en toda la mañana se había visto tan poca luz de día que cualquiera debatiría si se trataba de un amanecer o un grisáceo atardecer, la luz del computador bañaba el rostro de Elizabeth, quién con rápidos movimiento de dedos tecleaba cada letra requerida para obtener toda la información que necesitaba. El plazo de tiempo le había resultado tan corto que su decisión fue repentina, tres días, resonaba en su cabeza como aquel pendiente que dejaste hasta el día siguiente. Su rostro no dejaba de hacer muecas de disgusto, para luego volverse en un semblante pálido como aquel que ha tenido que volver la comida, y así hasta llegar a morderse los labios en señal de duda y excitación.
Excitación por pensar en lo que haría y duda porque ni en sus más descabellados pensamientos se le hubiera ocurrido semejante disparate.
Una vez tomó la última captura de pantalla, salió a paso decidido hacía su escuela, aún tenía algo pendiente que hacer.
Y allí estaba él, tenía las orejas coloradas a causa del frío por tan alborotada lluvia, no había casi nadie en el salón de clases pues casi nadie se aventuraba a salir de sus casas con semejante aguacero. El día en que su partida había sido programada había resultado casi estropeado por el clima, sin embargo ya no habría otra oportunidad más adelante y debía aprovecharlo.
Saludó al muchacho sentado en una butaca de madera, este sacudió su pelo mojado como respuesta.
—Gracioso día el que quisiste irte. — Dijo el chico levantándose de la butaca para ver más de cerca a Elizabeth. — Es como si la tierra estuviera triste de que ya no será como ahora. Ella lo miró con cierto remordimiento, aun así, sacudió ese sentimiento de su mente y replicó.
—Pero no significa que no vaya a ser mejor, me voy para modificarlo y hacerlo más feliz para ambos. — Finalizó la muchacha en voz tan alta que hasta las partículas más pequeñas de su cuerpo captaron sus palabras. Hubo un silencio general, los pocos alumnos en el aula apenas y habían prestado atención a lo dicho por Elizabeth, y los otros poquísimos que sí, lo tomaron como otra escena más de un par de románticos.
—No lo sé, me gusta mucho como estamos ahora, me gustas mucho tú. — Respondió Damián ante lo dicho por su novia, que a sus ojos veía a la más hermosa y valiente de las mujeres. Él extendió los brazos para que Elizabeth entrara en ellos, la chica lo hizo casi de manera instintiva sin importarle que el muchacho estuviera empapado, con esto último besó su frente y dijo;
—Buen viaje, Tinta oscura.
***
Si Elizabeth tuviera que describir su viaje, sería simplemente como suave, de un momento a otro se dejó llevar por una inquietante y deliciosa brisa que golpeaba su rostro, aunque la chica era incapaz de abrir los ojos, se imaginó a ella misma viajando a través de las delgadas líneas que conectan el hoy con el ayer. Una vez esta sensación se detuvo, la muchacha de intensa cabellera negra se limitó a abrir sus párpados lentamente, sintiendo un cosquilleo de emoción que le recorría el cuerpo. Se encontraba de nuevo en su escuela, sin embargo ya no llovía, es más, el sol estaba tan deslumbrante como en una tarde de verano, pues era justo en verano donde comenzaría su nueva aventura. No tenía casi nada de tiempo que perder, pues su cuerpo ahora, después de haber retrocedido en el tiempo, era tan delicado como un diente de León, su mera presencia era un sobrante en esa ya explorada tierra, obligándola así a que se fuera, sin embargo, si quería que su plan funcionara, la tierra debía esperar un poco más.
Tuvo que esperar así hasta la hora del descanso, cuidando que ningún profesor la descubriera e intentara llevarla a su clase, ya que revelar su existencia antes de tiempo haría que todo su plan se viniera abajo.
Una vez tocó la campana que indicaba el comienzo del descanso, Elizabeth se apresuró cuidando de pasar como un simple fantasma por el área de la cafetería, ya que su primer objetivo no era precisamente ella misma, –al menos no por el momento- y si se conocía a si misma lo suficiente, sabría que ella no comería en un lugar repleto de desconocidos el primer día de clases. Lo encontró sentado en una pequeña mesa algo alejado del resto, tenía la cabeza gacha y los hombros relajados, en su mesilla se posaban un sándwich y unas papas fritas a medio terminar. Elizabeth avanzó a paso neutro hacía donde el muchacho se dirigía.
—Hola, eres Nathan ¿cierto? — preguntó ella con cierta timidez. El chico sentado frente a ella se limitó a alzar la mirada y asentir. —Mi nombre es Elizabeth, soy tu compañera de clase. — Prosiguió ella mordiéndose el labio inferior temiendo fallar al medir sus palabras y desaparecer sin más.
—Sí, creo que te recuerdo. Tuvimos que presentarnos todos en clase.
—Cierto. Por eso mismo noté que estabas solo y quise venir a ver si querías compañía. — respondió Elizabeth tomando lo dicho por el muchacho como anzuelo para no perder la conversación, aun así se preguntó si no sonaba demasiado desesperada.
—Estoy perfectamente comiendo solo.
— ¿Entonces no quieres de mi compañía?
—Me sentiría más cómodo si no.
Elizabeth estaba casi arrepentida de haber querido acudir a su ayuda en primer lugar. Aquel muchacho, Nathan, como era su nombre, era el hermano menor de Damián y aunque iba junto con él en la misma clase, rara vez se le veía hablando con alguien a menos que fuera estrictamente necesario, era estirado y frívolo, su expresión era una cómica mezcla entre despreocupado y molesto por algún problema imaginario, aun con todo esto, Elizabeth aún tenía un último truco y no quería irse sin desperdiciar su mejor carta.