El Conticinio

Confrontación

Elizabeth yacía en el suelo con total miedo, sintiendo el frio escalar por su columna hasta su nuca, erizando sus cabellos. No podía más que dejar con salir con sumo temblor la primer vocal por su boca de tambaleante mandíbula. Los ojos de aquel parecían de frio asecho, más incluso que los de una serpiente. La joven de cabello castaño no dejaba de repetirse que moriría, cada segundo era eterno.

Metió velozmente su mano a la mochila, y de ella sacó la pequeña botella de agua bendita y comenzó a tirar desesperadamente el contenido sobre el rostro de Carlos, quien simplemente cerró los ojos arrugando su nariz mientras sentía los pequeños chorros de aquel liquido impactar contra su cara.

—¡¿Qué haces?! —Exclamó él en completa confusión mientras extendía su mano para cubrirse del agua.

—¿No funcionó? —Asustó Elizabeth— ¡Muere! —Lanzó el ajo contra Carlos.

—¡Hey, deja de hacer eso! —Quejó con absoluta molestia— Condimenta un pollo, no a mí.

Cindy, desde su habitación, oyó a su madre quejándose de que Elizabeth mucho había tardado en su compra, exclamando que saldría a buscarla.

—¡No te preocupes, ma', yo voy! —Dijo Cindy mientras salió corriendo de su habitación.

Corrió rápidamente hasta la vereda de en frente para buscar a su hermana, quien se hallaba aún tirándole ajo a Carlos.

—¡Deja de hacer eso, niña! —Cubrió el confuso hombre.

Cindy volteó rápidamente hasta el patio trasero, divisando a su estúpida hermana lanzándole ajo al molesto hombre. Se hallaba jadeando del cansancio, con su pecho y frente sudados.

—¡Ya basta! —Exclamó Cindy mientras tomó a su hermana del brazo para ayudarla a levantarse— Lo siento —Dijo a Carlos con la respiración agitada—, es que mi hermana se obsesionó con los vampiros y cree que eres uno —Sonrió con tímido miedo.

—¿Un vampiro? —Rió Carlos con ingenuidad— Oye, no sé de donde lo sacaste, pero aún si fuera un vampiro, es de mala educación invadir la propiedad privada para condimentar a tus vecinos.

—Lo siento —Dijo Elizabeth denotando su vergüenza.

De la mano de la joven cayó el anillo, el cual rodó hasta el interior de la casa. Elizabeth exclamó su preocupación, mientras que Carlos arqueó una ceja, preguntándose qué tramaba ahora su vecina. Una vez el anillo dejó de rodar y se dejó caer, la joven fanática reclamó que no levantó el anillo porque es de plata y él es un vampiro, insistiendo pedantemente con el asunto.

—No lo levanto porque tengo sangre en las manos —Respondióle Carlos enseñando sus ensangrentadas manos.

—Sangre de tus victimas —Reclamó Elizabeth.

Cindy se llevó la mano al rostro de la vergüenza. Quería golpear a su hermana, y lo haría una vez estuvieran ambas en casa.

—Sí, esa víctima se llamaba Chloe y vivía muy feliz en el campo —Dijo él con cansado sarcasmo—. Si quieres que lo recoja, lo recogeré. Pero, por favor, déjenme en paz. Estoy bastante cansado, quiero comer y acostarme un rato.

Carlos se dio vuelta y caminó hasta el anillo de plata. Dobló sus rodillas para alcanzarlo y lo tomó con sus firmes dedos. Levantó el circular objeto de plata y lo posó entre su índice y dedo corazón. Luego, caminó de regreso a las jóvenes.

—Te recomiendo lavar el anillo, y lavarte las manos. No querrás enfermarte —Dejó caer el anillo sobre la palma de Elizabeth—. En serio, ¿por qué hacen esto?

—¡Porque eres un vampiro! —Exclamó Elizabeth.

—¡Ya cierra el culo! —Gritó harta su hermana, dándole un fuerte golpe en la nuca que incluso hizo dar un pequeño sobresalto a Carlos— Lo siento, mi hermana es un poco... muy estúpida cuando se obsesiona con algo —Se disculpó con su rostro rojo de vergüenza.

—Vaya... avísame cuando vayas a cazar hadas. Te ayudaré —Sonrió Carlos—. Ahora lárguense —Serió.

—¡Espera! —Insistió Elizabeth, recibiendo la fría y molesta mirada de Cindy— Si no eres un vampiro, no te molestará que entremos y te hagamos unas preguntas.

—¿"-Mos"? —Preguntó Cindy.

—Si respondo todas tus preguntas, ¿me dejarás en paz?

—Sí —Afirmó Elizabeth.

—Bien —Suspiró Carlos—. Pasen —Movió su cuerpo a un lado para dejarlas pasar—, estoy haciendo un guiso de fideos, para ahorrarte una pregunta.

Ambas entraron a su casa, Elizabeth decidida y Cindy temerosa –como era de esperar–. La cocina no era muy grande al igual que su casa, pues poseía apenas una mesada, un horno, heladera y una mesa redonda de madera con un mantel blanco encima, rodeada de tres sillas de porte antiguo. Las paredes no estaban húmedas ni demacradas como esperaría la joven obsesa, sino que estaban bien pintadas y cuidadas. Carlos puso la cebolla picada en la olla con aceite y, para no perder tiempo, comenzó a picar la carne.

Por primera vez, Elizabeth se dispuso a reparar en el rostro del acusado. Se veía joven, esperable pues portaba únicamente treinta y dos años. Su rostro era calmo con ojos gentiles de irises miel. Era un hombre delgado, igual que su cara, aunque su mandíbula era un poco ancha; su nariz recta terminaba en una punta redondeada, y su rostro era abrigado por una corta barba de no más de una semana, cuyo bigote no alcanzaba a mezclarse con el resto de bellos. Su cabello estaba levemente ondulado, cortado con un french crop de poco menos de mes y medio, cuyo flequillo, que poseía unos pocos rulos, le rozaba las cejas. Algunas hebras brillaban claras en la luz, y su barba largaba destellos rubiáceos y cobrizos.

—Vamos, pregunta —Dijo tras terminar de cortar la carne, lavándose las manos.

—¿Puedes entrar a una casa sin recibir invitación? —Preguntó Elizabeth.

—No, eso no es muy educado y además es ilegal —Respondió.

—¡Ajá! —Exclamó ella— ¿Qué haces a la noche cuando te vas?

—Me voy a trabaja —Agitó su cabeza, levantando las cejas como si fuese algo obvio.

—¿Por qué vuelves antes de que salga el sol?

—Oye, debería denunciarte —Comentó con una leve risa, apoyándose en la mesada—, es porque se acerca el otoño, pero siempre llego a la misma hora, y en el verano sí hay sol a las cinco de la mañana.




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