El Conticinio

¿La muerte es... mala?

En el este de Rushifà se encuentra una casa un poco grande, construida en su mayoría de madera. Corría la noche desde el fallecimiento de Cristian, y el cielo era hermoso y estrellado, con una hermosa luna a medio llenar flotando en la cúspide celestial, pues las doce habían caído.

En esa habitación de dos camas posaba recostada una joven de unos trece años, con una baja estatura y hombros pequeños. Su cabello era miel, cuyo flequillo se divisaba un poco más rubio que el resto. Sus ojos eran heterocromáticos, con su derecho café y el izquierdo verde.

No hacía más que ver las estrellas a través de aquella claraboya, relajada, oyendo los grillos en el exterior. Pronto oyó abrirse la puerta de aquella habitación y, tras estirar su cuello, divisó a aquel hombre de tatuajes.

—Pude confirmarlo —Dijo aquel sin siquiera detenerse a saludar, dirigiéndose directo a su cama—, es el mismo kaly. Es el mismo tipo.

—¿Cómo lo sabes, Petyr? —Preguntó ella mientras se dio vuelta tan rápido como un gato, para luego ponerse en pie de un salto.

—Siempre es la misma herida, y en las memorias de los muertos siempre aparece la misma silueta. Pero como es un kaly, puede borrar su imagen de las memorias —Comenzó a quitarse los calzados—. Aunque lo que me lo confirmó no fue eso, después de todo, cabía la posibilidad de que fueran varios con la misma forma de actuar, aunque ya me parecía raro que más de un kaly actuara de manera piadosa. Éste me dejó un mensaje. Dijo algo al oído del hombre antes de que muriese: «deja de perseguirme». O sea que sabe que estoy tras él. Es el primer kaly en siglos que usa la conexión, aunque puede que fuese por sospecha —Una leve mueca de sonrisa se dibujó en su rostro—. Sabe que lo estoy cazando. Aunque me pregunto por qué siempre mata de forma tan pacifica e indolora, como si intentara que le perdone la vida. Los kaly son despiadados, no importa qué hagan.

—Oh —Comentó la joven mientras se sentó en su cama, subiendo las piernas al colchón y sujetándolas con sus brazos—. Llévame a la próxima cacería, sabes que tengo mejores raíces que tú —Sonrió con gran ánimo.

—Sí, pero no sabes controlarte. Eres impura, Irene, no lo olvides. Si te sales de control, serás muy peligrosa para ti —Se recostó en la cama, colocando sus manos tras su cabeza—. Ya te dije, vive normal, vive tranquila. No tienes que meterte en esto —Suspiró.

—¡Deja de decir eso, estoy harta de que tú ni nadie me tome en serio! —Irene dejó oír su molestia— Puedo cazar a ese kaly. No puedo ocultar mis ruidos ni usar muchas de esas cosas suyas, pero soy más fuerte que tú y el resto. Puedo ver los recuerdos más claros que cualquiera, y también puedo matar a un kaly como si se tratara de una puta hormiga.

—¡Ya basta, Irene! —Petyr se levantó de un salto de su cama— ¡¿Ya olvidaste la última vez que te saliste de control?! Eres peligrosa. No para mí, no para ese puto kaly, sino para ti. ¡Puedes morir, carajo! ¡Percibirás todas las almas de los muertos, sobrecargarás tu cabeza impura y te reventará ese cerebro que tienes, matándote al instante! ¡¡No quiero que mueras, tarada!!

—¡¡Deja de decirme impura!! —Gritó con gran furia mientras se puso de pie, confrontando al mayor— ¡Ya estoy harta de que me llamen así, yo no pedí tener esa puta sangre humana! ¡Fue culpa de tu madre la que decidió cogerse a un hombre! —Las lagrimas comenzaron a brotar de sus rabiosos ojos.

—Irene, cálmate —Dijo Petyr, denotando cierta preocupación.

—¡¡Deja de decirme que me calme!! ¡Ya estoy harta de que siempre me vengan con la misma mierda! ¡Puedo matar a ese kaly, voy a matar a ese kaly! —Dio un fuerte pisotón— Soy tu hermana, Petyr.... Entiendo que los demás no me vean como una de los suyos... ¿pero por qué tú no puedes verme como una más? —Arqueó sus cejas en señal de congojo— ¡¿Qué debo hacer para que me aceptes?!

De la suela de sus pies comenzaron a salir aquellas "raíces tatuaje", esparciéndose por toda la habitación de una manera rápida y fugaz, aunque, contrario a su hermano, eran desordenadas y para nada geométricas.

Pronto comenzó a ser atrofiada por una fuerte jaqueca que parecía reventarle la cabeza, hinchando las venas de su frente de tal manera que parecían listas para explotar en cualquier momento. El esmeralda de su ojo izquierdo parecía resaltar incluso más y tanto su nariz como sus oídos comenzaron a sangrar leve pero notablemente.

Llevó sus manos hasta la cabeza, agitándose de un lado a otro dejando salir aquel doloroso grito que dañaba sus cuerdas vocales. Parecía que de su cuerpo emanaban fantasmas de sí misma, cuerpos astrales que únicamente se agitaban de manera distinta mientras su piel comenzaba a perder color a medida que éstos se alejaban de ella. De pronto, él vio un leve destello flotando detrás de la espalda de su hermana.

—¡¡Petyr!! —Gritó ella con sus ojos repletos en lagrimas.

Petyr, seriando su rostro, llevó fuertemente su palma hasta el suelo de la cual se extendieron a través de todo el azulejo aquellas raíces. Perfectas, geométricas y mucho más grandes que las de su brazo. Avanzaron rápidamente entre las raíces de Irene, quebrando aquellas que se hallaban en su camino hasta subirse a sus piernas y escalar por su columna hasta posarse detrás de su corazón, donde se ramificaban hacia los brazos y cabeza. Una vez las raíces cubrieron gran parte de su rostro y todos sus dedos, éstas comenzaron a forzarla a arrodillarse de manera tan tosca y resistida que imposible era no sentir el dolor de Irene al ser reducida. Una vez de rodillas, la obligaron a posar su rostro en el suelo, donde cada uno de sus fantasmas comenzaron a volver a su cuerpo.

Los ojos de Irene rápidamente se tornaron blancos mientras ella perdía absolutamente la consciencia. La sangre comenzó a salir en mayor cantidad, aunque pronto se detuvo la hemorragia. Petyr tomó a su hermana suavemente y la acostó en su cama. Luego, posó su pulgar derecho en su frente, donde las ramas se extendieron hasta sus sienes.




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