El Conticinio

Consecuencias que uno tiene que asumir

El mediodía del jueves había llegado y Marzo ya se estaba terminando, faltando apenas cuatro días para su fin. Elizabeth y Cindy no habían asistido al colegio aquel día debido a que habría desinfección, algo que la escuela hacía una vez al mes. Raquel tampoco había asistido al trabajo pues esa mañana fue al dentista; se trataba del típico control, pero ella había logrado conseguir el permiso para tener el día libre.

Elizabeth estaba cocinando mientras su madre y consanguínea salían a comprar. Estaba haciendo un guiso de carne con fideos, la receta que le había enseñado su abuela cuando aún vivía, una bastante famosa en el campo donde pasó la infancia hace ochenta años. Comenzó desarmando cuatro chorizos de cerdo y colocando la carne en una olla a fuego bajo para que saliese la grasa y se cocinara. Su abuela no usaba aceite neutro pues, donde se crió, éste era difícil de conseguir. Elizabeth, sin embargo, no lo usaba muy a menudo porque era muy malo para salud, y prefería la grasa debido a su aporte de sabor. Siguió agregando tres cebollas grandes picadas tras la cocción de la carne, poniendo un poco de sal para que suden.

Continuó colocando cebollas y en una sartén aparte comenzó a dorar seis pimientos morrón, dos de cada color, utilizó apenas un poco de grasa vacuna para cocinarlos. Una vez listos, desglasó con vino blanco y lo tiró en la olla, junto con tres dientes de ajo picado. Pronto agregó unos osobucos y, tras sellarlos, un poco de agua. Condimentó y tapó. Siguió cocinando con la intención de que hirviera una hora y media, aproximadamente.

Parecía que cocinaba para un batallón, pero, aparte de que ella y su hermana eran del buen comer tal como lo fue su padre, tenía la intención de que sobrase bastante para la noche. Era quien mejor cocinaba en la casa, pero a su vez la más vaga para la tarea.

Cuando cocinaba, no le gustaba alejarse de la cocina por miedo a que se le quemase la comida, por lo que se llevó una silla y se dispuso a ver sus redes sociales. Se preguntaba si Carlos seguía molesto con ella y si rechazaría una disculpa. Quería pedir perdón por lo sucedido. Sea el motivo que sea, sabía que para Carlos podía tratarse de algo muy grave lo que dijo aquel día, después de todo, ella se enojaría y le dolería demasiado si dijeran, aún desde la ignorancia, que no tiene padre porque éste la abandonó. Se sentía mal. No quería disculparse los días de semana debido al agotamiento que su trabajo nocturno le producía, por lo que, reflexionando mientras la olla hervía, se decidió a ir el domingo para pedirle disculpas de manera adecuada.

Cindy y Raquel caminaban por el mercado. La hija no era idiota, fue porque quería un paquete de galletas. Aquellas famosas que suelen venir en latas se vendían también en pequeños paquetes de cinco. Tan deliciosas que no le importaba ser quien cargara el canasto y quien llevara las bolsas al auto.

Raquel tomó un par de gaseosas, un paquete de fideos, dos paquetes de queso rallado, las galletas de Cindy y tres potes de helado para el postre. La fila era un poco larga, por lo que se tirarían cinco minutos allí.

Ambas terminaron las compras. El próximo destino sería la panadería, donde comprarían para tener durante el día.

El guiso estaba quedando bastante bueno tras agregarle un poco de sal. Elizabeth procesó varios tomates hasta formar una salsa que luego agregó a la olla con un poco más de agua y, tras cocinarse, solo faltaba esperar a que la carne se volviese tan blanda como la manteca. Tradicionalmente se tendría que haber molido a mano aquella fruta, pero ella simplemente no tenía ganas. El sabor le gustaba mucho. Deseaba que tuviese un gusto bastante más picante, pero Cindy no podría comerlo de ser así. Su gemela podía comer la mayoría de cosas, pero aquellas que posaran de condimentados muy fuertes hacían que se enfermase, además de otras cosas. Una vez, durante sus primeros años cocinando, se le fue la mano con el picante y tuvo que soportar a Cindy encerrada en el baño con fuertes vómitos y fiebre muy alta. Tampoco, las pocas veces que salió a fiestas o juntadas, pudo compartir un trago con su hermana debido a que esto la intoxicaría y la llevaría directo al hospital. De cierta forma, eran cosas que sentía que la alejaban de su hermana.

Finalmente, ellas llegaron de comprar. Raquel colocó el pan en la mesa mientras su hermana guardaba las cosas. Observó a Cindy mientras colocaba las gaseosas en la heladera. Luego, mientras se agachó para guardar los helados en el congelador, se acercó sonriente por la detrás sin hacer ruido.

Casi ahogándose con su risa interna, tironeó con fuerza uno de los finos y blancos pelos en la espalda de su hermana. No eran grandes y, por su piel, tampoco muy visibles, pero con sus uñas pudo tomarlos cual pinza. Cindy dio un pequeño grito debido al dolor y susto, levantando la cabeza y golpeándosela contra la puerta de la heladera.

—¡¡Hija de puta!! —Gritó Cindy sujetándose la cabeza, dejando ver la ira en sus ojos.

Elizabeth comenzó a reír de tal forma que apenas podía sostenerse en pie. Le dolían las costillas y finas lagrimas caían de sus ojos al quedarse sin aire. Cindy, sin embargo, sacó el paquete de galletas y se lo mostró, agitándolo de tal forma que le dijo, sin decirle, que no tendría ni una. Luego se fue de la cocina sobándose la cabeza.

 

 

A muchos kilómetros de allí se encuentra el Hospital Mercy, uno bastante grande y alto. Frente a la entrada principal se halla su respectivo letrero y, en la cima del edificio, se encuentra otro, uno mucho más grande y que brillaba en verde. Es, para muchos, uno de los mejores hospitales del país, poseyendo muchas comodidades para las cosas más básicas. Desde sillones en las salas de espera, perfectos para dormir durante las operaciones, hasta un enorme comedor con atención rápida y eficaz. Los recién graduados siempre pelean con uñas y dientes para conseguir un puesto allí. Es tan famoso que incluso las grandes líneas de autobuses lo tienen en su ruta. Muchísimas ciudades tienen un autobús que para frente a su puerta, en la vereda de en frente, tanto para ir como para volver, aumentando la reputación del lugar.




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