El Conticinio

Raíces

En el barrio de Eleum Loyce podían encontrarse casas abandonadas hace ya más de cuarenta años. Era un barrio abandonado en sí. Desde hace ya mucho tiempo que las calles se inundaban sobremanera cuando llovía, pareciéndose más a ríos de barro que pudrían las casas con su ingente humedad; era una época en la que era habitual que lloviese tres veces a la semana. Dos kilómetros cuadrados de casas abandonadas, bosquecitos y terrenos sin reclamar, lleno de ratas y edificaciones que pareciese como si solo faltase un suspiro para que cayeran como papel mojado. Ni siquiera los jóvenes querían acercarse al lugar. Ni para drogarse, ni para hacer sus vagos intentos de magia negra. En uno de los tantos descampados se encontraba Irene, acompañada de su hermano, el cual tenía su brazo vendado con telas blancas.

Debía permanecer sí o sí al menos a tres metros de su hermana, extendiendo sus raíces por el suelo a través de sus pies hasta los de su hermana. Solo así podría ver a través de sus ojos.

—Intenta otra vez —Dijo él.

—Si me sigo esforzando, incluso me saldrán alas —Bromeó ella—. Es difícil, las plantas no tienen memoria.

—Incluso la tierra tiene memoria, Irene —Respondióle—. La diferencia entre una planta y una persona, es que la memoria de las plantas solo se concentra en su propia existencia. No tiene ojos ni oídos, no tiene vivencias más allá de lo que sintió otrora. Pero si te concentras, podrás sentir los rayos del sol golpeando tu piel, igual que como lo siente el pasto.

El pasto era alto, aunque no tanto como era de esperar, llegando apenas a las rodillas de Petyr.

—¿Y la tierra?

—Es una memoria bastante rara. Es más como el agua salada, por decirlo así; sirve para transportar la electricidad. En este caso, la electricidad son las raíces. No podrás sentir nada, pero sí extender tus raíces a través de ella. Lo que hiciste siempre, vaya.

Irene se acuclilló, sintiendo el pasto acariciar sus brazos. Tomó una hoja suavemente con sus dedos y extendió sus raíces, cerrando sus ojos. Durante un segundo su hermano se desconcertó al ver todo negro nuevamente. Sintió los nervios de la planta, cómo se extendían a lo largo de toda la hoja como pequeños cables. Durante un segundo, sintió como si su cuerpo se tambalease fuertemente, como si el calor cosquilleara su piel y a sus huesos absorbiendo fría agua. Asustada, soltó la hoja. De pronto, no pudo evitar suspirar al son de una risita.

—¿La sentiste?

—Sí... —Rió—. Fue como... como si fuera una hoja. Aunque me dio miedo, la verdad.

—Y eso que apenas fue una hoja de pasto, si hubiéramos intentando con un árbol como querías, ahora estarías llorando.

—¿Qué toca ahora?

—Un paso a la vez, Irene —Le reprochó. Se le hacía raro verse a sí mismo hablar—. Vuelve a intentarlo. Debes mantener al menos diez minutos las raíces conectadas.

—No entiendo para qué.

Petyr arrancó una buena cantidad de hojas, alzando las amarillentas raíces llena de tierra, enseñándoselas a su hermana.

—¿Qué son? —Preguntó él.

—Raíces... —Contestó, extrañada.

—Raíces —Repitió—. Las plantas tienen raíces. Todos los seres vivos tienen raíces. Los humanos y animales tienen el sistema nervioso y sus venas, si te fijas bien en una imagen, verás que son como diminutas raíces que recorren todo el cuerpo. Lo mismo con las plantas, si te fijas bien conectándote con ellas, verás que incluso en su interior tienen raíces. Todos tienen raíces, Irene, pero solo los älvor podemos manifestar las suyas y conectarla a las demás. Las raíces conectan el alma con el cuerpo, y así con la memoria. Necesitas aprender eso para poder siquiera pensar en las alas.

—¡¿Las alas son reales?! —Una sonrisa infantil se dibujó en su rostro.

—Concéntrate en el pasto.

Volvió a acuclillarse y a posar sus dedos sobre una hoja, cerrando nuevamente sus ojos. Le aterraba sentirse como una hoja, no veía ni oía nada, pero los recuerdos del pasto le hacían sentirse como tal. Sentía los fuertes vientos golpeando su cuerpo, parecía que iba a ser arrancada de la tierra; las gotas golpeándole como enormes piedras, pensó que se le iban a romper los huesos que no tenía; las ratas corriendo, golpeándole fuertemente con su cuerpo, casi desgarrándola; el abrasador calor de verano, era como si fuese a secarse. Abrió sus ojos respirando con bastante fuerza del miedo, abriendo su boca para recibir más aire del que necesitaba.

—¿Cuánto duré?

—Como quince minutos, más o menos.

—Se sintió como segundos... —Suspiró.

—Así se siente cuando viajas en las memorias a través de las raíces, pierdes por completo la noción del tiempo. Es diferente a la ingesta, donde pasa más lento. ¿Te sientes lista para probar con un árbol?

—¿Por qué debo practicar con plantas? —Arqueó una ceja. Se le estaba acabando la paciencia.

—¿Escuchaste lo que te dije antes? Si quieres matar un kaly, tienes que estudiar mucho. Es un proceso lento —Acercó su mano izquierda a donde antes estuvo la derecha. Sentía que le picaba, aunque ya no estuviera.

—¿Y de qué serviría, de todos modos? Se supone que eso redime nuestro linaje, pero tú literalmente traicionaste a tu especie al desertar y huir con una hibrido, nada nos asegura que su cabeza nos dé su perdón.

—Dijiste que querías hacerlo.

—Sé lo que dije. Pero... no puedes esperar que quiera salvar a la misma gente que gritó alegre cuando decapitaron a mamá. Además, ¿cuántos años llevan adoctrinados? ¿Cientos? ¿Miles? Solo somos dos, y no podremos cambiar eso aunque matemos a todo maestre y tomemos el poder.

—Sigues siendo una niña, después de todo —Suspiró Petyr—. Sigamos con el entrenamiento.

Quitó sus raíces de Irene y se puso a revisar alrededor suyo, extendiéndolas a la redonda por la tierra. Luego, se agachó y recogió una hormiga. Volvió a conectar sus ojos a los de su hermana y se la entregó entre sus dedos.




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