El Conticinio

Hueco

Los pájaros cantaban sobre las ramas de los arboles, dando pequeños saltitos para moverse entre ellas mientras el viento las mecía, haciéndolas crujir, creando una pacífica melodía que se vio interrumpida por la fuerte campaña de la escuela que resonaba allí. Las puertas se abrieron y los alumnos salieron amontonados, empujándose los primeros metros, en paz los siguientes.

—¿Me acompañas a comprar el regalo para mamá? —Preguntó Cindy a su hermana, acomodándose la correa de su mochila.

—Ve tú —Respondióle, interrumpiéndose por un bostezo.

—¿Vas a ver a tu novio? —Sonrió— Decirle a mamá que sales con treintañero sí va a ser un buen regalo.

—No es mi novio. Es muy viejo. Y me gustan rubios.

—Rubios fueron los cuernos que te había puesto Elías —No pudo evitar reír, soltando una fuerte carcajada tras recibir un codazo—. «¡Oh, Elizabeth, eres muy madura para tu edad! No importa la edad, yo te esperaré».

—Estás de muy buen humor para ser tú —Recalcó, molesta.

—Estás de muy mal humor para ser tú —Se burló—. Le regalaré un libro a mamá, ese que "discretamente" había dicho que quería. Ya sabes lo genial que es una librería; todo es tranquilo y hay cosas interesantes para ver.

—Vas porque te gusta el que acomoda los libros —Contestó Elizabeth casi de manera instantánea—. La última vez le preguntaste de un libro que no querías.

—¡Claro que no! —Las mejillas blancas de Cindy se tornaron rojas, igual que todo su rostro.

—¿Cómo se llamaba? ¿Horacio? Es nombre de viejo. Apuesto a que hoy te invitará a alimentar patos y quizás se tomen de la mano.

—¡Ariel! ¡Se llama Ariel!

—¡Te sabes su nombre! —No pudo evitar señalarla junto a una fuerte risa.

—Eres una idiota...

—Y tú una albina de mierda.

—Estás más agresiva de lo normal. ¿Te pasa algo?

Elizabeth soltó un suspiro. Su sonrisa cruel y burlona se convirtió en una mirada seria, como si tratase de ocultar un enorme hueco en su estomago.

—Alma y Santiago no vienen hace dos días.

—Bueno, el sábado le rompiste la boca a Alma. ¿Fue a Alma, no? —Elizabeth asintió— Tal vez están molestos, o solo decidieron faltar. No sé cómo es tener peleas con amigos, porque no tengo, pero sé que tarde o temprano alguien se tendrá que disculpar.

—Toda la clase te ama —Recalcó, casi con un tono melancólico.

—Porque mi piel y pelo llaman la atención... y porque paso los trabajos prácticos. Dales tiempo.

—Vete a coger —Le dio un golpe en el brazo.

—Y tú a romper la ley.

Tras dos cuadras, ambas se separaron. Elizabeth siguió caminando mientras preparaba sus auriculares. A media cuadra, cuando llevaba los blancos auriculares a sus oídos, sintió una voz familiar desde atrás de un árbol.

—¿Vas a algún lado, chica dura? —Elizabeth no pudo evitar sobresaltarse del susto. Se trataba de Santiago, quien esperaba apoyado tras el árbol, vestido con un abrigo marrón de cuero— No tan dura, por lo que veo —Sonrió.

—¿Era necesario esconderte así? —Se llevó la mano al pecho.

—Perdón, perdón —No pudo evitar reír—. Mi idea principal era saltar y agarrarte, pero si estuvieras con Cindy, me habrá pateado hasta dejarme medio muerto... y no quería tomarte una teta sin querer, eso habría sido incomodo.

—Ya quisieras tener esa suerte. ¿Cómo está ella?

—Bien. Cuando te fuiste, se quedó en silencio como por diez minutos. Ni siquiera reaccionó cuando vino mi mamá a preguntar qué había pasado —No pudo evitar soltar una risilla mientras la invitaba a caminar—. Luego de eso empezó a llorar —Ambos caminaron juntos en dirección a la casa de Elizabeth—. ¿No te rompiste la mano? Le sangraba muchísimo, y le aflojaste tanto una muela que al día siguiente me llamó para decirme que se le cayó.

—Todavía me duelen los dedos —Señaló ella—. Espera, ¡¿le arranqué una muela a Alma?! —Él asintió apretando los labios— No puede ser... —Se llevó la mano a los ojos—. ¿Cómo le pides perdón a alguien que le rompes la cara?

—¡Qué curioso! Ella también quería disculparse —Rió. Elizabeth lo miró sorprendida—. Al día siguiente, cuando me llamó por la extracción indeseada, me dijo que se sentía mal por lo que te dijo. Creo que lloró más por eso que por el golpe. Yo también casi lloro el sábado, pero porque me asustaste. ¡Carajo, Elizabeth! Juro que oí vibrar a la ventana con ese cachetazo —No pudo evitar soltar una fuerte carcajada mientras aplaudía al recordar.

—Oye, no te desvíes o te meto uno igual. ¿Dices que Alma aún quiere hacer las paces? Pero si le rompí la cara.

—Sí, bueno, es lo que dijo —Se secó las lagrimas mientras la voz todavía le temblaba de la risa.

—Y tú eres el intermediario.

—No, resuélvanlo ustedes mismas. Yo vengo aquí por otra cosa.

—No me digas que...

—¡Sip! Lo conseguí.

De su bolsillo, Santiago sacó un pequeño frasco de suero que apenas serviría para llenar una aguja. No tenía etiqueta. Elizabeth lo sostuvo entre sus dedos, mirándolo confusa.

—Carfentanil. De nada —Le sonrió.

Rápidamente Elizabeth guardó el frasco en su mochila, asegurándose de que nadie la haya visto.

—¿Por qué? —Preguntó, confusa.

—Me lo pediste. Oye, solo hace falta una gota para dormir a una persona por unas doce horas. Con dos, necesitará atención médica urgente. Con tres podrías matarla. Hablamos de gotas grandes, obviamente —Le dio una palmada en la espalda—. No sé qué planees, y la verdad no me da buena espina, pero nunca te había visto tan decidida con algo. Hiciste muchas cagadas antes, sí, pero si estás dispuesta a volverte una criminal por tu corazonada... bueno, tal vez no sea una corazonada, tal vez tengas razón y ese tipo es un vampiro. Y no te voy a mentir, realmente tengo curiosidad por ver qué pasa —Sonrió.

—Agradezco lo que hiciste, pero no creo que lo vaya a usar —Sonrió, nerviosa.

—Una lástima... pero igual me debes cinco mil pepas —Una mueca pícara se dibujó en su rostro.




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