Los dedos blancos de Cindy Rídice se estiraban para alcanzar el segundo tomo de Ebrios Canibalez. Apretaba sus labios en un intento de intentar tocar siquiera el lomo del libro, a la par que trataba de mantener el equilibrio, posándose sobre las puntas de sus pies.
Otros dedos se asomaron al lomo, y tomaron el libro con suavidad para acercarlo a la suave mano de Cindy.
—Ebrios Canibalez —Oyó decir a su lado mientras recogía el libro y volvía a incorporarse sobre sus talones—, muy buena saga. Aunque creo que Felix merecía más tiempo.
Se trataba de un joven de metro setentaiséis, de cabello negro y nariz recta. Vestía una camiseta turquesa con el logo de la librería en su espalda. Y sobre el pecho posaba el parche que indicaba el nombre Ariel.
—Gracias —Respondió ella, esforzándose por no volver rosas sus pómulos—. Y sí, Felix merecía más tiempo —Tomó el libro con ambas manos y lo posó contra el pecho.
¡Había salido perfecto! Podría haber alcanzado el tomo de un pequeño brinco, pero quería llamar la atención de aquel chico. Sabía cómo atraerlo para que le ayudase, pero no sabía qué decir. Había planeado aquello durante el viaje, mas no tenía idea de cuál sería el siguiente paso.
—Aunque gracias a eso Uliam se volvió el mejor personaje —Comentó Ariel con una sonrisa amigable—. Oye... ¿no viniste hace un par de semanas? Creo que te había visto comprando la novela de Santa Ana, esa del perro. Y también te llevaste el primer tomo de esto hace como un mes, yo fui el cajero, ¿recuerdas?
—Ah, sí, ese libro fue para mi mamá —Sonrió mientras agachaba la cabeza, alzando la mirada.
—Una buena lectura, sin duda —Soltó una risilla—. Mi profesor de lengua me había hecho leerlo. Oye, ¿y ya te leíste el primer libro en un mes? Eso sí que fue rápido.
—Oh, sí —Miró la portada del segundo tomo. Enfocaba al personaje de Joker en un plano perfil, mirando a la izquierda, como si confrontara la portada del primer tomo, una de perfil del protagonista, Demian, quien miraba a la derecha—. Pasa que me gusta el género de zombis —Mintió. Apenas iba a la mitad del libro.
—Bueno —Se encaminó por el estante. Una gran biblioteca que abrigaba toda una pared. Puramente del subgénero Zombi—, si te gustan los zombis... —Rebuscó entre los lomos. Luego sacó un libro— deberías leerte este. «24 Horas», oí que el autor es el hermano de esa saga —Señaló el libro que sostenía Cindy.
—Sí, gracias —Dijo tartamuda mientras tomaba el libro, y observaba la portada—. Soy... soy Cindy.
—Ariel —Se señaló el parche en la camiseta con una risilla.
—¿Cómo recordaste que compré el primer tomo de Ebrios Canibalez? —Quiso saber. Finalmente sus pómulos se tornaron rosáceos.
—Digamos que... destacas —Sonrió.
—Oh, claro —Dijo Cindy mientras recogía un mechón de su cabello, enredándolo en su dedo—. Qué tonta —Rió.
—¡Ariel, ayúdame con esto! —Una empleada sostenía una gran cantidad de cajas que se le estaban por caer.
—Nos vemos, Cindy. Un gusto —Saludó con una risilla mientras se iba corriendo a socorrer a su compañera.
—Sí... —Contestó ella, hipnotizada.
Al salir de la librería, no pudo dar un par de brinquitos de alegría. Eran las tres de la tarde, y las calles estaban casi desiertas. El sol golpeaba fuerte sobre la negra superficie de los adoquines de la calle.
Cuando esperaba el semáforo, un arrepentimiento golpeó su pecho como un disparo de rifle. «Debí pedirle el número», pensó para sus adentros.
Tal vez si hubiera estado con Elizabeth, se habría atrevido a pedirlo. O quizás ella lo habría arruinado diciendo alguna idiotez, o haciéndola reír, haciendo señas desde atrás de Ariel.
Se preguntaba qué estaría haciendo. Sabía que estaba en la casa de Carlos. Por un momento, durante la larga caminata a su casa, pensó que realmente Elizabeth estaba saliendo con su vecino. La idea le inquietó sobremanera.
Que el tipo desflorara a su hermana era la menor de las preocupaciones. Había algo en él que le repelía. No le caía para nada bien, y tenía sentimientos ominosos cuando Elizabeth lo mencionaba. Temía que su hermana terminase dentro de una bolsa negra. Después de todo, se trataba de una joven de diecisiete años yendo a la casa de un treintañero. Y con lo impulsiva que era...
Sin duda pasaría por la casa de Carlos antes de entrar a la suya.
Unos puños negros golpeaban el aire con suma fuerza. Se trataba de Carlos. Había cubierto sus puños con unos guanteletes de necrum que le cubrían hasta los codos. Los dedos se habían vuelto gruesas garras, y los nudillos eran pequeñas pirámides punzantes. Elizabeth le había ayudado a diseñarlo para que fuera aerodinámico.
También tenía unas botas que le llegaban hasta la rodilla, que poseía tres garras por pie.
Cada artefacto llevaba una cadena de necrum que los conectaba directamente con la columna de Carlos, avanzando en espiral por sus brazos y piernas.
Ambos estaban en el patio trasero.
Durante todo el tiempo que estuvo recuperándose, estuvo practicando para mejorar su uso del necrum, pudiéndolo controlar de mejor manera.
Los puñetazos y patadas que lanzaba eran tan veloces que el aire estallaba cual latigazo cuando retrocedía el golpe.
Elizabeth lo miraba sentada en la escalerilla mientras él practicaba. Ella le había convencido de hacerlo pues, de encontrarse con los älvor nuevamente, debería estar preparado.
Él saltó dando una feroz patada circular hacia arriba, cuya fuerza de impulso lo alzó a metro y medio en el aire. Continuó dando la misma patada con el otro pie, la cual lo alzó medio metro más. Elizabeth se sorprendió de la fuerza del hombre. Terminó dando una patada circular hacia abajo, estirando el necrum de su pie cual espada, la cual cortó el aire, distorsionando lo que había al otro lado.
La fuerza de la patada le hizo girar en el aire, provocando que cayera sobre su pecho. Se dio vuelta en el césped, riendo.