El Conticinio

La letal hoja

Una puerta se abrió entre la oscuridad. Del otro lado entraba luz, y se divisaba la silueta de una mujer, una niña prácticamente.

Se trataba de Irene, quien posó sus dedos sobre el panel de alarma que estaba justo al lado, desactivándola con sus raíces.

Detrás suyo entró Petyr, quien cargaba en su hombro un pesadísimo bolso. Al prender las luces, divisaron un gran taller de fragua.

Aquel lugar se dedicaba más que nada a forjar replicas de armas blancas. La gran fragua Sparking Meteor era un taller bastante reconocido, manejado durante generaciones por la familia Geri. Se rumoraba que sus trabajos eran de los más satisfactorios del país.

Días antes, Irene había ido a preguntar sobre precios. Una falacia. Pero había conseguido el dato que necesitaba: el taller estaría inoperativo durante dos semanas por vacaciones.

Eran esos días que Petyr se decidió a usar para forjar su arma.

—Forjar es algo que requiere de dos manos —Señaló Petyr mientras dejaba el bolso sobre una mesa—. Me tendrás que disculpar, pero vas a tener que hacer gran parte del trabajo.

—Ya lo asumía —Dijo ella mientras caminaba, observando el lugar con suma curiosidad—. ¿No te pesa el bolso?

—Este bolso es para mí lo que para ti es un bolso lleno de ropa. Pesa, pero no tanto —Sonrió, mirando a su hermana con aquel ojo izquierdo. A Irene se le seguía haciendo extraño que su hermano la divisara con un ojo lleno de raíces.

—Por cierto —Irene abrió una gran jaula con el cartel que rezaba «moldes de hachas». Antes abrió el candado con sus raíces. Fue difícil, pero todo su entrenamiento lo había valido—, ¿cómo conseguiste la casa donde vivimos?

—Es mejor que no lo sepas —Abrió el cierre del bolso—. ¿Qué te parece una espada? Aunque tiene que ser algo ligero. No tenemos nigma suficiente como para hacer un mandoble —Sonrió.

—Una espada puede ser rápida, y no me imagino un martillo de nigma —Se dirigió a la jaula de moldes para espadas—. ¿El mango de qué será? ¿y la vaina?

—El mango será de marfil. Si fuera de madera, el nigma se la comería. Aunque podría ser cualquier otro material, el marfil es un buen conductor de las energías de impacto del nigma. No me preguntes cómo funciona eso exactamente. Eso dicen los libros, y prefiero estar seguro antes que lamentarme. Aunque sí forraré el mango con esto, para que tenga un buen agarre —Sacó aquellas sogas que habían sido utilizadas para encuadernar—. Y en cuanto a la vaina, su interior puede ser de cuero. Por fuera será de tungsteno, y trenzaré algunos hilos de nigma para que resista los impactos. Si acaso tú llegas a ser quien empuñe el arma, podrás usar la vaina como porra o escudo sin ningún problema.

—¿Y crees que tengan marfil para el mango? Con toda la mierda ambiental, puede que usen marfil sintético. No nos serviría —Miró a todos lados con atención.

—Esta industria se mueve por el dinero, y esta familia tiene un lindo prestigio. Estoy seguro de que tienen marfil suficiente para el mango.

—¿Y el tungsteno no es muy caro?

—Sí, pero no dejaremos dinero —Sonrió—. Ven, vamos a buscar un molde.

Rebuscaron por los moldes. Vieron variantes de la claymore, de la cimitarra e incluso un molde que clamaba ser solo para la katana Yamato. Ninguna les convencía, y las que sí, requerían demasiado metal para poder forjarse.

Estuvieron a punto de decidirse por una shuanggou, la cual descartaron pues debía usarse de a dos.

Irene señaló un molde para espadas gemelas, burlándose de Petyr.

Estuvieron casi dos horas decidiendo, hasta que optaron por un molde de hoja fina, delgada y recta, de casi un metro y medio, de la cual solo un metro treinta sería utilizable.

—Esta hoja se supone que pesa casi un kilo. ¿Pero sabes cuánto pesará con el nigma? —Rió Petyr.

—Tal vez necesite un mango tan largo como para un mandoble. Al menos para mí —Dijo Irene, mirando el molde.

Encendieron la forja. Petyr bañó los lingotes con aquel líquido rojizo y luego los puso a fundir. Tardaba más de lo que tomaría cualquier metal. Le daban aire para avivar el calor, tanto como podían. Y, aunque pasaran las hojas, los lingotes de nigma apenas cambiaban de tono y comenzaban a sudar.

—Hay que colocar un poco de nigma en un lado del mazo —Dijo Petyr—. Si no, no podremos martillarle. Golpearíamos como idiotas y no haría ningún cambio.

—¿Cuál es el origen de ese metal? —Irene estaba aburrida.

—No lo sé. Nadie lo sabe.

Tras casi veinte horas, el nigma finalmente se fundió. Brillaba de un color totalmente distinto, totalmente indescriptible. Petyr mojó apenas un lado de un mazo para darle una fina capa de nigma. Luego, volcó el metal dentro del molde, asegurándose de reservarse un poco, el cual siguió en el calor.

Una vez el metal se enfrió y volvió a su estado original. Irene alzó el metal con guantes, y con dos grandes pinzas lo volvió a meter en el calor. Una vez éste comenzó a brillar de la temperatura, lo sacó y lo posó rápidamente sobre el gran yunque, donde Petyr comenzó a dar mazazos, los cuales hacían volar una gran cantidad de chispas por los aires.

—¡¡¿Para qué es esto?!! —Preguntó Irene, levantando la voz por el ruido, mientras seguía sosteniendo el metal con una pinza.

—Cuando el metal está duro, tiene como poros dentro, como esas burbujas que quedan en los bizcochos. Eso hace que sea fácil que se rompa. Al golpearlo caliente, compactamos el metal y hacemos que esos poros desaparezcan, y que sea más resistente —Dijo Petyr, deteniendo los martillazos por un segundo.

Al terminar de compactar el nigma, y dejarlo enfriar, éste se tornó de un tono opaco, sin reflejar absolutamente nada. Petyr sacó aquella piedra azulada del bolso, aquella que Irene había visto junto a los lingotes. No tardó en preguntar para qué era.

—Esto es Nicte, y solo esto puede desgastar el nigma y afilarlo. Así que prepárate, estaremos horas con esta mierda.




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