El Conticinio

Silenciosas lágrimas

El televisor de la familia Rídice estaba encendido. Allí se estaba transmitiendo el noticiero de las ocho de la noche. No había muchas noticias que dar, o que quisieran dar, por lo que los panelistas teorizaban o hablaban sobre algunas viejas.

—¿Qué creen que haya pasado con el asesino vampiro? —Cuestionó una mujer de cabello rubio.

—Ahora que lo mencionas, hace meses fue su última víctima. Había mucha sangre y la casa estaba destruida, pobre anciana —Dijo un hombre de barba corta y ojos celestes—, ¿creen que lo hayan matado y ocultado su cadaver?

—Puede ser, puede ser —Reconoció otro, viejo y de cabello canoso—. Pero los peritos no pudieron detectar de quien es la sangre.

—Hablan de eso como si fuese algo gracioso —Bufó Raquel mientras cambiaba de canal. Cindy miró a su hermana, notando que ésta no había reaccionado en lo absoluto.

—Qué raro que no llores porque cambiaron el canal del vampiro —Comentó con una leve sonrisa. Estaba preparando la mesa.

—Ya me aburrieron los vampiros —Contestó. No podía decirle que eran mucho mejor de lo que imaginaba—. ¿Cómo vas con tu novio de la librería?

—¿Novio? —Preguntó Raquel, trayendo la olla de comida a la mesa.

—Nada, mamá, solo está inventando idioteces —Tartamudeó Cindy. Si sus mejillas ya eran rosas por naturaleza, ahora se habían tornado rojas como una manzana—. ¿Cómo vas con tu novio treintañero? —Le dijo a su hermana.

—Sabe mover las caderas —Contestó ella, arqueando una ceja, a la par que doblaba el labio superior en un obvio gesto de burla—, y sabe cómo ahorcar.

—Eso no es gracioso, Elizabeth —Dijo su madre mientras servía.

Cindy miró a Elizabeth con molestia. Le había salido bien. Sabía que su madre le restaría importancia si continuaba el juego de manera exagerada. Se arrepintió de no haber hecho lo mismo, aún más cuando su madre hizo un par de preguntas respecto a la librería a lo largo de la cena.

No se había mostrado molesta respecto a su hija, sino feliz. Pero a Cindy le incomodaba todo respecto al tema.

—Esta noche tengo que trabajar —Dijo Raquel en medio de la cena, mientras se limpiaba los labios con una servilleta—. Limpien la cocina ustedes, por favor.

En su habitación, antes de que Elizabeth se acostara a dormir, Cindy preguntó:

—¿Sales con ese Carlos?

—¿Te molestaría si así fuera? —Contestó Elizabeth con una risilla, atándose el pelo. Cindy simplemente se encogió de hombros— Nah, no salgo con él. Ni me lo cojo. Solo es mi amigo —Se sentó en la cama.

—Amiga de un treintañero...

—Es interesante. Sabe muchas cosas y además trabaja en un hospital. Puede conseguirme turnos. Y como voy a estudiar medicina, necesitaré contactos.

—¿Al fin te decidiste? —Se tapó con las sábanas.

—Sí. Quería buscar la inmortalidad, ya sabes. Pero ayudaría mucho más a la gente estando ahí, no dentro de un laboratorio, buscando algo imposible de conseguir —Elizabeth también se tapó. Cindy soltó una risilla, diciendo que estaba desmereciendo a los científicos—. Es curioso, realmente creí que podría conseguir la inmortalidad —Miraba el techo—, pero creo que ni los seres más longevos son inmortales.

—Si tuvieras la clave en frente tuyo, ¿la tomarías? —Preguntó Cindy, recostándose sobre su lado derecho, mirando a su hermana.

—¿Qué quieres decir?

—Si tuvieras la oportunidad, la llave a la inmortalidad justo en frente de ti... ¿la tomarías?

Elizabeth la miró en completo silencio durante unos segundos.

—Yo... no lo sé —Contestó, mirando al techo.

Cindy soltó otra risilla.

—Te conozco. No lo harías —Dijo la joven de cabello blanco. Elizabeth se volteó a verla—. Te escuché la otra noche, cuando hablaste con mamá —Confesó, borrando poco a poco su sonrisa—. Sonabas como si tuvieras la clave en tu mano, pero no te atrevieses a usarla. Como si necesitaras a alguien que te diga «vamos, hazlo», para asegurarte de no arrepentirte. Sonabas tan segura e indecisa a la vez —Elizabeth apretó los labios. Su respiración se volvió pesada. Volvió a mirar el techo. Sintió los ojos arderle, y las lagrimas rebalsarles—. ¿Qué fue lo que te detuvo?

Elizabeth cerró fuertemente los ojos.

—Papá —Confesó. Su aliento salió tembloroso de su boca—. Yo... no pude ayudar a papá. A día de hoy me odio por eso. Pero puedo hacer una diferencia. Puedo estudiar, y ayudar a aquellos que todavía lo necesita. Puedo hacer mi mejor esfuerzo porque las niñas no se queden sin un padre. La inmortalidad... solo fue un sueño tonto.

—Sabes que no me refiero a eso.

—Lo sé...

Quería confesarlo, pero no podía. ¿Cómo reaccionaría Cindy? ¿Se lo contaría a alguien? Decirle que Carlos era un kaly supondría un enorme alivio para ella, ¿pero a qué precio?

No. No podía decirle.

—No quiero hablar de eso ahora —Dijo Elizabeth, forzándose a soltar una leve sonrisa—. Tal vez en otra ocasión.

Se volteó, dándole la espalda a su hermana, y se tapó con la sábana hasta el cuello.

Cindy ya se estaba hartando de ver aquella espalda.

De un manotazo tiró su sábana. Posó sus blancos pies sobre el frío suelo y caminó hasta la cama de su hermana.

—¿Qué haces? —Elizabeth se dio vuelta al oír los pesados pasos.

—¡Ya estoy harta de que siempre hagas esto! —Le quitó las sábanas de encima de un tirón. La correntada de aire obligó a Elizabeth a abrazarse, quejándose por tal acto— Te alejas para sufrir en silencio. Lo hiciste cuando papá murió. Te escondías en el baño para llorar, te encerrabas en cualquier cosa para olvidar tu dolor. Y no creas que no me di cuenta, porque me di cuenta cada puta vez. Ya estoy harta, Elizabeth, ¡harta! Siempre haces lo mismo —Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, las cuales se enrojecían del congojo—. Sé que sufres como nunca, porque eres como el puto cristal, Elizabeth, tan frágil y transparente... Te encierras en ti misma como si estuvieras sola, pero no estás sola. Yo estoy contigo, mamá también. ¿Crees que fue fácil para mamá el perder al hombre de su vida? ¿Crees que fue fácil para mí el oír cada día cómo te encerrabas para llorar? No eres la única persona que ha perdido a alguien en esta familia, Elizabeth. Ambas perdimos al mismo padre... Las tres perdimos al mismo hombre. Por favor... deja de encerrarte en ti misma y deja que te ayude. Eres mi hermana, y no quiero verte así.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.