El Conticinio

Confrontándose a uno mismo

—Solo imagínate esto: le estás comiendo la boca a tu novia, y de repente llega su hermana gemela, que resulta ser tu novia, y en realidad te estás comiendo a tu cuñada. Debes salvarte de esa situación. ¿Qué harías? —Dijo Luis, compañero de Carlos. La noche apenas había empezado, y ambos aún no estaban presos de la somnolencia.

—Y, la culpo a mi cuñada —Contestó Iván, otro compañero que se hallaba allí—, ella sabía lo que estaba pasando y no dijo nada. Yo por mi parte no sabía que era mi novia.

—Carlos, ¿tú qué opinas? —Preguntó Luis.

—Opino que se me antoja un buen jugo de naranja —Contestó Carlos a la par que se levantaba de su silla, para luego retirarse de la sala.

Caminó por el largo pasillo. Eran pocos los pacientes que aún deambulaban por allí. Las enfermeras iban y venían, algunas ya se habían vestido para retirarse.

Observó a Brenda correr, con el celular pegado al oído. Tenía una gran sonrisa dibujada en el rostro. Corría en dirección al ascensor.

—Mi cuñada viene, está por tener al bebé. La esperaré en urgencias —Le dijo a Carlos mientras apretaba repetidamente el botón del ascensor.

—Felicidades —Sonrió Carlos.

—Gracias —Contestó Brenda mientras se metía al ascensor—. Te veo luego. O mañana.

Pronto dejó de verla cuando las puertas se cerraron. La marcha que había tomado era lenta y pensativa. ¿Cuánto había pasado desde que atravesó por lo mismo?

Aún lo recordaba. Estaba trabajando en el taller del pueblo cuando llegó corriendo el hijo de su vecino. Su mujer había entrado en labor de parto. Corrió tan rápido como pudo, con la ropa y el rostro llenos de grasa y aceite.

Aún recordaba con lujo de detalle cada paso que daba. Estaba terriblemente asustado y nervioso, no sabía cómo actuaría, o si todo saldría bien. Recordó abrir la puerta de su casa de un golpe, con las piernas abrasadas por el cansancio.

Mientras caminaba por el hospital recordaba aquel día, esbozando una débil sonrisa en su rostro. Para cuando se dio cuenta, ya estaba de pie frente a la máquina. No tenía ganas de patearla, por lo que simplemente sacó un billete de su billetera, y compró la botella.

Se paró a un lado, apoyando su espalda contra la pared, bebiendo con tranquilidad mientras se dedicaba a recordar.

Fue entonces cuando vibró su celular. Era un mensaje de Elizabeth, quien le había mandado un video de una estudiante de medicina. Ella estaba suturando un corte de una pechuga de pollo, cuando de repente su gata muerde el trozo de carne. Forcejean por la pechuga, hasta que la estudiante se cansa, y se la entrega.

Carlos soltó una risilla al ver el video. Ya se había acostumbrado a que Elizabeth le enviara memes y videos sin motivo alguno. La gran mayoría no los entendía, pero aquellos que no necesitan mayor explicación le alegraban las noches.

Siempre respondía con un «jajajaja». Rara vez hablaban de algo por mensaje sobre algo.

Cuando volvió a la sala de cámaras, vio a sus compañeros apostando sobre cuánto tiempo tardaría en dar a luz la cuñada de Brenda. Entre risas le pidieron participar.

—Todos los días llegan embarazadas a punto de parir, ¿cuál es el punto? —Preguntó él con una risilla, buscando su silla.

—Que es Brenda —Contestó Luis.

—También hay que apostar sobre si es natural o cesárea —Agregó Iván.

—Yo estoy fuera —Contestó Carlos—. Y creía que los guardias de los pasillos son los que más se aburren.

—Estamos en un hospital —Rió Iván—. Aquí o te aburres o te estresas. Nadie se divierte, por eso los médicos y enfermeros van a coger a la morgue.

—Deberías aprovechar, Carlos. Luego de esto, Brenda estará muy feliz —Luis arqueó las cejas.

—Nah, no me interesa coger en el hospital —Se sentó en su silla, riendo levemente, mirando las cámaras. La cuñada de Brenda había entrado ya a urgencias, en una camilla, con el rostro rojo y fuerte contracciones—.Treinta a que es natural y lo tiene en menos de tres horas —Sacó su billetera con una sonrisa.

—¡Ese es mi Carlitos! —Dijo Luis mientras le daba fuertes palmadas en el hombro.

—¡Esperen! —Gritó Iván, poniéndose en pie con el rostro totalmente serio. Luis y Carlos lo miraron— Oye, oye, oye —Se acercó a un monitor.

—¿Qué sucede? —Preguntó Luis, conservando la sonrisa. Volteó al monitor. La sonrisa se le borró en un instante— Mierda —Tomó el teléfono.

Carlos miró la cámara que daba a la azotea, a un lado del helipuerto, del lado norte del hospital. Una paciente en bata caminaba hasta la cornisa. El viento le mecía la delgada tela.

—Llamen a seguridad, yo iré a detenerla —Dijo Carlos, poniéndose en pie de un salto—. Que no se acerquen corriendo, la asustará y hará que se caiga. El viento pega fuerte.

Tomó su abrigo y se lo puso cuán rápido pudo, sin tomarse el tiempo de cerrárselo mientras corría por el pasillo hasta el ascensor. Tuvo mucha suerte, pues una enfermera acababa de bajarse de uno.

—¡¡Llama a un grupo de enfermeras a la azotea, que otro grupo vaya al estacionamiento del lado norte del hospital!! ¡Tenemos una suicida! —Indicó Carlos mientras subía al ascensor.

Apretó repetidas veces el botón cuyo número era superior, esperando a que se cerrasen las puertas. El sistema de urgencias de aquellos ascensores era lo que más agradecía en ese momento, pues al apretar cinco veces un botón, el ascensor subiría hasta dicho piso sin detenerse.

El sudor le recorría la frente. Y en menos de un parpadeo se divisó en el anteúltimo piso. Subió corriendo las escaleras de dos en dos, hasta sentir el frío viento golpearle el rostro.

Allí la vio, parada sobre la gruesa cornisa. El viento la azotaba ferozmente, haciendo danzar su cabello de oros en todas las direcciones. Era pálida y delgada, y su cabello era tan descolorido como la luna. Podía distinguir los metacarpos de sus manos.

Al oír el portazo, ella se volteó, asustada. Tenía el rostro delgado, de pómulos marcados y azules ojos hundidos. No poseería más de veintidós inviernos en la espalda.




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