El Conticinio

Débil

El paso de los años hizo mutar la naturaleza. En el barrio abandonado de Eleum Loyce se habían formado bosquecitos; lo que otrora era un pequeño bosque de la plaza central ahora no era más que un montón de grandes árboles, la mayoría infestados de insectos.

Gritos breves se oyeron, junto a rapidísimos susurros del aire. Petyr lanzaba veloces tajos a la nada, deformando la vista con su hoja. Atacaba a un árbol ya muerto. Dio tres cortes tan rápidos que Irene apenas podía verlo. Luego, envainó veloz su Aglaophotis; retrocedió diez metros casi tan rápido como el sonido, intentando no hacer ruido, dejando frente al árbol una forma astral en la misma pose con la que envainó la espada. Se imaginó que el árbol atacó el fantasma, engañado, y avanzó incluso más veloz a lanzarle un feroz tajo horizontal de derecha a izquierda. El filo y fuerza fue tal que el árbol cayó hacia atrás, sostenido únicamente por las fuertes ramas de otros árboles que detrás suyo se hallaban, las cuales se quebraron causando un fuerte estruendo. Envainó la hoja y se acercó al musgoso banco de piedra, donde su hermana le observaba.

Ella dio unos leves aplausos, fingiendo emoción, mas se estaba muriendo del aburrimiento. ¿Cuánto había pasado desde que forjaron la Aglaophotis? No lo recordaba, pero juraría que al menos fueron dos meses. Su hermano había mejorado mucho. Ya estaba aburrida de practicar con una daga.

—¡Carajo! —Exclamó Petyr, totalmente molesto.

—Lo hiciste bien —Irene contestó arqueando las cejas, extendiendo los brazos en el húmedo respaldo de piedra.

—Estoy demasiado cansado, no puede ser... —Suspiró. Era verdad, los músculos le hervían y el sudor le perlaba la piel. Se había sentado a la izquierda de su hermana, de esa forma no tendría que verla—. Tenemos que ver si encontramos algunos drogadictos, siempre hay de esos estos lugares. Podré practicar con ellos.

—Espera, espera, espera —Interrumpió ella—, ¿vas a practicar con inocentes? Sí sabes que la policía te sigue buscando, ¿cierto?

—No conocen mi rostro, da igual —Contestóle—. Y no son inocentes. La mayoría son criminales que roban para drogarse, o adolescentes que le roban el dinero a sus familiares. En cualquier caso, son la misma mierda.

—No, hay una gran diferencia. Te estás obsesionando demasiado, Petyr.

—Bien. Obsesiónate tú —Dijo, desatando el cinturón que sostenía la vaina. Luego, le entregó la espada a su hermana.

—Ya no sé si quiero hacer esto... —Dijo ella, sosteniendo la espada envainada con ambas manos.

—Desvaina, y luego repítelo.

Ella tomó el mango como si fuese un puñal. Le costó más trabajo de lo que pensaba el desvainar. El mármol tenía cierto saliente de un centímetro hacia la hoja que hacía traba con la cuña de la vaina. Tenía sentido, pues así no se desenfundaba al hacer un movimiento brusco. Petyr tomó en cuenta la agilidad de su especie para aquello. Hizo suspirar la hoja al desvainarla lentamente, hasta descubrir el primer tercio de la misma; se le llamaba tercio fuerte. Eso lo recordaba.

Vio su reflejo en la rosácea hoja, que a la luz del sol parecía tornarse violácea y azulada a la vez. Su imagen se deformaba de manera rara, era como si se duplicara. Era un efecto tal que le remontaba a su niñez, cuando ponía los ojos bizcos para asustar a su hermano. Por un momento, parpadeó fuerte, intentando acomodarse los ojos, creyendo inconscientemente que se le habían desviado.

Se puso en pie y terminó de desvainarla. Con su mano izquierda sostenía la vaina, y con la derecha la espada. Era más pesada de lo que esperaba. Era como alzar tres de esos lingotes con una mano, quizás más. El brazo se le iba para abajo, y los tajos que dio al aire eran lentos y torpes, como si agitara un pesado palo.

—Ahora —Petyr se puso en pie. Sacó las cuchillas arrojadizas y se posó a veintidós metros de Irene. Las resguardó en una bolsa de cuero que sostenía con el codo derecho, apretando con lo que le quedaba de antebrazo—, defiéndete.

Él lanzó la primer cuchilla de nigma. Irene dejó salir un chillido del susto, y agitó rápidamente la vaina. La pequeña hoja impactó con los hilos de nigma, sonando como dos campanas a la par que unas enormes chispas volaban por los aires. Ella sintió la vibración en todo su brazo, y dejó salir un suspiro de sorpresa junto a una sonrisa estúpida.

—¡Lo hice! —Exclamó, sonriente.

—Ahora lo entiendes —Petyr esbozó una leve sonrisa—. ¡Ahora atácame!

Siguió lanzando cuchillas. Irene, asustada, retrocedía. Eso aumentaba el margen de tiempo que tenía para atajar. Apretaba los dientes, mirando atentamente las hojas, golpeándolas con la vaina. A las cinco ya empezó a mosquearse. A las siete, se hartó.

—¡¡Ya basta!! —Se acercó veloz hacia Petyr.

Fue rápida, más que cualquier atleta. Utilizó su peso para lanzar el tajo horizontal hacia su hermano, el cual lo esquivó rápidamente retrocediendo. Petyr volvió a avanzar hacia ella, casi tan veloz como el sonido, y le encestó un feroz puñetazo en el estómago, el cual la hizo rodar metros en el aire. La espada rebotaba en el pasto junto a ella. Pero no había soltado la vaina.

Irene se arrodilló, sin poder respirar. Su boca se había abierto a más no poder, intentando conseguir aire para sus pulmones.

—Eres demasiado lenta, Irene —Le dijo Petyr.

Ella chisteó los dientes, furiosa. Su hermano nunca la había golpeado, no de forma tan directa.

Lanzó la vaina a un lado y tomó la espada como un mandoble, con su mano derecha más cerca de la guarda. Se abalanzó de vuelta contra su hermano.

El tajo que lanzó era mucho más rápido que el primero, el usar ambos brazos le permitía usar toda su fuerza. Pero no fue suficiente. Petyr se alejó y velozmente lanzó las hojas. Ella pudo detenerlas con las hojas, aunque la última solo la desvió, haciendo que le roce el hombro izquierdo, provocando un leve tajo.




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