—Adivina quién está en la lista de espera para hacer el curso de ingreso de medicina... —Tarareó Elizabeth con una gran sonrisa.
—¿El perro de la señora Cozetti? —Bromeó Carlos con una enorme sonrisa— Dios, yo sabía que Emilio iba a hacer algo grande. Ese perro me sorprende cada día.
—¡No, yo! —Exclamó Elizabeth entre carcajadas— El año que viene empiezo el curso de ingreso. Empezaré estudiando filosofía, lo cual es una mierda. Pero luego de eso se viene lo divertido.
—Bien —Felicitó Carlos con una risilla—. Yo intentaré conseguirte trabajo en el hospital donde estoy para cuando te gradúes. Intenta tener un buen promedio, eso ayudará.
—Eso será de ayuda —Tomó asiento. Carlos estaba cocinando milanesas a la napolitana para ambos—. Estoy emocionada... —Apenas podía contener la alegría.
—¿Y qué dice tu familia al respecto? —Picó las cebollas para la salsa.
—No saben. Les diré esta noche, en la cena. Dentro de un mes tengo que ir a buscar el manual a la universidad. ¿Me acompañas?
—¿Yo? Estoy seguro de que tu mamá o tu hermana querrán ir contigo, o tus amigos.
—Iré al cine con mis amigos la semana que viene, para festejar. Y pienso llevar a mi mamá y a mi hermana al parque de diversiones... con el dinero de mi mamá —Dijo, sosteniendo la sonrisa—. Además... quiero visitar a mi papá en el cementerio luego de recoger el libro, y no quiero que me vean llorar. Tampoco me atrevo a entrar sola.
—Entiendo —Dijo—. Bien, depende de cuando sea —Hizo una pausa, salando las cebollas en la olla—. Yo también tengo una buena noticia: el lunes empiezo a trabajar de día.
—¿Y eso por qué es una buena noticia?
—Porque puedo dormir de noche. Créeme, cuando trabajes, lo agradecerás con el alma. Además, significa que tendré sábado y domingo libres.
—Eso es bueno —Soltó una risilla—. Podré molestarte más tiempo.
—Deberías concentrarte en tus amigos —Bromeó.
—Eres mi amigo —Recalcó ella, dando unos golpecitos en la mesa.
Elizabeth se mantuvo en silencio durante unos segundos. Quería admitirle a Carlos lo que había dicho, que Cindy conocía su secreto. Pero no se atrevió.
Había tenido una semana bastante rara. Aunque divertida. Y la felicidad fue tal, que no pudo evitar contársela a Carlos, quien escuchó atento cada palabra. Fue a la plaza con sus amigos antes de la escuela. Alma se había caído, estampándose el helado de chocolate sobre su chomba, pelándose los codos. También resaltaba que Santiago se estaba volviendo cada vez más raro cuando estaba cerca de Alma, más llamativo. Rápidamente Carlos dedujo en voz alta que le gustaba aquella chica.
—Los hombres siempre tratamos de llamar la atención de las damas que nos gustan —Le dijo Carlos mientras intentaba hacer unos pétalos de rosa en su dedo con el necrum. Pero lo hizo tan mal que parecían pedazos de chapa.
Entre risas, los minutos pasaron volando, y Elizabeth no paraba de hablar. A Carlos no le parecía molestarle. De repente, ella se dejó llevar, revelando que aún le debe mil pepas a Santiago. Cuando cayó en cuenta, sus ojos se abrieron por el miedo, y sus cuerdas vocales se frenaron en seco. Literalmente dejó de hablar de un segundo a otro, no por acto consciente, sino porque no podía mover las cuerdas en su garganta. Rezaba internamente que Carlos no le preguntase de qué era la deuda, aunque ya se andaba inventando alguna excusa.
—Es mucho —Dijo Carlos con una risilla. Notó su silencio—. ¿Qué sucede?
—Recordé que tenía que pagarle ayer... —Dijo Elizabeth, con un susurro fuerte.
«¡Me salvé!» Pensó ella.
—Ya se lo pagarás el lunes —Contestó Carlos, colocando las milanesas de vuelta al horno para que se derrita el queso.
—Oye, en tres meses ya es navidad. ¿Qué harás?
—En dos, ya es octubre —Corrigió Carlos, quitándose el guante de cocina—. Como pasa el tiempo... —No pudo evitar suspirar mientras se apoyaba en la mesada—. Volveré a mi pueblo natal. Aún conservo la casa, cada tanto la restauro. Está bastante lejos y muy poca gente vive en el pueblo. Cada año suelo ir y prendo dos velas sobre la mesa, y veo cómo se consumen hasta quedarme dormido.
—No esperaba eso de ti —Dijo Elizabeth con un tono preocupado.
—No parezco este tipo de persona, ¿cierto? —Soltó una sonrisita avergonzada— Pero esas fechas tienen algo especial, ¿sabes? Me siento más cerca de mi hija y mi esposa. Si prendo una vela ahora, la llama se consume sin más. En esa casa las llamas de la vela parecen danzar sobre la cera. Es como si se cruzaran, se abrazaran y luego me buscaran. Es muy hermoso.
—Ya lo imagino —Dijo Elizabeth, soltando una leve sonrisa—. Cada año, para el cumpleaños de mi papá, le prendemos una vela. Ponemos su foto apoyada en un vaso de agua, y la vela delante. Al día siguiente la vela se consume y el agua parece haberse evaporado. Sigo sin saber explicarlo. Mi mamá y mi hermana no tiran el agua. Lo sé porque una vez mi mamá trabajó de noche, y mi hermana había tenido un fuerte ataque de anemia y apenas podía levantarse para ir al baño.
Carlos esbozó una sonrisa. Elizabeth miraba una rosa puesta en una jarra con agua. Ella se la había regalado hace dos semanas. Según ella, faltaba color en la casa. Aunque no pudo evitar recalcar que le salió casi cien pepas esa rosa.
Él le contemplaba el perfil. Ella sostenía su cabeza con la mano, apoyando el codo sobre la mesa. Un recuerdo le golpeó la mente, y le llenó el pecho de nostalgia. Por un segundo, se sintió en el pasado.
Abrió el horno. El calor chocó contra su rostro. Cuando sacó la pizzera de milanesas y las emplató... Cuando le pidió a Elizabeth que llevara la botella de jugo a la mesa...
«Dios... ya había olvidado cómo se sentía.» Se dijo a sus adentros.
Mientras comían, charlaban sobre diversas cosas sin importancia. De la nada, Elizabeth comenzó a hablar sobre cómo era llevarse un libro de la biblioteca, luego se desvió sobre la variedad de contenido que allí había, para terminar mencionando aquel libro rústico: El Paso de las Lunas.