El Conticinio

Miedo

Cindy yacía sentada bajo el árbol de su escuela durante el segundo recreo. Una sonrisilla boba se esbozaba en sus labios al leer un mensaje de Ariel. Escribía tan rápido que ni siquiera ella podría creérselo.

Sus auriculares reproducían Good Riddance de Ashley Barret. Una canción lenta, hermosa y melancólica en ambas medidas.

Cuando bloqueó el celular, vio en el reflejo de la negra pantalla el rostro de su hermana, asomándose detrás suyo. No pudo evitar sobresaltarse.

—¿No le dijiste que le rellene la empanada? —Preguntó Elizabeth.

—Creí que estabas con tus amigos —Dijo Cindy mientras veía a Elizabeth pararse en frente suyo. Mientras Elizabeth le ayudaba a ponerse en pie, contestó que estaban comprando—. Debiste ir con ellos. No molestarme a mí.

—Por favor, te veías muy sola y triste bajo este árbol —Dijo Elizabeth con una sonrisa—. Iremos al cine este sábado para festejar que me anoté en la universidad. ¿Vienes? Veremos Ebrios Caníbalez. Sé que te gusta el libro.

—Es una salida de amigos, no quiero estar en medio —Contestó Cindy con cierta incomodidad grabada en el rostro.

—¡Vamos! Seguro que quieres ver a Channing Tatum como Demian, y al papucho de Gerard Butler como Owen. Christopher Lloyd será Felix, sé que amas a Felix. Además, puedes traer a tu novio —Ambas comenzaron a caminar.

—No es mi novio. Aún —Las mejillas se le enrojecieron.

—Así que estás al acecho —Elizabeth le dio un golpecillo en el hombro—. Vamos, no seas tan amargada. Sé que quieres ir.

—Está bien —Dijo Cindy—. Aunque no sé si Ariel querrá ir.

—Si no quiere, que se vaya a la mierda. Iremos nosotras. ¿Sabes cuánto me costó conseguir esa vacante? Quiero festejarlo contigo.

—Creí que convenciste a mamá para llevarnos al parque de diversiones para festejar —Dijo Cindy. Elizabeth miraba al frente, apretando los labios.

—Sí, pero igual tendremos un rato para pulular solas por el shopping. Mira —Elizabeth señaló una columna—. Debía esperarlos en esa columna. Y no había fila para comprar. Esos idiotas se están comiendo la boca. Sin duda querrán hacerlo pasado mañana en el cine.

—Y no pueden si solo están contigo —Dijo Cindy. Elizabeth le dio la razón—. Te compadezco, hermanita.

Ambas esperaron unos segundos junto a la columna. Alma y Santiago llegaron dando zancadas, sosteniendo botellas de jugos y paquetes de papas fritas y galletas en las manos.

—¿Había fila? —Preguntó Elizabeth, sonriendo, con sarcasmo.

—Sí —Dijo Santiago—. ¿Vieron cuando el de adelante pide fiambre en un almacén? Esto es lo mismo. Solo cambia fiambre por sándwiches de milanesa.

Elizabeth vio que ambos tenían los labios húmedos. Pero le llamó la atención una pequeña mancha rojo guinda rodeada por otra rosácea que se difuminaba en la piel de Alma, un poco por encima de la clavícula, asomándose tímida por el cuello de su camiseta.

—Esa manchita no apoya su coartada —Elizabeth señaló la clavícula de Alma, quien, sonrojada, se llevó rápidamente la mano hasta el chupón—. Sabes que si el papá de Alma ve eso te va a romper la cara, ¿verdad? Encima fue boxeador.

—Carajo... —Suspiró Santiago.

Elizabeth asintió apretando los labios, mirando a ambos.

—Como sea, Cindy viene con nosotros al cine —Se apresuró a decir Elizabeth—. Cuando termine la película, nosotras iremos por ahí y ustedes... no sé, ya sabrán como matar el tiempo.

—Bien —Dijo Alma—. Compraré una entrada más.

—Ay, el amor —Dijo Elizabeth, sarcástica—. Te arde la entrepierna, sientes maripositas en el estómago que termina siendo un guiso de mondongo y porotos...

—Es un asco el mondongo —Comentó Alma con una risilla.

—Como lo es besar a Santiago, y mírate, marcada como vaca —Respondió Elizabeth, rápida, con una sonrisa en el rostro. Cindy no pudo evitar soltar una risilla—. ¿Al menos hice un buen trabajo odontológico? —Le preguntó a Santiago— Debiste sentirlo... con tu lengua.

—Okey, ya basta —Dijo Alma, medio apenada, medio cansada.

—¿Hoy nos despertamos agresivas? —Dijo Santiago, con sarcasmo.

—Nah, me gusta molestar a Alma —Dijo Elizabeth, recibiendo una botella de jugo—. Es de gatillo fácil.

—Aprovechando que Cindy está aquí —Dijo Santiago, dando un paso hacia adelante. Cindy se pegó un poco más a la columna, como si se escondiera detrás de Elizabeth—, ¿por qué tienes los parpados rosa, como si siempre estuvieses llorando?

—¿Porque soy albina? —Contestó Cindy. No intentó disimular lo mucho que le molestó la pregunta.

—Lo siento —Dijo Santiago, avergonzado, dando un paso hacia atrás.

El resto del recreo la pasaron sentados debajo del árbol. Cindy comía algunas papas de la bolsa de su hermana, y bebía de su botella. Sentada a su derecha, veía a Elizabeth hablar y reír con sus amigos, soltando una risilla algún que otro momento. Pero, en general, se sentía aparte.

Mucha gente le hablaba a Cindy con una gran sonrisa en el rostro. Pero ninguno era su amigo. Siempre era para preguntarle sobre su dieta o piel, o para pedirle algún trabajo práctico. La leve sonrisa que llevaba esbozada se le iba borrando segundo a segundo. La risa de Elizabeth le recalcaba esto cada vez. Ver cómo Santiago le apretaba el hombro con total confianza, o como ella golpeaba el muslo de Alma cada que era presa de la carcajada eran cosas que le resultaban tan extranjeras que no podía más que desviar la mirada cuando esto pasaba.

Estaba más acostumbrada al sonido de las papas fritas quebrándose en su boca que la propia risa de un grupo de amigos. De cierta forma, se sentía celosa y triste de oír a Elizabeth reír con otras personas. Cuando volteaba a verla, parecía otra persona.

—¡Eres un hijo de puta! —Exclamó Elizabeth, riéndose fuertemente.

La trinidad comenzó una fuerte carcajada por la anécdota de Santiago. Cindy simplemente los miraba mientras comía.




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