El Conticinio

Naturaleza

El cielo estaba gris, bañado en espesas nubes que se movían con el aullar del viento; las ramas de los árboles en los Bosques de Aimyon se mecían ferozmente al son del susurro. Y bajo ellas se escondía Petyr, quien yacía acompañado de un hombre gordo y calvo.

—Dicen que ya está en la calle señalada —Dijo aquel hombre, portando un celular contra su oreja.

Petyr, quien también llevaba aquel aparato en su oído, dijo:

—Irene, extiende tus raíces todo lo que puedas y ve acercándote en dirección a los Bosques.

Del otro lado de la bocina se oyó el suspiro de su hermana, quien había aceptado la orden.

La joven extendió sus raíces por el suelo lo más lejos que pudo. Sintió la presencia de todo ser vivo que aquellas raíces pudieran tocar: humanos, perros, gatos... No podía distinguir a qué especie pertenecía tal alma, pero sí las sentía caminar dentro de su rango de una manzana a la redonda. Sus raíces estaban débiles al extenderse tanto... pero fue suficiente para erizar los cabellos de Carlos.

 

Carlos sintió que una sensación muy familiar se le asomó desde el este. Reconoció el sentimiento al instante. Se trataba de las raíces de un älvor... aunque no se sentía como uno, sino como una decena... y todos se acercaban a donde él estaba.

«Saben que estoy aquí —Pensó—. Debo hacer que Elizabeth se vaya sola hasta la parada de autobús.» «No... Si saben que estoy aquí, es porque saben que ella está conmigo. Sin duda la usarán. Debo protegerla.»

Necesitaba encontrar una ruta de escape, pero no podía decírselo a Elizabeth pues no quería asustarla. Fue entonces cuando volteó su cabeza hacia el oeste, divisando las copas de los árboles a lo lejos.

—Elizabeth, vamos a los Bosques. Tenemos mucho tiempo libre, no podemos simplemente volver a casa —Dijo, intentando ocultar sus nervios.

—Suena bien —Dijo ella con una sonrisa.

Ambos caminaron hasta los bosques. Poco a poco veían los árboles asomarse más y más. Carlos estaba atento a aquella sensación. Aquellos se movían como si supieran dónde estaban. No le cabía duda, Elizabeth estaba más a salvo con él que si se hubiera ido sola... o al menos eso creía.

 

—Vienen hacia los Bosques, tal como planeaste —Señaló el hombre gordo, con el celular aún en el oído.

—Irene, acelera el paso. Tienes que presionarlos para que vengan hacia aquí —Dijo Petyr al celular—. ¿Estás seguro de que tienes suficientes ojos?

—Sí, no te preocupes. Si se dirige a algún lugar del bosque, lo sabremos. Aunque según tú, él vendrá directo hasta nosotros —Contestó el hombre gordo con incredulidad—. Oye, no hace falta que te ensucies las manos. Con el dinero que nos diste, nosotros podemos encargarnos de todo. ¿Y esa niña? No es ningún problema. Morirá antes de saber qué sucede.

—No le pagué a tu jefe para que hicieran preguntas. Solo obedezcan.

La dupla se adentró a los caminos del bosque. Caminaron por varios minutos. Elizabeth no parecía darse cuenta de lo que sucedía, mas sí le extrañaba que su compañero acelerara el paso. Carlos poco a poco comenzaba a desesperarse.

—Irene, comienza la fase dos —Dijo Petyr cuando se había enterado que ambos entraron a los caminos.

Irene había cambiado la forma de sus raíces, formando una especie de gigantesca U que rodeaba a Carlos, haciéndole sentir acorralado, empujándole en una sola dirección. El sudor poco a poco comenzó a brotarle del cuerpo, pues extenderse de tal forma le agotaba sobremanera. Sus músculos le ardían, y su corazón palpitaba con la misma fuerza que mil caballos. Estaba tan asustada como su presa.

 

Ambos lograron salir a una pequeña área con poquísimos árboles, donde se divisaban algunas bancas de cemento ya destruidas por el paso del tiempo, y el metal oxidado de lo que otrora fueron juegos infantiles. Caminaron tanto que se hallaban casi un kilometro dentro del bosque, donde nadie podía verlos u oírlos.

Fue en ese entonces cuando Carlos frenó la marcha en seco, apretando con fuerza los dientes hasta casi hacerlos rechinar. La adrenalina le hizo hervir los músculos, y el necrum comenzaba a secretarse lentamente por instinto, deslizándose como sudor por su espalda.

—Carlos, ¿qué sucede? —Preguntó Elizabeth, confusa. Ya estaba comenzando a sospechar que algo no estaba bien...

—No puede ser... —A Carlos le tembló la voz.

Sus cabellos volvieron a erizarse. No solo se acercaban raíces del este con una gran velocidad... sino que también pudo sentir otras raíces proviniendo de en frente suyo. Unas raíces que ya conocía de sobra. Las raíces de Petyr.

Poco a poco sintió la cercanía del älvor. Y su presencia se hizo mucho más fuerte cuando divisó su silueta asomarse de entre los árboles, hasta finalmente ser golpeado por la luz, portando su Aglaophotis ensangrentada en la mano.

Carlos quería creer que aquello era un sueño, que no estaba divisando a aquel que una vez intentó darle caza. Sintió fuertes punzadas que le apuñalaban la lengua como un millar de agujas, a la par que mil espasmos nasales le hicieron palpitar la nariz. Su corazón parecía partirse el pequeños trozos cuando giró su cabeza, y divisó los ojos de Elizabeth, llenos de miedo y confusión.

La rabia comenzó a escalar por sus venas hasta hervirle el corazón, pues acababa de darse cuenta que cayó en una trampa, en una emboscada tan simple como tonta... y fue tan idiota de caminar hasta la jaula como un estúpido conejo hambriento.

—Carlos... ¿qué está pasando? —Preguntó ella en un susurro ahogado, repleto de miedo.

—No te preocupes. Todo estará bien —Le dijo, intentando tranquilizarla... o tal vez a él mismo.

Petyr dio un paso hacia adelante, con el rostro tan frío como el más profundo círculo del infierno. Carlos reaccionó, y cubrió a Elizabeth con su brazo.

—Ha pasado mucho tiempo, Kaly... Pero esta vez no te me vas a escapar... —Dijo el älvor con una voz tan ronca que dejaba sentir el odio acumulado en lo más profundo de su ser.




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