El Conticinio

Cólera

Irene caminaba por las calles de un barrio desconocido, recorriendo el mismo camino que hizo ese día para la emboscada, dirigiéndose nuevamente a su hogar. La nariz se le arrugaba en un intento de no llorar, ladeando su cabeza para que nadie viese su puchero. ¿Cuánto había estado caminando? Una hora, quizás dos, no lo sabía con exactitud. Pero fue el tiempo suficiente para que el cielo dejase de llorar, y la colosal nube comenzara a desgarrarse en varias. Cada paso que daba, la culpa parecía carcomerle. Pero ya era tarde para arrepentirse.

 

Petyr caminaba por los Bosques, en busca de una salida, a la vez que se escondía de aquellos mafiosos. Más pronto que tarde, el bosque se llenó de hombres armados que lo buscaban. Eran veinte, quizás más, no se tomó la cortesía de contarlos. Escuchaba los gritos de los hombres, hablándose entre ellos de dónde podría estar aquel manco con tatuajes y la puta de su hermana.

Estaban bastante lejos de él, quizás a cien metros, o puede que más, pero el silencio de la naturaleza le permitía oír todo lo que decían. Hasta que, de un segundo a otro, oyó el tartamudeo de los disparos resonar, los cuales poco a poco fueron reemplazados por alaridos de pavor... y luego silenciados uno a uno.

Sus parpados se separaron, aterrados, al sentir que las almas de aquellos era liberada, algo que solo podía significar una cosa...

Sus cabellos comenzaban a erizarse cuando sentía, una a una, a aquellas almas liberarse. Finalmente, el último grito de terror se detuvo, y reemplazado fue por una voz conocida.

—¡¡Sé que estás aquí, älvor!! ¡Puedo sentirte! ¡¡Sal de una puta vez!! —Sintió la última alma liberarse, a cien metros— ¡Sentiste eso, ¿verdad?! ¡¡¿Quieres mi cabeza?!! ¡¡¡Ven por ella!!!

Petyr sintió miedo, duda y, por último, alegría. Su presa había ido directo a la boca del lobo, por su propia voluntad. Solo debía cortarle la cabeza y arrancarle el corazón, y todo estará solucionado. Todo solucionado...

Caminó en dirección a Carlos con la Aglaophotis en su mano. Una sonrisa, siniestra y temerosa, se dibujaba en su rostro. Cuando los arboles hubieron terminado, se halló en una gran plaza con nada más que bancos y mesas de cemento que estaban ubicadas de tal forma que parecían dibujar un gran círculo. Allí divisó al kaly, en el núcleo de la plaza, parado sobre un círculo de césped, dándole la espalda con la vaina en la mano. El necrum le cubría el pecho y espalda, al igual que sus manos y pies en unos letales guanteletes y botas. A su lado reposaba el cadáver de un hombre con dos huecos en su cuello.

—¡Eres un idiota! —Dijo Petyr con una sonrisa— ¡Huyes de mí, prácticamente muerto! ¡¿Y ahora vienes de regreso?!

—Ya te lo dije: mientras yo respire, no se ha acabado —Dijo Carlos con una voz más fría que el viento que los golpeaba. Acercó la barbilla a su hombro derecho, asomando la gélida mirada, revelando un destello carmesí proveniente de su ojo, que parecía brillar como el rubí.

—Veo que dejaste de lado aquello que amabas. Ya no es una lucha por proteger lo que amas, sino por venganza —Dijo Petyr con soberbia—. Tal vez ahora estemos equilibrados.

—Mi tiempo con ella es finito de todas formas. Me da igual morir... si con eso consigo llevarte al otro lado.

—Entonces, termin... —Dijo Petyr, interrumpido por la fugaz llegada de Carlos, quien arremetió con un furioso tajo horizontal que él apenas pudo atajar con la hoja. La velocidad fue tal, que el choque de nigmas se suscitó antes de que tan siquiera lo alcanzara la estallido del boom sónico. La fuerza fue tanta que creyó que se le había roto la muñeca. De pronto, una patada en su barbilla le hizo subir un metro en el aire, sucedida por una segunda que lo hizo subir otro metro más. Carlos estaba en el aire, en frente suyo, y no tardó en darle una tercer patada en el rostro que lo arrojó contra el piso. Petyr chocó contra el suelo, quebrando el delgado camino cemento. Cuando alzó la mirada, se sorprendió al ver que Carlos había formado cuatro grandes alas de necrum en su espalda, con las cuales se impulsó en su dirección, rematando con un último tajo vertical. La vaina chocó contra el suelo, y la figura de Petyr se desvaneció, pues el real se esfumó ni bien tocó el piso, dejando detrás suyo una figura astral. Cuando ésta hubo desaparecido, el älvor contraatacó con un corte horizontal que logró encestar contra el pecho de su rival, mandándolo a volar junto a un gran rugido de dolor. Pero, cuando el nigma logró penetrar el necrum, este parecía haber expulsado chispas, y un gran estruendo. Petyr escupió tres muelas ensangrentadas—. Esto es imposible... —Bufó— ¡¿Cómo es posible que te hayas vuelto tan fuerte?!

Carlos se levantó. El necrum se regeneró, cubriendo unas hojas de nigma que lograban vislumbrarse por la rendija del corte.

—Así que escondes aquellas cuchillas bajo tu armadura, ¿eh? —Suspiró Petyr— Bien...

Carlos no respondió. El rojo sangre de sus ojos lo observaban con asesina ira. De pronto, lanzó tres tajos al aire en dirección a Petyr, lanzando pequeños trozos de necrum que volaron en su dirección. El älvor esquivó aquello, y vio cómo las pequeños trozos tenían una extraña forma a U, los cuales comenzaron a girar rápidamente donde antes estuvo él, formando una tajante esfera que distorsionaban el aire con su filo, provocando constantes cortes en su interior; todo dentro de la esfera se veía volteado por tal deformación espacial.

Otra vez vio aquellas cosas volar en su dirección, dejando una estela de aire cortado. Las esquivó todo, y observó atónito aquellas letales esferas. Se preguntó en silencio qué tan profundo serían los cortes si se hubiese dejado atrapar. Pero no tenía tiempo para ello, por lo que se lanzó a atacar a su contricante.

Lanzó tres cortes los cuales Carlos atajó, para continuar avanzando mientras giraba con su Aglaophotis, cortando todo a su paso. El kaly se alejó de aquel torbellino, y regresó con una veloz estocada. Petyr la esquivó mientras respondía con otro tajo que golpeó fuertemente contra el pecho de su rival; otra vez, el nigma bajo su necrum le protegió.




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